—¡Ya quisieras! —Zamira prefería morir antes que aceptar tal condición.
—Bien. ¡Solo espera y verás!
Dariel sonrió insidiosamente antes de darse la vuelta para marcharse. Al notar la tez pálida de Zamira, Leandro le agarró la mano y preguntó:
—Zamira, ¿qué pasó? ¿Quién era ese tipo?
—¡No es nada! —negó Zamira sacudiendo la cabeza.
Sin embargo, ella sabía que Dariel no dejaría las cosas así, por lo que siguió caminando preocupada. A mitad de camino, un gran grupo de personas los rodeó de repente a los cuatro. Eran miembros del equipo de seguridad y cada uno les apuntaba con una pistola. Zamira se asustó mucho. Su rostro palideció mientras agarraba con fuerza la mano de Leandro. Del mismo modo, Aarón y Catalina estaban aterrorizados, ya que sabían que era la venganza de Dariel.
El líder del grupo, vestido con traje de combate, los miró con ojos impasibles y despiadados a través de las gafas protectoras.
—Señor Jáuregui, ¿es este el criminal del que hablaba?
—¡Sí, Señor Lamas! —respondió Dariel—. Este tipo acaba de salir de la cárcel. ¿Cómo es posible que pueda asistir a un banquete como este? ¡Sospecho que está tramando algo! ¿Puede usted permitirse asumir la responsabilidad si algo sucediese aquí esta noche?
—¿Qué? ¿Es eso verdad?
Hernán Lamas, el segundo al mando en el equipo de seguridad, era el responsable de la seguridad en el banquete y no sabía cómo habían logrado entrar. Dariel miró a Zamira con satisfacción y luego le dijo a Hernán:
—No importa cuál sea la situación, Señor Lamas, ¡sugiero que lo arrestemos primero! ¡Tenemos que evitar cualquier riesgo posible!
—¡Claro! ¿Cómo pudo asistir a este banquete justo después de salir de la cárcel? ¡Comprueben primero sus invitaciones! —dijo Hernán con impaciencia.
Zamira y sus padres se quedaron boquiabiertos: «¿Qué tarjetas de invitación? ¡No tenían ninguna!».
—¡Entreguen las invitaciones! —dijo Dariel con prepotencia.
—No las tenemos —respondió Leandro plácidamente.
—Ja, ja, ja. ¿Ha oído eso, Señor Lamas? ¡No tienen ninguna invitación! Sin dudas, aquí hay algo que huele mal. —Dariel estaba eufórico al escuchar que venían sin ninguna invitación.
—¡Arréstenlos! —ordenó Hernán.
En ese momento, Zamira estaba aterrada: «Mamá, papá y yo estaremos bien, incluso si nos arrestan, pero Leandro con seguridad será víctima de la manipulación de Dariel y lo enviarán a la cárcel de nuevo».
—¡Espera! Entramos por el control de seguridad. ¿Qué te hace pensar que no tenemos derecho a estar aquí? —dijo Zamira indignada.
—¡Eso es imposible! —dijo Dariel con desprecio—. Es obligatorio tener una invitación para entrar en este lugar. Incluso el anfitrión del banquete de hoy, el Guerrero Supremo, necesita una invitación. Algo no está bien si no hay invitación.
—Sí, eso también es verdad —dijo Hernán con seguridad, sabiendo que todos, incluidos los magnates, debían tener invitaciones—. ¡Llévenselos!
Aarón y Catalina apretaron los ojos horrorizados. Zamira también estaba muy asustada.
—¡Acepta tu destino, Zamira! —Sonrió Dariel satisfecho—. ¡Este es el resultado de tu rechazo!
—¿Quién te dijo que se necesita una invitación para entrar? —preguntó Leandro súbitamente.
Todos se detuvieron y lo miraron con sorpresa. Justo en ese momento, Zamira tiró de las mangas de Leandro para indicarle que dejara de hablar mientras Aarón y su mujer parecían aún más horrorizados por la pregunta de su yerno: «¿Se está preparando para el desastre?». Leandro se limitó a darle unas palmaditas en los hombros a su esposa.
»Confía en mí de nuevo, por favor.
—De acuerdo —asintió Zamira.
Después de eso, la mirada de Leandro se posó en Hernán.
—Llama a tu supervisor y pregúntale si Leandro Gutiérrez puede entrar sin invitación.
—Ja, ja, ja. ¿Será retrasado? ¿Quién se cree que es? —Dariel y sus compañeros se rieron a carcajadas.
Hernán, que estaba enojado por las palabras de Leandro, hizo lo que le pidió.
—Bien, le preguntaré al líder del equipo si lo conoce.
De pie junto a ellos, Dariel sonrió con ganas y se alegró de ver a Leandro hacer el ridículo. Para entonces, mucha gente se había reunido en torno al alboroto, lo que hizo que Zamira y sus padres bajaran la cabeza avergonzados: «¡Esto es una vergüenza!».
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