"¿Ahora mismo?"
Julio miró hacia el reloj colgado en la pared y dijo: "Bea acaba de dormirse. Mencía, ¿qué sucede?"
Mencía no respondió, solo insistió en que llevara a Bea hasta su casa.
Sin otra opción, Julio despertó a la pequeña de su cama y la llevó donde Mencía.
Bea no tenía ni la menor idea de que su perfecto plan, concebido con la complicidad de su hermano, fuera descubierto tan pronto por su mamá.
¿Debería decir la verdad?
Si confesaba, su hermano seguro la llamaría traidora al regresar.
Mencía, con una expresión seria, le dijo: "Te preguntaré por última vez, ¿dónde fue Nicolás?"
"Hermanito... él dijo que..."
Bea temía tanto la ira de su mamá que no pudo resistirse mucho tiempo y confesó: "Él dijo que iba a buscar a nuestro papá. Un niño de mi clase dijo que su papá era nuestro papá. Hermanito encontró la prueba de paternidad en el cajón de tu cuarto..."
Al escuchar a Bea, Mencía finalmente lo entendió todo.
Sin embargo, no esperaba que Nicolás tuviera el valor de hurgar en sus cosas y mucho menos que se aventurara a buscar a Robin por su cuenta.
Julio también estaba sorprendido; sentía que esa situación era más complicada que cualquier caso crítico que hubiera enfrentado como médico.
Además, no se imaginaba que los niños ya supieran que su verdadero padre era Robin.
En el fondo, ellos seguían anhelando a su verdadero papá.
¿Cómo podría aceptar que, hiciera lo que hiciera, los niños quizás nunca lo aceptarían?
Mencía, temerosa de que Nicolás corriera peligro en casa de los Rivera, perdió los estribos y, agarrando a Bea, le dio unos azotes en su trasero.
"¡Es que te he dejado hacer lo que quieres y no te he vigilado lo suficiente! ¡Por eso te has aliado con Nicolás para engañarnos, verdad!"
Su tono era severo y los golpes fuertes, haciendo que Bea llorara en el acto.
"¡Wuaa, mamá, no me pegues, yo me equivoqué!"
La pequeña, entre sollozos, dijo: "¡Solo queríamos encontrar a nuestro propio papá!"
Julio, que observaba la escena, no pudo más y, tomando a Bea en brazos, intercedió diciendo: "Mencía, ahora debemos pensar cómo traer de vuelta a Nicolás de casa de los Rivera. Bea... ella realmente no tiene la culpa. Al final, la responsabilidad es mía por haber subestimado la situación. No imaginé que Nicolás se atrevería a ir a casa de los Rivera."
En ese momento, Mencía se sentía totalmente desorientada, temiendo por la seguridad de Nicolás.
Aunque Robin no hubiera descubierto aún la identidad de Nicolás, ¿cómo podía confiar en que Rosalía, con su carácter malicioso, no le haría daño?
Justo entonces, Nicolás empezó a hablar con su vocecita infantil: "Señor, el desayuno de hoy no está rico, me gustaba más cuando lo preparaba la señora."
El corazón de Rosalía dio un vuelco, presintiendo que el niño no tenía buenas intenciones.
Nicolás continuó con una sonrisa: "Señor, creo que la comida de su esposa tiene un sabor especial, como de amor de madre, pero la comida de esta mañana no lo tiene."
El rostro de Rosalía se transformó; ese niño era un diablillo ante sus ojos.
Antes de que pudiera rechazar la idea, Robin le sugirió: "Si a Nicolás le gusta lo que cocinas, y no tienes mucho que hacer en casa, podrías prepararle algo de comer."
Aitor, escuchando desde un lado, intervino rápidamente: "¿De verdad? También me encanta la comida que prepara mamá."
Rosalía sintió que estaba a punto de explotar de la ira.
Comparaba a su hijo con el de Mencía y pensaba: ¡El hijo de ella sabía cómo defender a su madre, mientras que el suyo solo sabía cómo ponerle piedras en el camino!
Ella era la respetada Sra. Rivera, y en aquel momento se veía reducida a la cocinera de la casa, sirviéndole al hijo bastardo de Mencía en cada comida.
Solo de pensarlo, se llenaba de tanto odio que deseaba que el chico desapareciera junto con Mencía.
Cada vez más convencida, Rosalía sospechaba que el niño era un enviado de Mencía. De lo contrario, ¿cómo era posible que, habiendo notificado a Mencía la noche anterior, nadie hubiera ido a recoger a ese niño bastardo?
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