Las amantes del Señor Garret romance Capítulo 8

Mientras coloco los platos y las copas en la mesa, Ian abre una botella de vino blanco. Vierte un poco en una de las copas y me la pasa.

-Pruébalo.

Doy un pequeño sorbo, el sabor del vino invade toda mi boca, es afrutado y delicioso. El mejor que he probado nunca.

-Está riquísimo ¿Dónde lo has comprado?.-miro la etiqueta de la botella buscando más información. Domaine de la Romanée Conti. Jamás había escuchado ese nombre, pero mi dominio del alcohol es tan extenso como el de la cocina.

-En Francia.- sirve un poco más en mi copa.

Termino de colocar todo. Mirando la cena y ese vino, podría imaginarme que estoy en una cita con él. Que somos una pareja normal y corriente disfrutando de una noche juntos, pero ese ser maligno de mi interior se ríe a carcajadas por mi estupidez.

-Me gustaría llamar a Dorotea, por lo de su hijo, pero no tengo su número.

-Claro.- busca su número en el móvil y gira la pantalla hacia mi.

Lo anoto en mi agenda y pulso el botón de llamada.

-¿Si?

-Soy yo, Emma. ¿Cómo está tu hijo?

-Ha tenido un accidente de moto, pero está bien gracias a dios. Tiene que estar ingresado tres días.

Puedo sentir la pena en su voz. Si yo fuera madre y mi hijo hubiera tenido un accidente, no lo dejaría solo en el hospital ni un minuto. Ella debe sentirse igual.

No se la gracia que le hará a Ian, pero no me importa, esta mañana me propuse ser más valiente y temerlo menos.

-Quédate con tu hijo. Dime lo que tengo que hacer y lo haré.

-No se si le va a sentar bien al señor Garret.

-No le importa.- bajo un poco la voz y me alejo de la mesa.- está aquí conmigo y no le importa.

Espero que no me haya escuchado. No quiero ni girarme hasta haber colgado el teléfono.

-¿En serio?-rompe a llorar.- En tres días estoy allí. Muchas gracias cielo.

Vuelvo a la mesa como si nada extraordinario hubiera pasado. Bebo un sorbo de vino antes de mirarlo. Es increíble que aunque luche contra lo que me provoca, sienta estos nervios en mi estómago cada vez que tengo que decirle algo. Cuando clava sus ojos azules, fríos como el hielo en mi, hace que me vuelva pequeña, minúscula.

-¿Acabas de dar el día libre a mi asistenta?-pregunta.

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