Elizabeth dejó salir un suspiro de alivio una vez que regresaron a la residencia Galicia, pues había ocurrido mucho ese día y ella aún no terminaba de procesar todo lo que sucedió.
Cuando ella estaba en el auto, ella estudió de manera detallada el rostro de Alexánder por el espejo retrovisor, pero no pudo distinguir bien su cara debido a que el auto estaba demasiado oscuro; ella no podía dejar de pensar en la razón por la que él intervino de esa manera, eso la mantuvo pensativa durante todo el camino a casa. Algo más característicos de él sería que se quedara quieto en alguna parte y solo observara.
«¿Será que él es el tipo de persona que no juzga un libro por su portada? ¿Podrá ser una buena persona en realidad?»
Elizabeth dejó de darle muchas vueltas al tema y decidió regresar a su habitación para poderse quitar el vestido de noche; se puso un conjunto de pijamas al viejo estilo con total calma para luego dirigirse al estudio de Alexánder. En su escritorio se encontraba una gran torre de documentos y varias fotos esparcidas por todos lados.
—Aquí tienes tu saco. Gracias por haberme ayudado cuando la necesité.
Alexánder le echó una mirada a la mujer que estaba parada en frente de su escritorio para luego contestarle de manera cortante:
—No es necesario que me lo regreses.
A lo que Elizabeth contestó:
—Si crees que está sucio, lo puedo mandar a una tintorería.
Alexánder levantó la cabeza para mirarla de manera directa.
—Yo ya no lo quiero —contestó lentamente.
Elizabeth sintió como si le faltara el aliento por unos segundos, después le respondió:
—¿Me lo estás entregando? En ese caso, lo tiraré a la basura —dicho eso, ella desechó el saco en el bote de basura.
Después de deshacerse del saco, ella dirigió su mirada a Alexánder, el cual ahora se encontraba sentado en el sofá, leyendo en silencio unos documentos en sus manos; Elizabeth se sintió ignorada al ver tal imagen. En un principio, ella quería darle una lavada al saco, regresárselo y así expresar su gratitud, pero parece que ella malinterpretó de más su acto de bondad. Ella se dio la vuelta para largarse, pero fue detenida por Daniel, quien se encontraba parado y sin moverse justo en la puerta.
—Con permiso —dijo ella de golpe.
Daniel giró su mirada hacia Elizabeth con mucho enojo cuando vio que el saco estaba en la basura.
—¿Tú hiciste esto?
Ante la extraña pregunta de Daniel, Elizabeth le respondió con una cara seria:
—¿Sí, por qué?
La persona en frente de ella perdió control de su temperamento de repente.
—¡Como era de esperarse de una pueblerina proveniente del campo! ¿Quién eres tú para imitar el estilo de vestimenta de Aylín? ¡Ja! Por poco me moría de la risa hace rato. ¿A caso no lo has captado por ti misma? Incluso las prendas más bellas jamás te harían ver mejor. Y ahora resulta que tiras el saco de Alexánder a la basura cuando regresas, incluso cuando te salvó de un momento aún más vergonzoso el día de hoy. ¿Tienes idea de cuánto cuesta este saco? ¡Págalo en este preciso momento!
Elizabeth ya no tenía las fuerzas como para discutir con Daniel después de un día tan agotador, pero ella no podía soportar más que él la siguiera llamando «pueblerina». Elizabeth empujó de su camino a Daniel, tomó un talonario de cheques de su dormitorio y tomó un cheque de este, luego se lo entregó a Daniel y le dijo:
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