Encuentro cercano romance Capítulo 380

Alya Cortés estaba resignada a que su madre siguiera interfiriendo en su vida. Desde muy pequeña, siempre la obligaron a hacer lo que su madre quería que hiciera y cualquier cosa que le gustara se la impedía. Sin embargo, su hermano era mucho más libre, se dedicaba a holgazanear y a no hacer nada.

—No me estoy entrometiendo en tu vida. Es por tu propio bien. He pasado por ello, así que no quiero que des un rodeo —Yolanda hizo oídos sordos a la queja de Alya porque pensaba que su propia decisión era la mejor para ella.

Poco sabía Yolanda que Alya había investigado alguna vez el misterio de su propia experiencia vital porque pensaba que era adoptada o que Yolanda era su madrastra.

Sin embargo, el resultado final demostró que estaba equivocada.

—Mamá, tengo casi treinta años. Tengo mi propio sueño y quiero hacer lo que realmente me gusta. ¿Podrías dejar de meterte en mi vida? —Yolanda empujó a Alya, le cortó los pantalones y buscó otro pantalón en el piso de arriba.

—No entiendo cómo es posible que una chica no tenga ningún vestido —Rebuscó en el armario de Alya en busca de un vestido, sólo para encontrar un pijama suelto.

—¿Desde cuándo me tratas como a una niña? ¿Crees que tenía tiempo para vestirme cuando me organizaste para aprender taekwondo, artes marciales, y me hiciste aprender finanzas, que no me interesan en absoluto, y me pediste que obtuviera un máster y un doctorado? —Está acostumbrada a que su madre la mande.

—Hablas como si todo fuera culpa mía. Sabía que dedicabas la mayor parte de tu tiempo de estudio a las artes marciales. No quería que recibieras un premio por ello, sino que aprendieras a protegerte —Dijo Yolanda en tono de agravio.

—Eres tan perfeccionista que intentas ser la primera en todo, pero yo sólo quiero que te los aprendas. Tiraste todos los vestidos que te compré y tomaste el tiempo como excusa. Así que no me eches la culpa a mí —Yolanda se estaba enfadando. No creía estar equivocada y no sabía por qué su propia hija no podía llevarse bien con ella.

Alya guardó silencio. Aunque se peleaban cada vez que se encontraban, la primera en llegar a un acuerdo era Yolanda. Yolanda tiene un temperamento rápido, fácil de ir y venir.

—He traído tus cangrejos de río picantes favoritos y el vino que preparé yo misma para ti —Yolanda traía los favoritos de Alya para ella a pesar de que se peleaban mucho.

—Oh, casi me olvido de que no puedes comerlo. Tu pierna está muy malherida. Podría vivir aquí un par de días para hacerte una sopa. Sería bueno para ti —Yolanda se dio cuenta de la herida de Alya y le quitó el cangrejo de río.

—Mamá, te he dicho que no es para tanto. ¿Vas a impedir que coma lo que me gusta? —A Alya le gustaban las cigalas picantes que hacía Yolanda.

—Sí, así es. Te cocinaré pies de cerdo guisados más tarde para ayudarte a reponer suficiente colágeno, así te recuperarás antes. Como chica, no puedes dejar una cicatriz en tu cuerpo —Yolanda le cambió los pantalones a Alya como dijo y se llevó las cigalas.

—Mamá, mamá, no tienes que vivir conmigo. Mi niñera me preparará una sopa. Puedes decirles lo que tienen que hacer —Alya no podía hacer nada con su madre.

Además, Yolanda ha cambiado a todo su personal, incluido su jardinero, por mujeres. ¿Y si viniera algún malo?

Lo que Alya no sabía era que algunas de las empleadas de Yolanda eran excelentes en artes marciales. Las contrató como guardaespaldas en secreto, pero no se lo dijo a Alya.

—No, ya me he decidido. Viviré contigo durante algún tiempo —Yolanda insistió en quedarse aquí.

Fue una suerte para Alya que Yolanda no viera esta vez a Ángel Álvarez, pues de lo contrario le tocaría el fondo de su familia.

Cuando Ángel se dirigió a la fiesta de cumpleaños de Alejandro, el momento más emocionante -el sorteo del jardín- había comenzado.

Danitza había preparado muchos premios. El premio principal, del que se decía que era valioso, se mantenía en secreto para los invitados, por lo que muchos lo esperaban con impaciencia.

Roberto Ramírez también fue invitado especial. Pocas personas lo conocían y hablaban con él, porque pocos eran los invitados de hoy que habían colaborado con el Grupo Ramírez.

Estaba observando a la multitud, sentado cerca en silencio con un vaso de vino tinto.

—Oh, lo siento —De repente se derramó un poco de vino sobre el hombro de Roberto. Una mujer de buen aspecto se apresuró a limpiar la mancha cuando él estaba a punto de perder los nervios.

Se parecía un poco a Danitza y se disculpaba por ello. Sus mejillas rojas se veían lindas de alguna manera.

—¿Sabes cuánto vale? —Roberto decidió burlarse de ella, por aburrimiento.

—No. Pero debe ser muy caro. No puedo reemplazarlo —Parecía tener mucho pánico y sus mejillas se estaban poniendo más rojas. Aunque llevaba un uniforme de sirvienta común, se veía decente en ella.

—Entonces, ¿qué vas a hacer para compensarlo? La mancha no se puede lavar y acabo de comprarla. Deberías hacer alguna compensación por ello, ¿no? —dijo.

—¿Cómo te llamas? ¿Qué haces aquí? —Estaba algo interesado en ella porque estaba muy aburrido.

—Me llamo Malena Andrade y soy la niñera de Abel —Dijo tímidamente.

Roberto le levantó la barbilla. Tenía una piel clara, suave y tersa. Su delicado rostro no era llamativo, pero sí adorable.

Su uniforme de niñera era de talla pequeña, lo que daba forma a sus grandes tetas. Esta era la favorita de Roberto. Aburrido de aquellas mujeres que siempre llevaban un maquillaje exquisito, se interesó por esta delicada mujer.

—¿Una niñera? Debes ganar poco. ¿Qué tal si cuentas conmigo? Te daré mucho más dinero del que ganas aquí —Dijo en un tono poco entusiasta.

—Lo siento, señor. Soy pobre, pero no quiero que me mantengan como amante. Puedo contar conmigo misma —dijo Malena con seriedad.

Lo que ella dijo despertó su interés. Le sorprendieron sus elevadas ideas.

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