Ya comienza a costarme el contener la tentación de ponerme de pie y entrar a esa habitación. Pero trato de pensar que tengo los pies pegados al suelo, para poder sacarme la idea de la cabeza. No sería buena idea entrar ahora y...
—¿Espera a alguien?
Pregunta la enfermera que al parecer acaba de volver.
May: No, yo... (miro a Samuel) ...en realidad vine de visita.
—¿A esta sala? Pase.
May: Pero...
Y no llego a terminar la oración porque la chica ya me aguarda en el interior de ese lugar. Nerviosa, tomo aire y cruzo el marco de la puerta. Ella se dirige al otro rincón, donde abre uno de los cajones de un armario que llega al techo, buscando vaya uno a saber qué. No miro a Samuel, por lo que no tengo forma de saber si él me estará mirando. La joven vestida de blanco cierra el cajón y de allí saca una serie de papeles, acercándose.
—Tome asiento.
Propone al notar que sigo de pie en el mismo punto. En un momento de inquietud, observo a mí alrededor, viendo solo un mini sillón de color beige además de la mismísima cama de Samuel entre los lugares para sentarse disponibles. Automáticamente, la cama de Samuel queda descartada y prosigo a ocupar el sillón.
—¿Usted qué es del paciente? (Mira a Samuel, quien frunce el ceño). Mejor dicho, ¿relación tienen?
May: ¿Por qué?
—Me obligan a tomar nota de las visitas.
Samuel: Viejos conocidos.
Escuchar su voz por primera vez luego de tanto tiempo me genera una emoción inexplicable. Como si me encontrara con algún pariente al que no hubiese visto en años. Responde al instante, seco, sin siquiera dejarme procesar la pregunta. No me mira en absoluto, como si fuese invisible o diera igual mi presencia ahí, cuando solo estoy a un par de metros de distancia de él. "Viejos conocidos" significa valer la nada misma. Esas palabras quedan grabadas en mi mente, repitiéndose en mi cabeza constantemente hasta notar que tengo un nudo en la garganta.
—¿Quién es May D'Angelo?
Cuestiona la enfermera y levanto la vista instantáneamente. Samuel hace lo mismo.
Samuel: Está sentada adelante tuyo.
La joven me mira desentendida, luego vuelve a fijar la vista en sus papeles.
—Pero... (entrecierra los ojos), ¿no eran viejos conocidos ustedes?
Samuel: Si, ¿por qué?
Samuel: ¿Qué ahora vas a experimentar conmigo como lo hacen con las ranas del laboratorio?
Comenta cínico y a la defensiva, logrando que ya no soporte más ese maltrato constante hacia mi persona. Tomo mi mochila, la cual yacía apoyada en el suelo a mi lado, procurando salir lo antes posible de allí para evitar derramar alguna lágrima delante de él. Pero al llegar a la puerta, me volteo, mirándolo fijamente a los ojos sin ya esconderme.
May: Creo que tendría que haberte dejado inconsciente para que ni pudieras decir tantas estupideces.
Se queda perplejo, claramente no se esperaba semejante reacción mía. Ignorándolo, avanzo unos pasos hacia su cama.
May: Saqué dinero de la cuenta de papá para mantenerte, tuve que escapar de casa más de tres veces para estar acá, hasta cambié las tarjetas de la facultad para que me tocara tu área, imbécil.
—Los dejo solos mejor (dice la enfermera, planeando irse).
May: No hace falta, no tengo nada que hablar con este pendejo desagradecido, ni hacer ninguna investigación acá.
Me mira atónito, incapaz de reaccionar.
—Solo acompañame a firmar para su estadía del fin de semana como último regalo y me voy, después que se mantenga solo si algo lo diferencia de las ranas de laboratorio.
Agrego dirigiéndome a la chica y me volteo hacia la puerta, saliendo de allí dando un portazo que hace que todo el piso retumbe.
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