Cada bofetada fue más fuerte y sonora que la anterior.
Cuando Emir le dio la última bofetada, Gavino cayó al suelo de nalgas. Se quedó helado. Estaba desconcertado.
«¿De dónde ha salido este lunático?».
Pero pronto recobró el sentido y las venas de su cuello se abultaron.
—¡Vete a la m*erda! ¡Si soy o no un hijo obediente, no es asunto tuyo! ¿Quién te crees que eres para meter las narices en mis asuntos?
—¿Quién me creo que soy? —Emir le lanzó una mirada gélida—. ¡Abre los malditos ojos y mira bien quién soy!
—Tú…
El bramido de Emir hizo que Gavino se quedara congelado en su sitio, y por fin estudió el rostro que tenía enfrente. Entonces un escalofrío sacudió su cuerpo.
La imagen del niño delgado de hace quince años empezó a superponerse a la del joven que tenía delante. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo parecidas que eran sus facciones.
—No… Eso es imposible…
Gavino negó de manera enérgica con la cabeza. Tenía el nombre de Emir en la punta de la lengua, pero no podía pronunciarlo en voz alta. Era demasiado absurdo.
—¿Sorprendido? —Se burló Emir—. Me acosabas mucho cuando éramos más jóvenes. Me meabas en los zapatos y me ensuciabas la ropa con acuarela. Incluso me convertiste en tu chivo expiatorio unas cuantas veces. Acabé siendo castigado por el señor Olivares en tu lugar. ¿Has olvidado todo eso?
¡Pum!
Gavino dio un paso atrás.
«¡Es él! ¡En verdad es él! ¡El Emir del que tanto me burlé ha vuelto!».
—¿Por qué no te mató el fuego? ¿Por qué has vuelto tan de repente? ¿Por qué estás aquí para fastidiarme la vida?
Gavino se puso nervioso y continuó:
—Hice todo lo que pude para ganarme el favor de esas mujeres, pero se negaron a verme como su hermano menor. Decían que tú eras su único hermano menor. Hice todo lo posible por quedar bien con el director y conseguí que me adoptara, ¡pero siempre habla de ti y solo de ti! Me esforcé tanto por convertirme en ti, ¡pero todos se negaron a darme una oportunidad! ¿Qué parte de mí no es tan buena como tú? ¿Sabías lo mucho que deseaba que estuvieras muerto?
Gavino hizo una mueca.
Justo en ese momento, la racionalidad lo abandonó. Giró sobre sí mismo para agarrar una barra de metal y blandirla contra Emir. Por desgracia, la respuesta que recibió de éste fue una patada relámpago.
¡Bum!
Antes de que la barra metálica de Gavino pudiera tocar a Emir, apareció una huella de zapato en su estómago y salió volando hacia atrás.
—¿Quieres saber por qué no serás tan bueno como yo? —Emir se acercó y miró de fijo a Gavino—. Es porque no intimidaré a los débiles. Porque no soy un desagradecido. Porque mis celos no se convierten en resentimiento. ¿Son razones suficientes para ti?
Las últimas palabras de Emir, pronunciadas en voz baja, golpearon a Gavino como un mazo. Eran principios básicos para ser humano, que él no poseía. Era un desagradecido y celoso, una persona despreciable que intimidaba a los débiles.
Tal vez esas palabras fueron demasiado para Gavino, que tosió con la boca llena de sangre y arrugó la cara de dolor.
Emir solo lo miró de fijo. No sentía piedad por él.
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