El empresario del corazon roto romance Capítulo 45

[Quentin]

Despertar al lado de Isabel es para mi una de las mejores imágenes y una de las menos frecuentes que tengo ya que ella no duerme junto a mi tanto como yo quisiera, por lo que aprovecho cada vez que puedo para hacer que ella se quede en mi piso.

Así que abro los ojos poco a poco al no sentir su calor para percatarme que ella ya no está recostada a mi lado.

—¿Corazón?— Murmuro y luego me levanto para ver en el resto del cuarto —¿Isabel? — Repito.

Debo confesar que tengo un poco de curiosidad de saber lo qué le pasa, ya que ayer en la noche después de a fiesta, llegó un poco rara y simplemente quiso llegar a dormir. Así que espero que hoy que la lleve a desayunar me pueda decir que le pasa.

Me pongo de pie, me pongo la playera que dejo siempre en la silla de al lado, y salgo de la habitación para verla sentado con ese hermoso suéter blanco de cuello largo que le regalé hace unos días. Tiene un libro sobre la mano, la taza de café en la otra y sus piernas están cubiertas con una cobija negra de franela que ahora forma parte de la decoración de mi piso, ya que Isabel la deja aquí.

—¿Corazón? — Le pregunto y ella voltea sonriente.

Me acerco a ella.— Buenos días.— Digo dándole un beso ligero sobre los labios. Me siento sobre la mesita de noche para quedar justo en frente de ella y a su altura.

—¿Qué lees? — Pregunto.

—Tomé uno de tus libros, se llama “La feria de las Vanidades”.

—No me gustó tanto, si te interesa leer algo puedo recomendarte mis favoritos, si me lo me lo permites… claro.

—Claro que sí.— Murmura y acaricia mi rostro.

En un movimiento me pongo de pie y me siento ahora en la orilla del sillón —¿Nos duchamos?

—¿Ahora? ¿No quieres tomar un café? ¿Que haga algo de desayunar? Jamás hemos desayunado aquí.

—Es porque nunca hay nada en el refrigerador.— Me excuso.

—Podemos ir por algo al supermercado y lo cocino.

—No Osher, no, vamos a ducharnos, iremos a desayunar a un bonito restaurante ¿si?

Ella sonríe tímida.— Vale, pero al menos déjame pagar al café.

—Vale, te dejo pagar el café.— Le prometo y luego la cargo entre mis brazos aún con la cobija sobre sus piernas.

—¡El café Quentin! — Grita al ver que se cayó sobre al alfombra.

—No pasa nada, al fin y al cabo ya la iba a cambiar, por cierto, para eso necesito sugerencias.— Y se ríe.

Después de ambos tomar una ducha caliente, de que Isa buscara en su maleta la ropa que se iba a poner hoy y terminar de arreglarse. Ambos salimos en la camioneta rumbo al lugar donde vamos a desayunar. Cuando llegamos al aeropuerto ella voltea y me ve.

—¿En serio? — Pregunta entre risas.

—Tal vez sólo desayunaremos arriba de un avión, tú no sabes.— Le contesto y ella se ríe.

—Sólo dime que llevo el conjunto indicado, no como la vez de Paris que moría de frío.

—Vas perfecta, si no, todo se arregla comprando un abrigo.— Respondo y beso sus labios rojos.— Esa ropa se te ve hermosa.

—Gracias, Vivianne tenía órdenes de comprarme ropa “aparte” para algo, la tuve que comprar, casi me mata porque no le quería hacer caso.

—Vivianne es muy profesional, por eso lo hace, sigue mis órdenes tal y como le pido. Es buena asistente.

—Me agrada, tiene buena conversación, te aprecia mucho.

—Y yo a ella, ha estado conmigo en las buenas y en las malas y en las peores. — Respondo.

La puerta del auto se abre y bajo de él para después ayudar a Isabel que este día luce un hermoso abrigo de color negro, con unos leggins tipo cuero y una blusa tipo suéter de cuello alto de mismo color. Su cabello largo y lacio viene perfectamente peinado y esos tacones le da un toque muy sofisticado, no cabe duda de que Isabel tiene muy buen gusto para vestir.

Caminamos hacia el avión y subimos momentos después el piloto me saluda con un “Señor Quentin” y yo sigo a Isabel hasta su asiento. La sobrecargo nos ofrece algo de beber y ambos medios un té.

Antes de despegar le llamo a Vivianne para que me informe como terminó la cena y cuando el avión está a punto de despegar, Isabel toma mi mano y yo le sonrío.

—No soy muy fan de los aviones.— Me confiesa.

—Lo sé, pero te acostumbrarás, te lo aseguro.

Cuando ya estamos en el aire, Isabel me suelta de las manos y acaricia mi rostro.— te ves guapísimo hoy Quentin… creo que cada día más.

—Es gracias a ti, tu haces que sea guapo.— Respondo y ella sonríe.

—Tal vez es felicidad y no belleza lo que te pone así.

—Tal vez.—

La sobrecargo viene con el té y después de darle las gracias ella le pone un poco de leche y lo huele.— Té de manzanilla con un toque de leche, me encanta.— Y estira la taza para que yo tome un sorbo.

Disfruto la bebida caliente y los nuevos sabores que ella me hace descubrir.— Yo también quiero.— Le murmuro e Isa toma la pequeña taza con leche y me pone un poco.

En silencio tomamos cada quien nuestro té. Ella ve por la ventanilla del avión como las nubes comienzan a pasar y yo la observo atento. Sé que tiene algo que decirme pero tal vez no encuentra las palabras para empezar.

—¿Dónde vamos? — Me pregunta.

—¿Qué te pasa? — Respondo y ella voltea a verme.— Sé que te pasa algo pero no me quieres decir.

—Amor, no es momento.

—Quiero escucharte, dime qué te pasa.

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