Vanesa se quedó dormida hasta esa tarde. Se despertó y salió de la habitación, vio que Santiago no estaba en la habitación y Adam tampoco.
Se rascó el pelo y salió.
Pero no sabía a dónde quería ir y se sentía un poco molesta desde anoche hasta ahora.
Anoche soñó con algo de hace mucho tiempo, de hecho, no lo recordaba originalmente, pero en el sueño todo se volvió tan claro de repente.
Discusiones, abusos, acusaciones, evasiones.
Todos eran malos recuerdos, de modo que, se seguía sintiendo ahogada cuando lo pensaba en ese momento.
Vanesa se sentó en el sofá del vestíbulo del hotel, se reclinó y miró fijamente a la puerta del hotel. Su mente estaba muy desordenada, como si hubiera mucha gente hablando de manera borrosa.
Sentía que no tenía adónde ir, si no fuera por Santiago y Adam, no sabría adónde iría después.
«¡Qué lamentable! ¿No?»
Después de sentarse así por un rato, Vanesa escuchó la voz de Adam y parecía un poco preocupado,
—¿Por qué saliste de repente? No te vimos a la vuelta y pensamos que te habían secuestrado.
Dicho esto, Adam ya estaba de pie frente a Vanesa.
—¿Ser secuestrada? Tranquilo, Adam, no soy tonta, ¿Vale? — sonrió diciendo Vanesa.
A Adam le gustó su forma de hablar, sonrió y se acercó a darle una palmadita a Vanesa,
—Venga, me gustas más así. Era realmente horrible verte tan obediente esta mañana.
Vanesa echó a un lado la mano de Adam y se puso de pie,
—Porque esta mañana aún no estaba despierta.
Adam miró a Vanesa de arriba abajo y aconsejó,
—Aún no te has recuperado del todo, no andes demasiado. Hay que descansar más.
Vanesa asintió y caminó hacia el ascensor.
—Ya veo. No me des la chapa. ¿vale?
Santiago estaba en la habitación y parecía que Adam era el único que estaba ansioso por su desaparición.
Vanesa entró directamente en la habitación.
Santiago vino después de un rato y dijo,
—Adam y yo ya hemos comido. Lo que quieras comer, puedes pedirlo a los asistentes del hotel.
Vanesa admitió y no dijo nada más.
Santiago parecía que no tenía nada que decirle, se dio la vuelta y salió.
Una estaba en la habitación y el otro en el salón, nadie hablaba.
Esta escena era muy parecida a los tiempos pasados, los dos no tenían nada que decir cuando estaban juntos.
Vanesa no había comido y Santiago no volvió a preguntar.
Vanesa exhaló en silencio, frunciendo la boca.
La llamada de Santiago no duró mucho, después de unas pocas palabras más, colgó.
Y en el salón permanecía en silencio, ninguno de los dos hizo ningún sonido hasta la puesta del sol.
Finalmente, fue Adam quien se acercó, dijo que iba a salir a comer y que venía a ver si los dos tenían algo que llevar, ya que volvían el día siguiente.
Adam entró en la habitación y luego asintió,
—Vanesita, lo tuyo es realmente simple —continuó—, ya te habría bajado la fiebre, ¿se sientes incomoda aún?
Vanesa negó con la cabeza y respondió,
—No, me siento genial.
Adam la hizo un gesto para salir,
—Vámonos a comer, la comida de esta noche está delicioso, que el avión de mañana es temprano y no tendremos tiempo para desayunar.
Vanesa se levantó, salió y vio que Santiago ya se había cambiado de ropa.
Ninguno habló y la atmósfera comenzó a volverse incómoda inexplicablemente hasta que llegaron a la planta del restaurante.
Tan pronto como los tres se sentaron, alguien se acercó.
Era César de Grupo Antolin, que vino solo y se sentó en dirección a Santiago,
—Presidente Santiago, por fin lo encontré.
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