El Joven Secreto romance Capítulo 13

Aquella sonrisa cínica con la que me observaba mientras bailábamos en la fiesta de mi prima se me viene a la mente, seguida del odio que se reflejaba en sus ojos y parecía querer estallar hacia afuera cuando me miraba apoyado en el marco de la puerta de su casa, viendo como yo lloraba contando los segundos para que las puertas del ascensor se cerraran y se llevaran esa imagen de él, reemplazándola por una textura oscura y gris, que no generaba nada más que apatía.

Recordar esa escena y observar la expresión actual de su rostro hace que me cuestione sobre si acaso estoy viendo a la misma persona. ¿Quién es el real? ¿El Samuel superado que mostraba desinterés por mi llanto o aquel que me mira ahora con los ojos llenos de lágrimas al confesar que sus actitudes pasadas habían sido solo actuación? No tengo idea y lo que más duele es que sé que si reformulo la misma pregunta, esta vez cuestionándome a quién amo de esas dos opciones, diré que a las dos y estoy segura de que lo haría aún sin saber que la primera alternativa ni siquiera era el verdadero Samuel.

Esa observación u hipótesis sobre mí misma me confirma de una vez por todas que no ha quedado nada de la May de hace poco más de un mes. Cambié como lo hace una flor que se transforma en fruto, que por más que no lo entienda, sabe que jamás volverá a ser lo que era antes.

Pero ese ejemplo o comparación no podría usarla con el cambio que transité durante la primera parte de mi vida. Esa niña inocente y feliz, que amaba a su padre y vivía en una casa de campo, lejos de la carrera urbana que presenta la vida en la ciudad y más cerca de la verdadera felicidad, en un hogar donde el dinero no sobraba como lo hace ahora, pero si lo hacían el cariño y la ternura familiar, cuya falta duele más que cualquier clase de riqueza material. Pero toda esa realidad perfecta se derrumbó cuando nos mudamos a la metrópoli y las cosas fueron tomando un rumbo inverso, convirtiéndome así (con el paso de los años) en una joven repugnante que fomentaba egoísmo y superioridad, maltratando a toda persona que fuese "menos importante que ella" socialmente, aunque su pasado y raíces coincidieran con ese modelo. Ahora entiendo porque era así. Esas actitudes, ese odio hacia las clases bajas eran a causa de la envidia y los celos que sentía hacia ellas. Recordaba mi infancia, la época más feliz de mi vida, que casualmente había transcurrido en las condiciones propias de la gente que criticaba. Y por eso hacía lo que hacía: no podía ni soportaba ver a alguien tan feliz con tan poco, no quería recapitular en mi cabeza imágenes de mí misma siéndolo.

Habiendo pensado todo eso en silencio en menos de un minuto, acaricio la mejilla de Samuel y bajo la mano suavemente hasta su pecho, apoyándola allí. Él mantiene los ojos cerrados, como lo hace cada vez que toco su rostro. Los latidos de su corazón presentan un ritmo sereno y tranquilizador. Sentirlos bajo la palma de mi mano me relaja, hasta que, de un segundo a otro, toma mi mano y, luego de entrelazar nuestros dedos, la dirige a su rostro, besando el dorso de esta y haciendo que me pregunte por milésima vez cómo alguien puede ser tan dulce en esta vida llena de violencia.

Tiro de su brazo, arrastrándolo hacia mí y nos fundimos en un abrazo cálido. Escondo mi cara en el hueco que se genera entre su cuello y hombro y dejo una serie de besos allí. Él suspira, mientras mis dedos dibujan formas inexistentes en su espalda.

- Va a estar todo bien mi amor. No nos van a volver a separar.

Dice en mi oído y suelto todo el aire acumulado, pegándome más a su cuerpo.

- Te lo prometo.

Dejo un beso corto en sus labios antes de abandonar el auto y cruzo la calle a pasos acelerados debido a las pocas gotas de lluvia que comenzaron a caer en los últimos minutos. Camino un par de metros más hasta llegar a casa y entro ya algo mojada. En la sala no hay nadie, por lo que me encamino hacia las escaleras en silencio.

- ¿Dónde estabas a esta hora?

Escucho a mis espaldas y doy un giro brusco. Comienzo a pensar que ya me estoy volviendo loca de tantas escapadas clandestinas cuando no veo a nadie, hasta que la silueta de un hombre comienza a aparecer por detrás de las sombras que reinan la zona del pasillo que lleva a la cocina. Tardo varios segundos en reconocer quién es y cuando finalmente lo hago, me arrepiento de no haber llegado a subir las escaleras.

Mi padre.

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