La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 39

—¿Qué pasa?

Umberto miró inexpresivamente a los espectadores de su alrededor.

Entonces esas personas sabían que iban a decir algo que no podían escuchar, por lo que se dispersaron en seguida, dejando un gran espacio abierto para los dos.

Yolanda respiró aliviada, porque sus siguientes palabras serían ciertamente inapropiadas para que alguien las escuchara.

—Lo he pensado bien, no planeo romper nuestro compromiso de matrimonio, no importa si te gusto o no, no cambiaré mi decisión. Creo que mientras estemos juntos, tarde o temprano, descubrirás lo bueno que soy y haré todo lo posible para que algún día sentirás algo por mí.

Sus ojos estaban llenos de ternura y miraba a Umberto con admiración, su gesto era extremadamente firme.

Al escuchar esto, Umberto se molestaba mucho, no esperaba que después de tanto tiempo, ella seguía diciendo las mismas palabras.

—Yolanda, ya te dije que no siento nada especial por ti, eso no es cuestión de tiempo y punto.

Yolanda no estaba convencida:

—¿Y qué hay de Albina? Al principio ella tampoco te gustaba, pero después de tres años de vivirse juntos, ya estás enamorado de ella, ¿cierto?

Los ojos de Umberto se quedaron fríos e indiferentes, empezó a recordar su primer encuentra con Albina.

En realidad, ese sentimiento especial no nació después de los tres años, sino que provino por su primer encuentro con ella para ser preciso.

Era una noche fría y nevada, estaba sentado en el auto y vio a Albina arrodillada al costado del camino sosteniendo a su madre.

Tenía muy mal aspecto, pero la veía tan pura como un ángel que sufrió las perdidas de sus alas y cayó al mundo de los mortales. Con solo esa mirada, ya no pudo olvidarla.

Si no fuera por ese sentimiento tan especial sobre ella, no se casaría ni la protegería durante tres años, ignoraba los obstáculos de su ceguera y su antecedente familiar ordinario.

Durante esos tres años, nunca había admitido este sentimiento, solo se persuadía a sí mismo que casarse con ella era solo para salvar a Yolanda. Desde que Albina había desaparecido, se quedaba cada vez más consciencia de sus verdaderos sentimientos.

Si quería que Albina le hiciera una transfusión de sangre a Yolanda, habría miles de formas de obligarla a hacerla, esforzándola, utilizando a su madre como amenaza... En fin, no tenía por qué casarse con ella y vivirse juntos durante tres años.

Umberto no quiso decir más, solo la miró con frialdad:

—No, tú y ella son muy distintas.

Yolanda estaba muy enojada y le preguntó con cara enrojecida:

—¿Por qué? También soy una mujer como ella y mi familia es mucho mejor que la de ella, puedo brindarte muchas ayudas, pero ella no tiene nada, incluso si sus ojos estén curados, es solo una huérfana, no te brindará ninguna ayuda...

Umberto miró de inmediato hacia ella después de escuchar esto, sus ojos estaban fríos:

—Yolanda, tengas cuidado de lo que hables, aún no han descubierto toda verdad sobre la muerte de la madre de Albina y tú también eres una de los sospechosos, eres la persona menos calificada para meter en eso.

Yolanda se sobresaltó, su espalda estaba cubierta de sudor frío, rápidamente bajó la cabeza y fingió ser agraviada para esconderse el pánico en sus ojos.

«Ha pasado un año, ¿Umberto sigue investigando en eso? ¡No puede ser!»

Estaba muy confundida, pero no demasiada preocupada, creía que lo hizo muy en secreto, y él jamás descubriría la verdad.

Yolanda continuaba insinuándose a sí misma hasta que su corazón se calmó nuevamente, luego miró en dirección a Albina.

Ella estaba hablando con Miguel y muchas personas se atraían por su sonrisa encantadora y su hermoso rostro, hasta la misma Yolanda que la odiaba y envidiaba tanto, tenía que admitir que ella realmente era una belleza para todas aquellas que la habían visto.

«Fue esa cara que sedujo a Umberto, ¡perra sin vergüenza!»

El rostro de Yolanda se volvió verde, y cuando giró la cabeza, vio que Umberto también miraba a Albina con ojos muy suaves que jamás había visto. Entonces apretó los puños con mucha fuerza, las uñas se metieron en sus palmas, pero no sintió ningún dolor.

Ahora lo más importante sería evitar que la relación entre Albina y Umberto se mejorara. Sonrió vagamente y le dijo:

—Umberto, hablaremos lo de compromiso más tarde, necesito tiempo para pensarlo bien, pero en este banquete, quiero quedarme a tu lado.

Después de pensarlo un segundo, Umberto le respondió con voz indiferente:

—Como quieras.

Mientras ella no tirara su brazo o lo tocara, no le importó dónde se ubicara.

Yolanda estaba contenta, se quedó a su lado, mostraba una suave sonrisa en su rostro, giró su cuerpo ligeramente hacia su lado y le decía algunas palabras de vez en cuando, Umberto le respondía brevemente. Sin importar cómo se reaccionaba, ella siempre bajaba la cabeza y sonría tímidamente, los dos se veían bien íntimos para los demás.

A otro lado, Albina le explicaba ansiosamente a Miguel:

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