Desde un matrimonio falso romance Capítulo 87

—Señorita Ortiz, ¡es muy elocuente! Leo y yo tenemos que hablar, así que, por favor, déjenos en paz.

La palabra «déjenos», que ella dijo deliberadamente en voz baja mientras que acentuó también, disponía de un matiz de suficiencia y petulancia.

Sin embargo, Mariana le hizo caso omiso y se volvió hacia el hombre:

—En el hospital, te dije que era Andrea quien hizo esto y he oído de qué acabáis de hablar. ¡Todo lo que me ha pasado es su obra! ¿Por qué sigues defendiéndola?

Las palabras algo humildes llegaron directamente a los oídos de Leopoldo, haciendo que sus ojos se abrieran ligeramente.

Entonces se escuchó la risa de Andrea y sus palabras fueron también extremadamente sarcásticas.

—¿Quién demonios eres tú para opinar sobre la decisión de Leo?

Como si no la hubiera escuchado, Mariana se fijó en Leopoldo esperando a su respuesta y sus ojos eran resueltos.

Parecían él y ella los únicos en esta habitación.

—No es asunto tuyo. Sólo eres la jefa del equipo de vestuario del plató, nunca te tocará decidir si se nombra a Andrea como protagonista de este drama.

La llegada sin contemplaciones de las duras palabras a los oídos de Mariana dejó que su corazón se agitara con fuerza. Sin poder contenerse, Mariana retrocedió unos pasos antes de poder detener el temblor de su cuerpo.

—¿Por qué?

Brotaron de unos labios ya pálidos las amargas palabras.

Leopoldo frunció el ceño cuando una pizca de impaciencia se deslizó a través de su rostro. Con las manos en los bolsillos, ignoró simplemente a la mujer y se dio la vuelta a marcharse.

Por un momento, pareciendo que su cuerpo se hubiera vaciado repentinamente de sangre, Mariana se volvió débil. Se agachó lentamente y se agarró las rodillas con impotencia. Era tan vulnerable como si fuera una recién nacida y abandonada en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Por qué? ¿Aún no lo entiendes?

El comentario provocativo irrumpió en los oídos de Mariana palabra por palabra, dejándola imposible que lo ignorara.

Por muchos profundos que fueran las heridas en su corazón, que ya estaban ensangrentadas, quería saber exactamente por qué.

«¿Por qué me trató así?»

—¿Conoces a una mujer? Una mujer llamada Diana Solís.

La voz con una mezcla de satisfacción y desprecio sonó a su lado, pero al final se tiñó incontrolablemente de una débil frustración.

Andrea miró desde arriba a Mariana con desdén en los ojos, como si estuviera mirando a una hormiga que pudiera aplastar con sus propias manos.

—Leo no es alguien que puedas conseguir, debes saber bien quién eres. ¿Cómo puedes ser digna de alguien tan noble como él?

—Además, lo más importante es que su corazón ya tiene dueño. Por mucho que lo intentes, apareciendo delante de él todo el tiempo y molestándole, sigue sin verte. Sólo existe esa persona en su corazón, ¡lo fue, es y será siempre!

Las palabras empezaron con un tono sarcástico, sin embargo, cuanto más se acercaban al final, más abatidas eran, envueltas en una débil sensación de tristeza y desolación; lo que parecía a un niño perdido, incapaz de encontrar el camino a seguir.

Andrea miró mediante la ventana la brillante luz del sol, que era como si no la llegara, tampoco a Mariana que estaba en el suelo.

Porque eran del mismo tipo.

Había llevado mucho tiempo haciendo lo mismo antes de que apareciera Mariana, pero el resultado no fue más que eso, ¿no? En cualquier caso, no podía comparar con el nombre Diana.

Sin hacer más caso a Mariana, Andrea cerró los ojos, ocultando las distintas emociones en ellos y se dio la vuelta para irse.

Con la cabeza erguida, Andrea parecía a una princesa altanera en cuyo rostro nada podía borrar la mirada presuntuosa; las comisuras de sus labios se curvaron alegremente como si no supiera lo que era estar triste.

Mientras la temperatura de la habitación estaba bajando y el sol se desvanecía en la oscuridad, Mariana se agachó en el suelo aturdida sollozando durante mucho tiempo. Sus ojos estaban tan incómodos que no podían derramar más lágrimas.

Luchó por ponerse en pie, pero sus piernas estaban entumecidas por la larga agachada y casi se cayó al suelo.

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