La palabra: ¡Positivo!
Deslumbró la mirada de Abigaíl Hamilton, una amplia sonrisa apareció en sus labios.
—Las cosas van a cambiar con tu papá, estoy segura de que se va a derretir contigo —susurró y acarició cautelosamente su vientre.
La hermosa e inocente Abigaíl lleva casada con el amor de toda su vida: Aitor Roig alrededor de tres meses, pero su marido, se volvió extremadamente frío con ella desde aquella noche de pasión, en la que ella se entregó a él, sin ninguna reserva.
Siempre se había preguntado los motivos de aquella extraña actitud, por qué Aitor había cambiado tanto con ella, se conocían desde niños, eran los mejores amigos. Aunque era cierto que tenían recuerdos desagradables, por muy feos que fueran, ya pasaron, al fin y al cabo, estaban casados.
Después de la boda no habían vuelto a hacer el amor, las cosas entre ellos estaban muy tensas, tanto que ella temía un divorcio, y ser la comidilla de la gente como siempre, porque ella era la futura heredera de la familia Hamilton, y él, su esposo, Aitor Roig, simplemente el hijo del amigo de su padre.
Sacudió su cabeza para desechar aquellas ideas.
Guardó muy bien el sobre, y decidió no decir nada, en ese momento, y darle la noticia esa noche que era el cumpleaños de él.
Enseguida Abigaíl salió de la clínica, subió a su Lexus y condujo hasta una tienda de bebés, ansiaba poner el sobre y un par de escarpines blancos en una cajita, y entregarle a su esposo como regalo.
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Horas después.
Aitor el esposo de Abigaíl se alistaba en el baño de su dormitorio para ir a la fiesta que organizaba su esposa. Mojó su rostro varias veces con agua fría, percibía aquella sudoración, síntoma de…
La voz de su esposa Aby se escuchó al otro lado de la puerta.
—¿Todo en orden Aitor? ¿Estás bien?
Aitor enfocó su azulada mirada en el espejo, se notó que tenía la cara un poco pálida, señal de enfermedad, pero siguió intentando ignorar el asunto, secó su rostro con una toalla, resopló, luego, se volvió a enderezar el cuello y entró en la habitación.
—¿Te volviste a sentir mal? no creo que sea solo cansancio, debes ir...
—¡Ya te dije que no es necesario! —interrumpió él a la defensiva, enfocó su azulada mirada en ella, mientras apretaba sus puños.
«¿Joder, por qué tienes que ser tan hermosa y dulce a la vez?». Notó la belleza de su mujer, era justo lo que estaba evitando durante esos tres meses, siempre se excusaba de no quedarse a solas con ella, decía que tenía mucho trabajo, y estaba cansado.
Pero ahora no podía ocultarlo, era su onomástico, el cumpleaños del único yerno del viejo Hamilton, pero odiaba el título, le resultaba humillante.
Su familia ha dependido durante mucho tiempo de Robert Hamilton, el padre de Aby, para ganarse la vida desde cuando era pequeño.
Pero el anciano era muy avaro, siempre exigía que se le devuelva el dinero rápidamente y nunca retrasaba el tiempo de pago debido a su relación.
Aitor aún no estaba en la capacidad de devolver todo el dinero ,pero nunca se dio por vencido en pagarle a Robert Hamilton cada centavo.
Seguía ampliando su negocio, ansiaba que algún día ya no dependiera de su suegro, que también era su padrino. Y estas cosas sobre la situación financiera de él no estaban claras para Aby.
—Es hora de que nos vayamos. —La voz nítida de la mujer interrumpió los pensamientos de Aitor.
El hombre miró a su hermosa esposa frente a él, no había contemplado a su mujer de cerca detenidamente después de la boda tres meses atrás.
Observaba a Aby enfundada en un vestido largo de seda azul, que se amoldaba a su esbelta figura, y el tono hacía contraste con su tersa piel trigueña; su cabello castaño oscuro le caía en ondas por la espalda, y enmarcaba su dulce rostro, sus tentadores labios estaban maquillados en tono rosa, y sus ojos color esmeralda poseían un brillo especial esa noche.
Sintió calor en la frente, supuso que era uno de esos síntomas, una fiebre debido a la enfermedad.
Su mente empezó a estar mal debido a la fiebre y parecía un poco confuso entre la realidad y la fantasía.
«Si pudiera volver al pasado, creo que te amaría sin reservas, pero eres una niña malcriada, me rompiste el corazón cuando provocaste… Además, el médico dijo que mi estado no era nada bueno, no tengo mucho que darte Abigaíl» pensó.
Ansiaba besar a su mujer, quien fue el amor de su vida una vez, pero intentaba desesperadamente reprimir sus emociones en la vida real, no solo por la presión de la realidad, sino también porque creía que Aby le había ocultado algo, lo que provocaba en él, rechazo hacia ella; sin embargo, Aitor por unos instantes desconectó su corazón de su mente, y se dejó llevar por lo que Abigaíl siempre despertó en él, la tomó de la cintura, la pegó a su cuerpo.
Cuando entraron al salón, él ni siquiera la agarró de la mano, miró a su madre, y se acercó a ellos, para recibir sus saludos y felicitaciones.
Abigaíl suspiró profundo, y caminó en dirección a la mesa en la cual se hallaba su tía, y prima, las saludó y se sentó ahí, entonces desde ese lugar miraba a su esposo compartir con los invitados, lo veía sonreír.
Al dar la medianoche, el momento del pastel llegó, Aitor se acercó a la mesa, y sopló las velas de su cumpleaños número veinte y cinco.
Abigaíl sentía un revoltijo de emociones en su estómago, el momento de darle su ansiado regalo, había llegado, las manos le temblaban, el corazón le latía acelerado.
—Amor, tengo un regalo para ti —musitó, y le entregó la caja.
Aitor no podía hacerle un desplante delante de tanta gente, tomó el obsequio, fingió una sonrisa, cuando abrió, palideció por completo, la expresión de su rostro fue de desconcierto, la respiración se le volvió irregular, sus músculos se tensaron.
«¡No puede ser posible, el médico dijo que yo…!»
—¿Estás embarazada? —preguntó a su esposa, dubitativo.
Un profundo silencio se hizo en el salón ante aquel cuestionamiento.
Abigaíl mordió su labio inferior, colocó sus manos en su vientre, asintió, y de pronto un hombre alto, de piel bronceada, cabello oscuro, interrumpió.
—¡Esa mujer miente, se acostó conmigo antes de casarse contigo! —aseguró a gritos mirando a Aitor a los ojos. —¡Así que ese bebé no es tuyo!
Abigaíl arrugó el ceño, miró a ese hombre con los ojos bien abiertos, lo que decía era una falsedad.
—Yo no te conozco, ¿por qué dices eso? —indagó la chica con la voz temblorosa.
—No te hagas la mosca muerta Abigaíl Hamilton, tú lo planeaste todo, drogaste a Aitor para que esa noche se acostara contigo, o ¿me equivoco?
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