Meredith salió corriendo, pero cuando vio a su amiga irse, rompió en llanto, y vio con coraje a su tío
—¡¿Por qué no la detuviste?! ¡Esto es toda tu culpa! —exclamó con rabia
—Déjala —dijo sosteniéndola cuando pensó que se iría a buscarla—. Necesita estar sola, Meredith, pensar.
—¿Sola?
—Después iré a verla a la casa.
—¿De verdad eres tan ingenuo para creer que estará en la casa esperando por ti? ¡No eres el centro del universo, Scott Brighton! —gritó furiosa—. Valentina se ha ido, no creo que vuelva a vernos o a hablarnos, nunca la conociste, ella nunca perdonaría la traición, ella no dará una segunda oportunidad.
Scott sintió un miedo rotundo en su estómago, y bajó la vista, Meredith se alejó de él, estaba por irse, cuando regresó la vista
—Te juro que, si le pasa algo malo, nunca voy a perdonarte, y esto será solo tu culpa —sentenció rabiosa, luego entró en la casa
Scott sintió un miedo en su interior, pensó en ella, y las ganas de ir a buscarla, y asegurarse de que estaba bien fueron incontenibles, corrió a tomar su auto, pero Laura se acercó a él
—¿A dónde crees que vas?
Él la miró y le dio las llaves
—Vete al hotel, te alcanzaré después —dijo y subió a otro auto de los Brighton, ella intentó detenerlo
—¿A dónde vas? Escúchame, no busques a Valentina, solo le darás falsas esperanzas… —fue tarde para que él la escuchará, se marchó en el auto.
Valentina manejaba con rapidez, luego de horas de conducir, llegó a Boston, al aeropuerto, estacionó el auto y pensó, no tenía ningún lugar a donde ir, nació en Redville, Massachussets, nunca fue a otro lugar, sus padres la trajeron ahí, eran tan ricos, solo querían un lugar pacifico para vivir, pero para ella, ese lugar no era el epicentro de paz que todos le dijeron, tomó sus maletas, y sus papeles, entró al aeropuerto internacional Logan, no supo a donde ir, pero escuchó a una señora decir que compraría un boleto de avión al Mediterráneo con una escala, ella siguió a la mujer, y cuando ella terminó de comprar un boleto, Valentina también lo hizo, no sabía a donde iba, ni porque, pero supo que, cualquier lugar en el mundo, sería mejor que quedarse ahí, amargándose con un recuerdo de amor imposible.
Scott llegó a casa, dejó el auto mal estacionado y entró con su propia llave, que no había olvidado, entró y gritó a Valentina
—¿Dónde estás, Valentina? —el silencio lo perturbó, aunque debía estar muy consciente de que el auto no estaba afuera, subió a todos lados, solo para comprobar lo que ya presentía, ella no estaba.
Bajó la escalera y maldijo en silencio, frustrado, luego observó esa bufanda, era una bufanda de lana, de color azul celeste, la tomó en sus manos, la llevó a su nariz para aspirar su aroma, el perfume de Valentina seguía en esa prenda, sintió un pesar y un miedo, ¿Dónde estaba? ¿Volvería? Tuvo miedo por primera vez, de no volver a verla, no quería lastimarla y terminó haciéndolo.
Luego salió de ahí, cerró la puerta y condujo, pero no volvió con Laura, manejó hasta el bar más cercano.
Scott sentía la culpa en su alma, atormentándolo, podía recordar las palabras de odio de Valentina contra él y le dolían, se preguntaba como estaría, sentado en una mesa lejana, bebiendo whisky sin parar, solo
«Dios lo sabe, Valentina, nunca quise lastimarte, no fue mi intención, y lo lamento mucho, lamento haber roto tu corazón, te quiero esa es la verdad, si Laura no hubiese… tal vez… ¡No, que digo! Solo quiero que ella esté bien, que Valentina sea feliz, por sobre todas las cosas» pensó con angustia.
Un hombre se sentó junto a él, Scott no lo conocía, y lo saludó con cordialidad
—Lamento sentarme así, sin pedir permiso —dijo sonriente, Scott también sonrió
—No te apures.
—Me llamo Charlie, me recomendaron este bar.
—Me llamo Scott Brighton, bienvenido a Redville.
Charlie se despidió
—Ojalá que nos volvamos a ver —dijo Scott, Charlie esperó a que se fuera y entonces dijo
—Nos volveremos a ver, no tengo duda alguna.
Valentina viajaba en el avión, iba en un asiento de primera clase, no podía pensar en nada que no fuera él, era como si su recuerdo fuera un fantasma, que la perseguía todo el tiempo, ¿Cómo se había enamorado de él? ¿Cómo había confiado tanto en él? Lo recordó todo, lo recordó muy bien
Ella solo tenía quince años, sus padres murieron de una espantosa y cruel manera, un accidente por una fuga de gas, eso dijeron, porque cuando ella regresó del colegio, la casa estaba en llamas, nada pudieron hacer, sus padres murieron.
Así que, después del funeral, ella iría a vivir con sus padrinos Melissa y Frank, pero después del entierro ella huyó, necesitaba estar sola, necesitaba gritar, llorar, sola, sin que nadie le dijera que todo el dolor iba a pasar, porque no pasaba, no en su corazón, y él apareció, como un enviado del cielo, no dijo mucho, no le prometió que la vida mejoraría, y tampoco le habló de la voluntad de Dios y los designios que solo él podía comprender, no, Scott se sentó a su lado, la dejó llorar, la dejo gritar, maldecir al viento, rabiar, negar, enloquecer, ella pudo ser libre, y también pudo refugiarse en sus brazos, era el arte de acompañar, nunca se sintió tan completa al lado de una persona como de él, fue ahí, donde encontró el amor, un refugio para ser ella misma, pero Scott era mayor que ella, era el tío de su mejor amiga, y no la veía como una mujer, era cierto, solo era una niña para él, los años fueron apilándose entre ellos, hasta que un golpe de suerte la alcanzó.
Cuando volvió a la realidad, Valentina limpió sus lágrimas, estaba agotada, perdida en sus pensamientos tormentosos, que la perseguían, sin darse cuenta del hombre que estaba en el asiento de al lado, que no quitó su mirada de ella, ni un solo momento, Valentina estaba tan ensimismada, incapaz de notar esa penetrante mirada, ni siquiera pudo intuir que ese hombre la perseguía, su viaje en ese avión, no era una coincidencia, él estaba ahí por ella, con un silencio entre sus labios, dispuesto a jamás revelar.
Al día siguiente, cuando Scott no supo nada sobre Valentina, y ella no respondió llamadas, ni mensajes, se angustió, pensando si estaba bien o mal. La culpa lo embargaba, el temor de no volver a verla, llegó a la casa, solo para comprobar que ahí no estaba
—¿Dónde estás, Valentina? No me tengas con esta angustia, por favor, solo quisiera saber que estás bien.
De pronto una idea alumbró su mente, llamó a un hombre, era un investigador privador, lo había contratado hace años, cuando la muerte de los padres de Valentina era recién, en ese entonces él también era muy joven, y mandó a investigar la trágica y extraña muerte, porque los peritos no lograban explicar si el incendio fue por un accidente o provocado, sin embargo, ese caso jamás se resolvió.
El hombre contestó y prometió verlo mañana temprano, Scott quería buscarla, por lo menos con ayuda del investigador, asegurarse de que donde quiera que estuviera Valentina, estaría bien. No podía ser el amor de su vida, pero pensó que nunca dejaría de ser su ángel guardián.
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