—¿Vos no tendrías que estar con el uniforme de médico?
May: Está en mi mochila siempre.
Exhala con fuerza, hundiéndose en el asiento.
Oliver: Bueno entrá, te espero.
May: No quiero.
Siento su mirada sobre mí.
Oliver: ¿Vinimos por nada?
Suspiro, sabiendo que estoy actuando como una indecisa.
May: Es que no sé... (lo miro, desesperada). ¿Qué hago?
Sonríe, frotándose la frente, como si supiera que eso pasaría.
Oliver: Entrá, hacé lo que tenés que hacer para que te den la nota, actuá indiferente, ni lo saludes si no querés (vuelve a mirarme). Pensá que en el futuro no todos los pacientes que te toquen te van a caer bien (levanta los hombros, haciendo un gesto de niño indefenso).
May: ¿Alguna vez pensaste en estudiar psicología?
Oliver (ríe): Vaya doc.
Tras inhalar con fuerza, me pongo de pie, encaminándome hacia la puerta y tomando la manija.
May: No me esperes (me volteo), esto va a tardar.
Con extremo cuidado para no despertarlo, trato de soltarme y tardo varios minutos hasta que por fin lo consigo, aunque él se mueve y gira la cabeza hacia mi lado, sin abrir los ojos.
Aterrada, pero al menos libre de presiones en mis extremidades, vuelvo a mirar la planilla por tercera vez.
Labios secos.
"Esto tiene que ser un chiste", maldigo en mi interior, rodeando la lapicera con un puño de furia.
Suspiro y rozo la superficie de sus labios con el dedo pulgar, mientras mis otros dedos reposan en su mejilla.
Otro síntoma que no coincide, otra X que dibujar.
Y es en ese momento cuando, en el medio de todo aquel silencio escucho un ruido, una tos, que me hace levantar la vista hacia la persona que se encuentra acostada en esa cama, en cuya mejilla mi mano permaneció y por instinto mis dedos acarician, por encima de los cuales unos ojos color café me observan con ese brillo tan característico que me atrajo desde la primera vez.
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