La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 181

La persona que estaba frente a Albina no era otra que la señora Espina.

A diferencia de antes, hoy la anciana llevaba una sonrisa en la cara, pero no se sabía si se trataba de una sonrisa forzada, su rostro, que ya era viejo, estaba lleno de arrugas. Bajo la luz tenue, se parecía a un fantasma en una película de terror, dando bastante susto a la gente.

Albina se cubrió el pecho, sobresaltada, con el corazón latiendo violentamente.

—Albina, por fin has vuelto. He estado esperándote de pie en tu puerta tanto tiempo que se me han entumecido las piernas —la anciana dijo mientras se le acercba a la chica para tirar de la mano usando el bastón.

Notando su actitud extraña, Albina la esquivó, la miró con y preguntó:

—¿A qué vienes? ¿Cómo sabes que vivo aquí?

Albina ya se enteró de que las noticias se había hecho en viral en las redes sociales y había atraído la atención de los supriores. Como resultado, Ramon fue echado de su puesto y casi perdió toda su fortuna para evitar a duras penas ser puesto en la cárcel.

«Ya que la anciana ha podido armar un alboroto en la empresa, ya deberá saber que este asunto tiene algo que ver conmigo. No obstante, ¿por qué me tratas con tanta amabilidad ahora? Debe haberme buscado con alguna intención.»

Al instante, se le pasaron muchas especulaciones por la cabeza a Albina y finalmente se le ocurrió Umberto.

Para ella, Umberto era solo Umberto, pero para aquellos insaciables de la familia Espina, él era un pez gordo del que querían sacar provecho.

Después de saber claramente el motivo verdadero de su abuela, Albina se quedó menos tensa.

Percibiendo la actitud poco amable de su nieta, la señora Espina se puso muy enfadada en el fuero interno, pero aun así mantuvo la falsa sonrisa en la cara y dijo:

—Soy tu abuela, ¡está claro que sé dónde vives! Mira, Umberto es tan adinerado, pero solo te compró un apartamento viejo, que es mucho más humilde que tu casa de antes.

Albina soltó una risotada y dijo con cierta impaciencia:

—Abuela, dime directamente lo que quieras y no des tantos rodeos.

Hoy ella había tenido un día muy ajetreado y estaba muy cansada, por eso no tenía tanta energía ni tiempo para escuchar esas tonterías hipócritas de la anciana.

—Albina, mis piernas ya están adormecidas, ¿puedes dejarme entrar y hablaremos? —la señora Espina se dio unos golpes suaves en los muslos y miró a su nieta con algo de expectación en los ojos.

Hoy ella había venido con una tarea. Mientras Albina la dejara internarse en la sala, ella podría quedarse allí molestándola insistentemente. Su nieta no podía echarla de la casa, ¿verdad?

Cuando pudiera vivir aquí, la señora Espina planearía cuidar atentamente de Albina con amor y dulzura, porque creía que de esta manera, Albina, que tenía un corazón tan blando, definitivamente la aceptará de nuevo. Hasta entonces ella misma y la familia de su hijo mayor podrán seguir llevando una vida lujosa como antes.

Albina ojeó la espalda encorvada de la pobre anciana y vaciló un momento antes de sacar las llaves del bolsillo.

Justo cuando la anciana esbozó una sonrisa feliz, Albina abrió la puerta rápidamente, entró y la cerró de golpe.

La anciana, que aún no había tenido la oportunidad de entrar, se quedó estupefacta al instante, mirando la puerta cerrada con una expresión atónita.

«¡Maldita Albina! ¡¿Cómo te atreves a dejarme afuera de la puerta así?! Bastarda ingrata, igual que tu padre, ¡¿has nacido para cabrearme?!»

Mientras la anciana maldecía en su corazón, la puerta se volvió a abrir de repente desde el interior.

Albina asomó la cabeza por la puerta y capturó la expresión fea de su abuela por la extrema ira. Aquel rostro horrible, bajo la escasez de la iluminación, se parecía bastante a la cara de un fantasma maligno.

Albina hizo una mueca de burlas y dijo mentalmente:

«Abuela, sé que solías estar rodeada de reverencias y adulaciones de otros, y que te debe haber sido bastante difícil rebajarte delante de mí. Pero, ya que tienes algo que pedirme, ¿no puedes aguantar esto durante un rato?»

Luego, volvió a la sala, sacó una silla y la señaló mientras hablaba:

—Abuela, si te sientes cansada, siéntate en la silla para descansar un poco. No te dejaré entrar en mi casa porque no confío en tu cualidad personal.

La expresión de la señora Espina se volvió más fea al oír las palabras de su nieta lista.

«No esperaba que esta maldita chiquita me tuviera tanta guardia. Parece que tengo que encontrar otra manera para que ella me deje vivir aquí con ella voluntariamente.»

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