El Joven Secreto romance Capítulo 28

Notar la presencia del guardia en la entrada de casa provoca que suelte un bufido de queja y está de sobra decir que obviamente no logro dormir esas pocas horas que restan de aquella noche lluviosa. Mis acciones consisten en una repetición sinfín de mirar el reloj y el techo, donde formas extrañas se dibujan, productos de las luces que provienen de la calle e ingresan por la ventana.

Por primera vez en mi vida, el sonido del despertador no es un canto del mismísimo infierno para mis oídos, sino solo una orden de que tengo que abandonar la cama inmediatamente. Y así lo hago, dándome una ducha rápida para luego abandonar la habitación, como también la casa.

El tener que entrar por la entrada secundaria al hospital porque la chica de la recepción me echaría por mi última infracción me causa risa y no me queda más remedio que rodear todo el perímetro de salas de espera y consultas simples, viendo más de cien rostros en menos de cinco minutos. Ya no es la primera vez que el ambiente del hospital me genera disgusto, no sé si por la tristeza de las personas o simplemente la función del edificio: alojar y tratar de sanar a personas enfermas. Cosas como esa me llevan a cuestionarme sobre si acaso no cometí una equivocación en elegir una carrera médica.

Lo primero que hago al llegar al área de urgencias es mirar hacia ambos lados, con el objetivo de buscar un rostro conocido, como el de Eva o el hermano de Samuel, por ejemplo. Y nada, solo hay cinco o seis médicos reunidos de pie intercambiando palabras. Me acerco, tomando asiento delante de la puerta de la sala 113, en la cual irrumpí hace un tiempo sin permiso, logrando que me sacaran a la fuerza. Uno de los médicos se voltea a mirarme, quizás preguntándose porqué habré decidido tomar asiento justo en ese lugar, casi rozándolos a ellos. La única explicación para eso es que en realidad no quiero que él me vea si la puerta llega a abrirse repentinamente.

—Señorita.

Levanto la vista al escuchar eso y me encuentro con el médico que sigue mirándome.

May: ¿Sí?

—¿La ayudo en algo?

May: No, estoy esperando a alguien.

Se voltea hacia atrás por un segundo para luego volver a dirigir su mirada hacia mí.

—¿Para entrar a la 113?

Asiento.

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