Desde un matrimonio falso romance Capítulo 69

La vida en la ciudad es muy rápida y nadie tiene tiempo para detenerse a mirar el hermoso cielo nocturno.

—Solo sé que tus padres son los familiares únicos que tienes ahora.

Al escuchar las palabras de Leopoldo, Mariana se congeló por un momento. Mariana se sintió un poco triste. Pero su expresión fue oculta por la oscuridad de noche.

—Sí, no tengo abuela, pero Zoraida es como mi familia.

El hombre miró a Mariana y no dijo nada.

—Cuando era pequeña, siempre venía a la casa de Zoraida y veíamos el cielo nocturno juntos. Esa sensación era realmente hermosa, somos como parientes.

Mariana sonrió, los buenos recuerdos la hacían feliz. Sus lágrimas le llenaron otra vez los ojos, por lo que vio que las estrellas del cielo se convirtieron en muchas.

—Debes saber que mi padre es un jugador. Puede vender a todo por el juego, incluso a mí, a mi madre.

Las palabras de Mariana no tenían emoción.

Leopoldo se acordó de repente de su padre, que había acudido al set para buscar problemas en aquel día.

—Había una vez, quiso venderme para devolver el dinero porque debía mucho, pero al final mi madre se lo impidió.

—Sin embargo, eso no fue el final de este asunto. Mi madre le rogó a mi padre que me dejara ir. Aquella noche me quedé, pero mi madre, sabiendo que ella misma podría haber enfadado a mi padre y sería abandonada por él, o quizás por miedo, me golpeó duramente.

Al escuchar sus palabras, Leopoldo se estremeció ligeramente y su expresión cambió. Todavía miraba directamente a Mariana.

—En realidad, yo estaba confundida, sin saber si mi madre me quería o no. Podía estar sonriendo preguntándome qué quiero comer hoy, y al segundo siguiente tiró toda la comida preparada al suelo y me obligó a ponerme en cuclillas para comer.

Mariana sonrió con tristeza.

—Salí de mi casa corriendo y llorando la noche que me golpeó y me detuve aquí. Luego me encontré con Zoraida.

Una persona que casi había cambiado su miserable infancia.

—Luego me trajo a su casa, me lavó, me cocinó y me dejó dormir acurrucada en sus brazos.

Al decir esto, Mariana sonrió felizmente.

—Solía correr aquí cuando me sentía triste. La gente de aquí era muy amable conmigo, y puede decirse que aquí era mi paraíso secreto de infancia. Mis padres no sabían aquí por que salía de mi casa en secreto. Pero salía todos los días, si se preocupaban por mí, ¿cómo no sabían?

—Simplemente no se preocupaban por mí.

La mujer sonrió, pero con una fuerte sensación de impotencia que él no quería que tuviera.

—Viví una corta vida feliz aquí.

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