El tono irónico de su voz y su mirada, en la cual la picardía parece ocupar el papel principal me confunden a tal punto de querer hablar, pero no lograrlo por haberme perdido entre mis pensamientos.
Ya ni sé si la poca distancia que hay entre los dos debería considerarse como ventaja o todo lo contrario.
Él, al no recibir ninguna reacción ni respuesta de mi parte, frunce el ceño, desentendido.
Samuel: ¿Te pasa algo? Parece que viste un fantasma.
Pregunta, aun sosteniéndome por los hombros.
May: No...bah, si...
Samuel (interrumpe, soltándome bruscamente): Bueno che, capaz estoy un poco despeinado pero...(gira y se mira en la cafetera enorme que refleja su rostro y comienza a tocarse el pelo perfectamente arreglado)...¿tan directa ibas a ser?
May (me muerdo el labio): ¿Tu sarcasmo no tiene frenos no?
Al escucharme, deja de mirarse y se voltea.
Samuel: ¿Sarcasmo? (Levanta las cejas). No estaba siendo sarcástico. (Me observa de una manera incomodante). Ahora, si esta obra de arte se te hace irresistible es otra cosa.
Dice señalándose a sí mismo y bufo, rodando los ojos.
May: Si, si, Don Juan, como digas. ¿Podemos hablar?
Samuel: Creí que con lo que hablamos ayer no hacía falta.
May: Justamente hace falta, porque no te entendí nada.
Samuel: Mirá, ya te dije que no voy a...
Pregunta entrecerrando los ojos con una chispa de curiosidad en ellos.
Trato de formular algo en mi cabeza, pero, por más que lo intento varias veces, no me surgen las palabras. Todo el detallado y extenso discurso que había pensado y planificado desde la noche anterior parece haberse desvanecido de mi memoria al tener a Samuel delante de mí. Creí que nunca volvería a experimentar esta sensación desde las primeras lecciones orales de la escuela, cuando trabarme entre mis palabras y olvidarme lo estudiado me provocaba intolerables ganas de romper en llanto o solo esconderme de todo el mundo.
Un contacto cálido sobre mi mano izquierda me despierta, generando algo similar a destellos de luz que viajan desde allí hasta cada rincón de mi cuerpo.
Alzo la vista lentamente, encontrándome con él, mirándome con una expresión un tanto diferente a la última que llevaba. La profundidad de sus ojos, sumada a su mano tibia que presiona la mía en un gesto de ternura y preocupación, hacen que tenga que hacer un máximo esfuerzo por no derramar lágrimas o saltar a sus brazos.
Samuel: Eu (dice llevando a cabo suaves caricias con su dedo pulgar), ¿qué pasa?
La idea de no ver a un Samuel cínico (como lo era últimamente), sino al mismo de siempre me relaja y...se podría decir que es lo que me da fuerzas para no salir escapando de ese lugar.
Suspiro y vuelvo a tomar aire, tratando de ordenar mis ideas y, por sobre todo, dispuesta a contarle cada detalle de lo sucedido.
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