Encuentro cercano romance Capítulo 386

—Alya, mira lo que te he comprado... —chilló emocionada Yolanda antes incluso de entrar en la casa.

Alya no estaba interesada. Su madre lo había hecho muchas veces. Las cosas que su madre le compraba llenaban una habitación entera de la villa, pero Alya nunca se las ponía. Aun así, su madre seguía comprándolas.

—Alya, te he comprado ropa, echa un vistazo —Yolanda se dirigió hacia Alya con las bolsas de la compra en la mano. Dejó las bolsas de la compra en el suelo y sacó una de las prendas que había comprado hoy y se la enseñó a Alya como si estuviera mostrando a su hija algo precioso.

—Alya, echa un vistazo. ¿Te gusta? —Los ojos de Yolanda se llenaron de anhelo.

Alya no levantó la vista. Miró brevemente y vio una camisa negra. No creía que su madre le comprara algo de su gusto.

Yolanda no se enfadó a pesar de que su hija la ignoraba. Se acercó y puso la camiseta justo debajo de los ojos de Alya.

—Hoy me he comprado esta camisa de acuerdo con tu gusto por la ropa —dijo Yolanda toda satisfecha. Su rostro, bien cuidado y de aspecto agradable, brillaba de forma atractiva.

Alya no tenía elección. Miró la camisa y le gustó mucho el estilo. Entonces alargó la mano y cogió la camisa. Miró los pantalones en la mano de su madre, también era el estilo que le gustaba. ¿Por qué su madre había cambiado repentinamente de opinión?

—Mamá, ¿te has golpeado la cabeza? ¿Estás bien? —Habían pasado casi 30 años. Alya nunca pudo imaginarse a su madre haciendo algo según lo que le gustaba.

—No, estoy bien. Hoy me he tomado todos los medicamentos —dijo Yolanda bromeando.

—He comprado un conjunto más, échale un vistazo también. Los devolveré si no te gustan —dijo Yolanda mientras sacaba otro conjunto de ropa.

Alya miró la ropa de la mano de su madre. Ambos conjuntos tenían buen aspecto y le sentaban bien.

—¿Qué te parece? —El anhelo en los ojos de Yolanda se volvió intenso.

—¡Está bien! —Alya no quería alabar demasiado a su madre. De lo contrario, no sabía qué esperar de su madre en el futuro.

—¡Guau, eso es genial! Pruébatelos cuando estés libre y enséñamelos —Después de escuchar lo que dijo su hija, lo que sentía Yolanda ahora mismo era indescriptible.

—De acuerdo —prometió Alya. Dobló la ropa y la puso junto a sus piernas.

—¡Te la colgaré! —Yolanda se puso tan contenta como un niño al que le dan unos caramelos, al ver que a su hija le gustaba la ropa que le había comprado. Cogió los dos conjuntos de ropa y subió a la habitación de Alya.

Alya se quedó mirando la espalda de su madre. Era extraño, ¿estaba su madre poseída por algo? ¿Por qué se había vuelto tan comprensiva de repente?

En sus recuerdos, su madre fue estricta con ella desde que era una niña. Era muy indulgente con su hermano, Tauro. No le obligaba a hacer cosas como a ella. Su madre arruinó su infancia. Cumplía 30 años y nunca había jugado en un cajón de arena.

Hiciera lo que hiciera, tenía que seguir los deseos de su madre. Si hacía algo en contra de la voluntad de su madre, aunque fuera algo pequeño, la regañaban y la calificaban de niña desobediente.

Esta familia hacía que Alya se sintiera asfixiada. Por suerte, su madre no le llevó la contraria cuando dijo que quería mudarse y vivir sola.

—Alya, ¿qué te gusta comer? —Yolanda bajó las escaleras después de guardar la ropa. Se sentó frente a su hija y le preguntó sin querer.

—¿Yo? —Alya miró fijamente a su madre. Nunca le había preguntado qué le gustaba comer. Ella cocinaba lo que quería y Alya tenía que comerlo aunque no le gustara.

—Sí —Yolanda sabía vagamente lo que le gustaba a su hija, pero había muchas cosas que aún no conocía.

—Me gusta comer pollo frito y cualquier cosa asada, ¡también me gusta beber cerveza! —Alya enumeró alimentos y bebidas que su madre no le dejaba comer normalmente.

Yolanda no dijo nada. Escuchó en silencio, se levantó y se alejó.

Alya pensó que su madre estaba enfadada. Ella se sentía feliz. Su madre siempre le limitaba la elección de alimentos y sólo ahora le preguntaba por su comida favorita, Alya enumeraba los alimentos que siempre había querido comer pero que nunca le habían permitido. También lo hacía para fastidiar a su madre.

Un sirviente sacó un plato de frutas. En él había durianes, la fruta favorita de Alya. A Alya le gustaba comer durián, pero su madre siempre decía que apestaba y nunca la dejaba comer.

Pero en realidad había durianes en el plato de fruta. Alya se sorprendió.

—¿Quién ha comprado esto? Llevadlo fuera ahora mismo, si no, mi madre os regañaría si viera esto —Alya le dijo rápidamente al criado que se llevara el durian fuera para que no les regañara.

—La señora compró esto, dijo que le gustaba comerlo —respondió en cambio el criado, que no parecía tener intención de tirar el durián.

—¿Qué está haciendo mi madre ahora mismo? —Alya cogió una cucharada y se comió el durian, hacía demasiado tiempo que no comía algo tan bueno.

—La señora está cocinando ahora mismo —contestó el criado mientras seguían allí de pie.

—Vale, podéis iros —Alya hizo que se fueran y disfrutó de su durian.

Siempre que venía Yolanda, le hacía la comida. A Alya le gustaba la cocina de su madre, su madre le hacía la comida por muy cansada que estuviera.

Pero Alya nunca se dio cuenta de ello. Estaba traumatizada por los recuerdos de su infancia y no se dio cuenta de lo que su madre hizo por ella.

—Mamá, ¿seguro que estás bien? —Alya miró a la mesa y vio pollo frito y pescado asado. Nunca hubiera pensado que un día vería esos platos en la mesa del comedor de su casa.

—¡Sí, estoy bastante segura de que estoy bien! —Yolanda quiso sacar las espinas del pescado para Alya. Lo pensó brevemente y no lo hizo. Pensó que era demasiado sobreprotectora con su hija y que a veces la presionaba demasiado.

Pero aun así no pudo evitar coger la parte del pescado que tenía menos espinas y se la dio a Alya.

Alya disfrutó del pescado asado. Su madre nunca la dejaba comer algo así, pero aun así su madre lo cocinaba muy bien.

—Ah, hay algunas espinas —Alya se pinchó con unas espinas de pescado mientras comía.

Yolanda quiso levantarse y ayudarla, pero se sentó después de pensarlo un poco.

—¿Puede alguien traer vinagre? —Yolanda le dijo al criado que le trajera a Alya un poco de vinagre para derretir las espinas del pescado.

Un sirviente trajo un poco de vinagre. Alya bebió unos sorbos y su boca se sintió mucho mejor.

No sabía que el pescado tuviera tantas espinas. Entonces se dio cuenta de que su madre siempre era la que deshacía el pescado de antemano y por eso el pescado que ella comía nunca tenía espinas.

—Intenta sacar los huesos antes de comer —le dijo Yolanda a Alya.

Alya no quería creer que no podía vivir sin su madre. Cogió un trozo de pescado y lo puso en su cuenco. Empezó a sacar las espinas.

La verdad es que no sabía que el pescado tuviera tantas espinas. Después de mucho tiempo, se le cansó el cuello y sintió que por fin había sacado todas las espinas. Entonces se lo metió en la boca y sólo entonces se dio cuenta de que todavía había espinas en el pescado. Se le raspó la garganta.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Encuentro cercano