La Cenicienta en un Amor Despistado romance Capítulo 125

Robin trató de persuadir a Mencía, pero no tuvo éxito, por lo que intervino diciendo: “Abuelo, por ahora necesitas quedarte en el hospital. Además, Mencía está haciendo su práctica aquí, por lo tanto le será fácil visitarte. La mansión está muy lejos del hospital, ¿de verdad quieres hacer que Mencía vaya y venga todo el tiempo?”

Fue entonces cuando el abuelo Florentino dejó de luchar y pensando en lo ocupados que estaban los chicos con el trabajo y cómo él estaba añadiendo a su carga, se sintió profundamente avergonzado.

“Mencía, no he considerado todo esto.” Dijo el abuelo Florentino mientras suspiraba y luego continuó hablando: “Estos días, he estado causándoles problemas a ti y a Robin. Está bien, seguiré su plan."

Mencía se sentía muy mal, pues el abuelo Florentino ya estaba en tal estado y aun así pensaba en ellos, por lo que dijo con el corazón roto: “Abuelo, no es así, no me importa cuán lejos estés, no me molestaría ir a verte, pero solo si te quedas en el hospital, tu salud estará mejor protegida. Yo quiero... pasar más tiempo contigo y que podamos conversar.”

“Ah, el abuelo entiende, ustedes son chicos muy considerados.”

El abuelo Florentino suspiró y dijo: “Si pudieran darme un bisnieto antes de que yo cierre los ojos, no tendría ningún arrepentimiento.”

Mencía y Robin se sintieron incómodos al mismo tiempo y se miraron, pero ninguno de los dos dijo nada.

Solo Mencía sabía que ya no podía tener ninguna relación con Robin, pues en ese momento, él no solo tendría un hijo con Rosalía, sino que además tenía una relación turbia con Minerva.

Sentía cada vez más que ella y él se estaban alejando.

¡Una vez que el abuelo muriera, ni siquiera tendrían una razón para verse!

Después de calmar al abuelo, salieron a descansar.

Mencía estaba pegada a la pared, cuando Robin llegó, frunció el ceño y le preguntó: “¿Puedes dormir bien así?”

Dicho eso, rodeó su delgada cintura y la atrajo hacia él.

Mencía luchó un poco y le dijo: “Robin, suéltame.”

Pero él la abrazó aún más fuerte.

Los labios de Robin rozaron una de sus orejas, causándole un escalofrío y luego escuchó la seductora voz del hombre en su oído: “Mencía, el abuelo quiere que le demos un bisnieto. ¿Podríamos cumplirle su deseo?”

Mencía se quedó helada y pensando en lo que había visto esa tarde, bajó la voz y le dijo: “Lo vi todo. Robin, no quiero ser una más en tu lista de mujeres.”

"¿Qué quieres decir?"

Robin la giró hacia él y sus ojos profundos la miraban fijamente mientras le pedía: “Explícame, ¿qué viste?”

Las pestañas temblorosas de Mencía ocultaban la tristeza en sus ojos mientras decía en voz baja: “Vi a Minerva subir a tu auto.”

Robin finalmente entendió, pero se rio, pues estaba visiblemente complacido.

Bajó la cabeza para besarla y le preguntó: “¿Estás celosa?”

“No.”

Mencía negó inmediatamente y dijo en voz baja: “Solo quiero que entiendas que ya no podemos estar juntos. Incluso sin mí, todavía tendrás a muchas mujeres, ¿por qué tengo que ser yo?”

Robin finalmente la soltó, apoyó las manos en su cabeza, miró al techo blanco y suspiró suavemente mientras le decía: “Algún día entenderás que nadie puede reemplazarte.”

Mencía no entendía lo que quería decir.

Se dio la vuelta, dándole la espalda, pero con los ojos llorosos.

Aunque estaban tan cerca, Mencía sentía que estaba muy lejos de él.

A la mañana siguiente, Mencía no se levantó temprano como de costumbre.

Robin ya se había lavado y cuando vio que ella seguía durmiendo, la despertó suavemente diciéndole: "¿No vas a trabajar hoy? Ya casi son las siete y media."

“No."

Mencía se frotó los ojos soñolientos, se levantó lentamente de la cama y le dijo: "Sería mejor pasar ese tiempo con el abuelo."

De todos modos, aunque fuera, nadie la dejaría hacer nada. En ese lugar se sentía como una persona extra, incluso si solo se sentaba allí, la gente se quejaría de que estaba ocupando espacio.

Parecía que Robin había adivinado lo que pensaba Mencía, por lo que sonrió y le dijo: "¿Quién sabe? Puede que haya una sorpresa si vas temprano al trabajo. Hazme caso y vete a trabajar."

Mencía lo miró desconcertada y le preguntó: "¿Qué sorpresa?"

Robin le revolvió el cabello con cariño mientras le respondía con otra pregunta: "¿No lo sabrás si vas?"

Con dudas, Mencía le preguntó nuevamente: "¿Me estás ocultando algo?"

Robin pensó que su inocencia la hacía especialmente adorable y en lugar de revelarle la sorpresa, la llevó al baño, le preparó la pasta de dientes, el agua y luego le dijo: "Date prisa en lavarte y cepillarte los dientes. Te prometo que tus problemas pronto serán cosa del pasado."

Aunque Mencía estaba escéptica, su curiosidad había sido despertada, por lo que después de lavarse y cepillarse los dientes, se dirigió a su oficina.

Había despertado tarde ese día y la reunión matutina estaba a punto de comenzar cuando llegó, pero dicha reunión ese día parecía ser diferente.

Además de Julio en el centro, los líderes del hospital también estaban presentes, incluyendo al director y a varias personas del departamento médico.

Minerva, con una expresión de derrota, estaba al lado de los líderes del hospital.

Mencía se alarmó, lamentando haber llegado tan tarde. Entró con cautela y se quedó en un rincón.

Julio la vio y dijo: "Mencía, ven aquí, junto a mí."

Mencía se sorprendió y rápidamente respondió: "No... no es necesario. Lamento haberme levantado tarde, no sabía que hoy los líderes vendrían a inspeccionar el trabajo."

Pensando que Julio estaba a punto de regañarla, se disculpó de antemano.

Sin embargo, el director dijo con una sonrisa: "Oh, entonces tú eres Cisneros. Ven aquí."

Mencía se quedó paralizada y temiendo una reprimenda, se acercó.

A las ocho en punto, comenzó la reunión.

Julio fue el primero en hablar: "Dra. Valles, cuéntanos."

Minerva, con la cara roja de vergüenza y con la cabeza baja, contó en voz baja lo que había sucedido esa noche.

Todos la miraban con asombro, sin creer que su negligencia hubiera retrasado el tratamiento del anciano.

Después de un largo silencio, Mencía finalmente dijo: "No te perdonaré, porque fuiste tú quien destruyó mi ideal de esta profesión y me obligaste a enfrentar esta oscuridad, pero te dejaré ir, porque me has mostrado cuánto me ama la persona que amo. Estamos a mano."

Minerva lloró de felicidad y le dijo: "Gracias, Mencía. Me iré de Cancún y nunca más volveré a aparecer ante ti. Por lo que hice antes, te pido perdón."

"Espero que en el futuro, puedas ser una doctora responsable."

Mencía se mordió el labio y dijo: "Estas palabras, en realidad, no deberían venir de mí, la estudiante. Al fin y al cabo, eres mi superior, pero esa era una vida, ¿realmente no te sientes culpable cuando estás sola en la noche?"

Minerva rompió a llorar y dijo con desesperación: "¿Cómo no iba a sentirme culpable? Desde que eso sucedió, no he dormido en paz. Cada vez que cierro los ojos, parece que veo la cara del anciano y siempre me despiertan las pesadillas."

Al ver a Minerva así, Mencía también podía percibir que realmente se arrepentía.

No quería hacerle el camino más difícil a Minerva, porque al menos ella le había mostrado cuánto Robin la amaba.

Siempre había estado detrás de ella, apoyándola en silencio.

Cuando Mencía salió de la sala de guardia y miró el brillante cielo a través de la ventana, la oscuridad de aquellos días parecía haberse disipado.

Cuando volvió a la oficina, todos se acercaron, preguntándole con curiosidad qué planeaba hacer con Minerva.

Incluso había personas que la empujaban a no dejar pasar a Minerva.

Mencía solo sonrió, pues no era una niña de tres años, por lo que podía distinguir claramente quién tenía buenas intenciones y quién solo quería ver el drama.

En el transcurso de un día, Minerva había finalizado su proceso de renuncia y había abandonado el Hospital Universitario La Salle con una apariencia decaída.

Aquel suceso, provocó un murmullo de asombro y pena.

En ese momento, con la salida de Minerva, el departamento de cirugía cardiovascular enfrentaba un nuevo problema.

¡No había suficientes médicos de guardia!

Como jefe del departamento, Julio dio el ejemplo y se ofreció voluntario diciendo: "Hasta que llegue el nuevo médico, también participaré en los turnos de guardia. Mencía, a partir de ahora, estarás de guardia conmigo."

Mencía estaba encantada, después de todo, al estar de guardia era cuando realmente se aprendía y los demás no podían evitar sentir envidia.

Algunas de las doctoras solteras no pudieron evitar exclamar: "¡Dios mío! Si pudiera estar de guardia con el profesor Jiménez, no me importaría pasar todos los días contemplando su atractivo rostro."

Otra colega respondió: "Yo también, siempre me cuesta dormir la noche antes de una guardia, pues me siento muy ansiosa, pero si el profesor Jiménez estuviera conmigo, definitivamente no estaría tan ansiosa."

Nunca se habían imaginado que después de tanto esfuerzo para llegar a donde estaban, terminarían envidiando a una interna.

Mencía no tenía idea de que estaba siendo el tema de conversación de tantas personas.

Lo único que sabía era que ese día se sentía más relajada que nunca, como si de repente todo se hubiera vuelto brillante y hermoso.

Después de su turno, fue directo a la habitación del abuelo Florentino en el hospital.

Al pasar por el jardín, incluso se tomó el tiempo para recoger algunas flores.

Incluso abuelo Florentino notó que su actitud era diferente a la de otros días, por lo que le preguntó: "Mencía, te ves muy feliz hoy ¿Sucedió algo? ¿No piensas contármelo?."

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