El empresario del corazon roto romance Capítulo 40

[Isabel]

Comprar para una cena de Noche Buena, en plena Noche buena, ha sido la locura más grande que se me hubiese ocurrido, no sólo por las calles abarrotadas de carros y con las tiendas llenas de gente haciendo las últimas compras, si no por que la comida se vuelve una hazaña difícil de encontrar y la mayoría de las cosas están agotadas.

Sin embargo, el menú que Quentin tenía en mente para nuestra cena improvisada fue de lo más sencillo, por lo que no fue tan difícil encontrar las cosas y mejor nos enfocamos en ver otro tipo de cosas, como el vino que tomaríamos y el postre que se nos antojaba comer para después.

Cuando compramos todo, subimos al auto e hicimos una parada final en los edificios donde vivo, ahí hice una pequeña maleta con mis cosas ya que llevaba la misma ropa del día anterior. Así que cuando me subí al auto Quentin me vio y sonrió.

―¿Qué? No me ibas a comprar un conjunto nuevo cuando tengo ropa en mi casa ¿recuerdas?

―Es que todo lo que te mediste se veía genial, me encantó. Pudiste habértelo comprado y ya estaríamos en mi piso. ― Comenta impaciente.

―Lo sé Quentin, sé que se me veía genial, pero no es necesario, tengo ropa.

―Como digas... ― Responde y me da un beso sobre la frente.

―¿Así? ¿Nada más? ― Pregunto sospechosa.

―Sí, no puedo hacer más...― Me comenta entre risas y luego arranca al auto.― Ven, vamos al piso que en unas horas más el clima estará imposible.

Quentin maneja con soltura por las calles mientras observo cómo el sol se a metiendo poco a poco. Mis padres, sorpresivamente, comprendieron todo lo que les dije e incluso me sugirieron que en caso de que mañana el clima estuviera igual o peor, mejor no viajara para evitar accidentes o algún percance en Navidad.

Mis padres jamás se había comportado así con algún novio mío. Con el primero me mantenía bajo lupa, con el segundo básicamente no le querían mucho pero con Quentin, desde que les platiqué de él y luego lo conocieron, no hubo ningún tipo de observación o actitud diferente, simplemente lo arroparon y ahora al parecer pasaré Navidad con él.

Llegamos al piso una hora después. Quentin me ayuda bajando las bolsas del supermercado y juntos tomamos el elevador que nos llevará a su piso. Éste comienza a subir y cuando estamos a punto de llegar pone el freno de emergencia y lo para.

―¿Qué? ¿qué pasa? ― Preguntó asustada.

Quentin saca de la bolsa de su abrigo una bufanda y me cubre los ojos con ella.― Te tengo una sorpresa y como las puertas del elevador se abren como si fueran las puertas de la casa tengo que asegurarme que no veas nada hasta que yo te diga.

―Quentin.― Le murmuro mientras él me cubre.

―Sólo es una sorpresa, normal.

Siento como la bufanda causa un poco de presión en mí y después siento su presencia delante mío―¿Cuántos dedos tengo? ― Me pregunta y soy sonrío.

―No sé, ¿tres? ― Pregunto y él se ríe.

El elevador se vuelve a mover y me tomo de su brazo para no caerme, escucho la campana indicando que hemos llegado y las puertas se abren.

―Con cuidado.― Me murmura mientras me jala al interior del piso.― Quédate aquí, iré a dejar las bolsas sobre la barra de la cocina.

―OK.― Contesto entre risas.

Por un momento me quedo sola sin ver, sin saber lo que me espera, de nuevo siento las manos de Quentin sobre las mías, esas manos tan fuertes y suaves que me hacen sentir cariño así como un inmenso placer.

―¿Lista? ― Me murmura y yo asiento con la cabeza.

Él desamarra la bufanda poco a poco para después rebelar frente a mi el piso hermosamente decorado con adornos navideños de todo tipo de tamaños, giraldas de todos colores, el calentador prendido como si fuera chimenea con dos botas que dicen Quentin e Isabel y al fondo, en la sala, un hermoso árbol de Navidad finamente decorado que ilumina el resto de la habitación.

―¡¿Qué?! ― Pregunto sorprendida.

―Feliz Navidad Isabel.― Murmura y yo me muerdo el labio emocionada.

―¿Pero? ¿Cómo? ― Hablo sin saber qué decir.

Él me toma de la cintura y me ve a los ojos.― Tengo tanto tiempo que no festejo Navidad porque no tenía con quién hacerlo, estaba solo y no veía el porqué. Pero hoy, estoy contigo y tú amablemente me habías invitado a festejarlo con tu familia, así que... pensé ¿por qué no? Empezar de nuevo a festejar y a vivir este día como lo que es, un día alegre.

―¿Cuándo hiciste esto? ― Pregunto mientras lo veo con unos ojos de emoción.

―Hace unas horas, en el café, hice unas llamadas y viviendo a adornar, confieso que pensé que tardaríamos poco y no sería sorpresa, por eso te hice medirte esa ropa, que por cierto aparecerá en el árbol mañana por la mañana.

―Quentin, ¡Dios! ¿Así siempre fuiste de detallista?

―Contigo lo quiero ser, así que...

―Yo no tengo nada que regalarte.

Él sonríe, después acaricia mi rostro y me ve a los ojos.― Ya lo hiciste, gracias por regresar la alegría y el amor a mi casa.

―No tienes que agradecer, te lo mereces Quentin, te mereces luz después de la obscuridad.

―Esa frase me gustó.

―Eso es demasiado, no sé que hacer para recompensarte.― Le murmuro.

Él ve para arriba y sonríe.― Se me ocurre una, jamás me han besado abajo de un muérdago ¿lo harías conmigo?

Observo el techo y veo que justo un pequeño muérdago decorado con un moño está arriba de nosotros, regreso mi mirada a la suya y asiento.― Será un placer concederte ese deseo.― Le murmuro. Me muerdo el labio.

―Como te gusta provocarme Isabel Osher.― Responde y sin pedir permiso me da un beso sobre los labios en donde siento toda la ternura, el amor y la pasión que viven en él.

Quentin acaricia mi cabello mientras sus labios comen mi boca adueñándose de ella. Él me besa con pasión, con dulzura, a un rito lento pero firme dejando que nuestras respiraciones se hagan una y que al final al separarnos sintamos esas cosquillas sobre nuestros labios. Abro los ojos para ver que él aún tiene los suyos cerrado y acaricio sus hoyuelos.

―Si supieras todo lo que siento por ti.― Le murmuro y él sonríe.― Si supieras lo mucho que te quiero y me gustas desde la primera vez que te escuché ¿me creerías?

―Creo que fue amor a primera voz.― Murmura.― Porque yo también sentí lo mismo, así que no lo digas, demuéstramelo, como yo lo haré. Prometimos querernos a nuestra manera y lo estamos haciendo bien ¿no crees?

Asiento y le doy otro beso sobre los labios.― Ahora, cocinaré si quieres puedes ir sirviendo el vino y sacando los quesos y galletas que compraste ¿de acuerdo?

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