En las manos del presidente (COMPLETADO) romance Capítulo 34

— Meses buscándote —la agarró por el cuello —. Meses en los que no pude pegar un ojo por más de dos horas a menos que sea por pastillas —hizo presión, dándole a entender que la mataría en cualquier momento —. Fueron unos putos meses en los que pensé como te mataría con mis propias manos cuando te tuviera en mis manos, pero ahora lo único que quiero hacer es torturarte hasta que mueras y de paso morir yo.

— Por favor…

— ¿Por favor? ¿Me estás pidiendo por favor? —preguntó, dejándola poco a poco sin aire —. ¿No me ves que estoy muriendo? ¿Qué por tu culpa no puedo ni caminar bien?

— Suéltame —golpeó su mano —. Me estás lastimando.

— Más lastimado me debo de sentir yo por el simple hecho de que tú no haces nada para pedirme perdón por traicionarme, por dejarme solo en ese lugar a la espera de que muera, ¿Pero sabes que? —ladeó la cabeza de la omega hacia un lado —. Volví por ti, te haré sufrir tanto que vas a desear morir por tu traición.

— Nunca...—tosió —. Me quitaste mi libertad, a mis hijos y ahora me quieres quitar lo único bueno que tenía… y eso era ambos —puso su mano sobre la de él —. Mátame —Ian se quedó mirándola —. De todas formas prefiero saber que mis hijos estarán con tus padres e incluso tu hermano está mejor entrenado como padre que tú…

— ¿Fue divertido tener sexo con Edward mientras yo estaba muriendome en la cama de un hospital?— gruñó, enfurecido —. Voy a matarte.

— ¡Hazlo! —golpeó su pecho —. ¡Mátame!

— ¡Callate! —golpeó la pared a su lado —, soy capaz de cumplir mi palabra y matarte. No dejarte nada. Que todo lo que tengas que hacer sea pedirme perdón de rodillas y que tu única solución a tus problemas sea volver conmigo. 

— No…

— ¿No? —enarcó una ceja —. Eso está por verse, no sabes lo feliz que me has hecho al decirme eso.

— ¿Qué me harás? —le dio varios golpes en la espalda para que la soltara, pero lo único que hizo fue quitarse el disfraz que tenía y tomar un bastón que estaba en la entrada de su habitación — ¡Suéltame! 

— Ya estás suelta —la empujó hacia la pequeña cama —. ¿Qué es lo que harás?

— Le voy a decir a todos entre gritos que eres el presidente de un país enemigo —retrocedió —. Que me tienes en contra de mi voluntad y que…

— Voy a marcarte, haré una nueva marca encima de la que tienes —la agarró por el tobillo —, luego te llevaré ante todo el país y dejaré que ellos decidan qué hacer contigo, no sabes lo feliz que me siento en este momento. Todas las cosas que te haré. 

— ¡Aléjate de mí, maldito enfermo! —bajó de la cama, corriendo hacia la puerta, pero fue detenida por Ian, quien volvió a colocarla sobre la cama y subiéndose a horcajadas sobre sus piernas —. ¡Por favor, déjame!

— No, ¿No estás sintiendo como nuestros cuerpos sanan? ¿Cómo estamos unidos ahora? —envolvió en uno de sus dedos un mechón del cabello de la omega —. Todo en ti ha cambiado, tu voz es muy diferente a lo que conocía, estás más madura… —una sonrisa carente de humor se posó en sus labios —. Hasta me respondes como si fueras una fiera, eso me encanta —acercó su rostro al de ella —. De esa manera puedo domesticarte, hacer que te vuelvas sumisa.

— No…

— No te he dicho que hables —rompió la blusa que traía puesta —. Nuestros hijos están próximos a cumplir dos años, pero aún sigues dándole de tu pecho —agarró las manos de la omega sobre su cabeza, y las mantuvo ahí mientras posaba sus labios por unos de sus senos —. Recuerda esto, no te estoy violando. 

No la dejó responder, la besó con tanta pasión que casi la deja sin aire. Sus labios se unieron en ese fogoso beso que ambos querían, que deseaban. La omega se negaba a sentir nuevamente esas mariposas en su estómago, debido al terror que sentía en ese momento, todo estaba más que claro entre ambos.

Ian dejó besos húmedos, besos que sólo querían hacerla sollozar del gusto.

Soltó sus manos, y con mucho esfuerzo, gracias a su pierna lastimada, se posicionó entre las de Rachel, quitándole  el pantalón de un tirón.

— Te extrañé tanto —besó la parte interna de su pierna —. Tu olor me hizo falta, todo en ti, pequeña —pasó su lengua por este —. Me siento tan bien. 

— Ian, por favor —llevó una de sus manos hacia sus senos, los cuales acarició —. Me siento muy caliente, ¿Qué me estás haciendo?

— Sólo dejé salir un poco de mis feromonas, eso fue todo —respondió, y luego dejó una marca en la pierna de esta —. De esa manera estarás dispuesta a tener sexo conmigo aunque no quieras.

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