Esposo Dominante: Éxtasis Pasional romance Capítulo 80

Luisa se sentiría aún más agraviada, sus ojos estaban a punto de estallar en lágrimas, y las contuvo para evitar que cayeran:

—¡No estoy llorando! ¡Suéltame!

Adrián no podía soltarla, decir que ahora mismo podía soltarla, pero ahora al ver sus lágrimas, toda su paciencia y su amor volvieron:

—Has dicho tantas cosas desagradables, pero tú mismo estás llorando primero, llorando cuando dices algo, ¿eh?

Su tono era impotente e indulgente, haciendo que Luisa se sintiera aún peor por dentro:

—¡No dices nada, pero lo has hecho todo! ¿Quién eres tú para despedir a Pablo, me ha enseñado tanto y en un abrir y cerrar de ojos lo despiden por mi culpa, sin motivo alguno, ¿cómo me haces sentir ...?

De hecho, no era que estas cuestiones no se le hubieran pasado por la cabeza a Adrián, pero eran menores comparadas con lo que le importaba. Admitió que su posesividad hacia Luisa era fuerte hasta el punto de ser algo pervertida, pero no podía soportar la idea de que un hombre que la adoraba la rodeara.

Y no es que Luisa no sepa lo que está pensando:

—¿Tienes que eliminar a uno del sexo opuesto de mi lado en el futuro, no tienes ni la mínima confianza en mí?

Necesitaba una vida normal, una vida social normal, en vez de estar atada y confinada.

No era que Adrián no tuviera confianza en ella, sino en sí mismo, sólo que éste, este hombre orgulloso, no le hablaría con facilidad de todo esto.

—No llores —la visión de sus lágrimas le hizo sentirse incómodo.

Al no obtener una respuesta satisfactoria, Luisa moqueó y forcejeó dos veces:

—Suéltame.

—¿Aflojar para que puedas salir corriendo y llorando como una loca? — el hombre suspiró escuetamente, cediendo finalmente a su censura de lágrimas—. Prometo no despedir a Pablo.

Luisa no esperaba que se echara atrás y se comprometió, un poco incrédula, con los ojos rojos, la nariz enrojecida, la boca ligeramente abierta durante unos instantes, mirándole boquiabierta y un poco incrédula:

—¿De verdad?

—Si no es verdad, ¿no vas a llorar otra vez? —a Adrián nunca le habían importado las lágrimas de una mujer; para él sólo eran un signo de debilidad.

Pero no fue hasta que apareció Luisa que entendió por qué se decía que las lágrimas de una mujer eran un arma mortal; estos cristales llegaron a ablandar su corazón más que cualquier otra cosa.

Luisa entonces se tranquilizó y dejó de ser tan agresiva como antes:

—En el futuro puedes hacer estas cosas pero tienes que hablar conmigo de antemano, no espero que me hagas caso pero al menos déjame saber.

Ella nunca habría decidido contarle la confesión de Pablo si hubiera sabido que lo despediría.

Adrián arrugó un poco el entrecejo y sacó un pañuelo del bolsillo y se lo entregó:

—Sólo recuerda de quién eres mujer.

Luisa se enjuagó los ojos y dijo con alegría:

—¿De quién soy? Pues no lo sé.

Adrián no se ofendió, sus profundos ojos se entrecerraron peligrosamente y su tono fue sensual:

—Bueno, pues aceptaré la carta de despido de él ...

Luisa le paró la mano:

—¡Eh, no, no, soy tu mujer, por favor!

Adrián estaba satisfecho de que la mayor parte del tiempo que pasaba con Luisa era en realidad un proceso de condicionamiento y de ser condicionado, que en términos de subordinación, Luisa le pertenecía y le obedecía, que estaba condicionando a su mujercita.

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