Falso Amor Del Italiano romance Capítulo 11

BRENTT

Hace más de dos horas que Lynette llegó, me mostró el anillo que le gustó y luego se puso roja cuando se le salió decir, que le gustó porque le diamante verde, como ella le llama, que es más bien una esmeralda, le recordaba al color de mis ojos, al darse cuenta de lo que acababa de decir, cambio porque se trataba del color de ojos de mis hijos, lo cual es lo mismo, ya que los heredaron de mí.

Algo que he descubierto de ella es que es una mujer extraña, leal, y cariñosa con los gemelos, cosa que agradezco, al principio, luego de que Fabricio me lanzará las cosas legales por las que ella podría apelar y hasta quitar, llegué a la conclusión de que no era esa clase de mujer.

Estoy bajando las escaleras, cuando me llega una notificación de un correo, se trata de uno de los detectives privados que contraté para que la siguieran, pese a que se nota que no es una mujer que te pueda traicionar o apuñalarte por la espalda, tengo mis precauciones. En cuanto abro el correo, me quedo quieto justo al pisar uno de los últimos escalones, me quedo analizando en silencio la fotos que me han enviado, en donde se ve a ella hablando con un hombre alto, delgado pero fornido, de cabello oscuro y ojos azules.

Ambos se ven contentos, ella le sonríe, la primera foto la muestran con él dentro de la joyería, luego saliendo, pasando por una heladería, apago mi móvil cuando escucho sus pasos detrás de mí, lo meto al bolsillo de mis pantalones y espero a que ella aparezca. Y lo hace, el punto es que no parece ser la misma mujer que acaba de dar a luz a gemelos.

Desaliñada e incluso con un feo y simple gusto por la moda, siempre anda con blusas, una talla más grande que la diminuta cintura que se le ve, trae un vestido negro, de noche, largo y abierto por el lado de la pierna, con escote en forma de corazón y un ligero corte de princesa, el cabello rubio lo tiene recogido en un moño alto, del que se le deslizan ligeros tirabuzones.

Su maquillaje es simple, pero notorio, sin ser exagerado o invisible, cada paso que da, la tela del vestido se abre, mostrando su pálida piel, su larga y delgada pierna, me quedo anonadado hasta que me doy cuenta de que me estoy comportando como un adolescente y carraspeo. Llega hasta mí, y me mira como si buscara mi aprobación.

—Te ves bien —me limito a responder.

Me doy la media vuelta cuando una de las mujeres nanas, al cuidado de mis hijos, aparece con ellos con un par de carriolas.

—¿Ellos vendrán? —me pregunta abriendo los ojos como platos, haciendo que parezcan dos enormes canicas.

—Sí.

Lo único que sabe ella, es que vamos al cumpleaños número sesenta de mi padre, cosa que no es mentira, pero omití algunos hechos.

Como el que estaremos rodeados de asesinos natos de la mafia italiana, o que seré el próximo Capo, y con ello, se convertirá en la mujer más importante de la organización, aún sigo asimilando lo que estoy a punto de hacer. Mis hijos, en cuanto ven a su madre, comienzan a inquietarse y le estiran sus bracitos, ella se enternece e intenta ir por ellos, la detengo.

—No lo hagas.

—Pero ellos me quieren —replica soltándose de mi agarre como la necia que es.

—Podrán tenerte toda la noche, por ahora, es mejor que estés a mi lado, por favor —le sugiero de manera amable.

Ella parece pensárselo dos veces, mirando a los gemelos, luego a mí, baja los hombros y asiente. Si supiera que el lugar al que vamos no es más que un nido de serpientes venenosas, en cuanto pisen ellos el palacio de mi padre, me temo que ya se convertirán en un blanco. El resto del trayecto, se molesta porque hice que los gemelos fueran en otra camioneta custodiada por mis hombres, y mientras no aparto la mirada de ella, hay algo que me causa curiosidad.

—¿Quién es el hombre con el que estuviste esta tarde? —inquiero.

Lynette parece fruncir el ceño, como si lo hubiera olvidado, luego lo recuerda y sonríe.

—Zair, es médico, es el mismo doctor que me ayudó cuando intentaron envenenarme en el parto —responde.

Sé de esa información, gracias a uno de mis contactos, aún seguimos en busca de la persona que intentó hacerlo.

—¿Son algo?

Ella baja la mirada, solo que esta vez no hay vergüenza, sino, remordimiento, dolor y… culpa. Se lame los labios, junta sus manos y comienza a moverlas, una manía que sigue haciendo desde que la conocí.

—Sin mentiras —espeto antes de que se quiera ir por la puerta fácil—. Una de las cláusulas es la total sinceridad.

Le recuerdo, eso hace que levante la barbilla y me mire directamente a los ojos.

—Fue mi novio en la preparatoria —responde con un deje de tristeza.

—¿Y lo sigues amando? —enarco una ceja con incredulidad.

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