— Eres una niña fea y grasosa
— Nadie te quiereeee
— Adriana la taradaaaa
Los niños podían ser muy crueles, aunque estos tenían unos doce años...estaban más cerca de la adolescencia que de la niñez.
Igual Adriana estaba acostumbrada. Toda su vida fue así.
Se levantó con dificultad ya que le dolían las posaderas del golpe. Se sacudió el polvo y acomodó su ropa.
Tomó su mochila, se levantó y se la colgó de su hombro.
También tomó los lentes que afortunadamente no se habían vuelto a romper. Provisionalmente los estaba usando con cinta hasta poder tener unos nuevos.
Volvió a su casa pateando piedras por el camino. Siempre había sido víctima de ellos, era pequeña y muy delgada para su edad...y leía mucho. Lo cuál la hacía el bicho raro de la clase. Y siempre había sido igual.
Cuando era más pequeña leía Julio Verne, Mark Twain.
Pero a medida que se hizo más grande no había límites para su mente, desde los clásicos, pasando por Shakespeare y hacía poco había descubierto al Marqués de Sade. Aunque claro, también llevaba en un pedacito de su corazón a Janet Austen.
Su madre seguro ya estaría en casa, pues el restaurante en el que trabajaba solo cubría el turno del mediodía. En realidad no necesitaban el dinero, sus padres eran muy jóvenes cuando se casaron pero León -su padre- se había metido en el ejército, trabajaba en ese momento como soldado para la OTAN y ganaba buen dinero.
Cuando se acercaba más a su casa vió un Jeep militar y fue corriendo ¿ Su padre ya estaba allí??? Su corazón se aceleró de la emoción.
Abrió la puerta de la casa de par en par y en la pequeña sala estaban tomando algo su padre, su madre y otro hombre que no había visto jamás en su existencia, también era militar por lo que podía ver ella.
— ¡Adriana, mí niña!
Dijo León y abrió los brazos, ella soltó su mochila y fue corriendo para ser envuelta en un abrazo, y levantada por los aires.
Adriana en ese momento llegaba a duras penas al metro 40 y pesaba poco más de treinta kilos, pero bueno, era una niña delgadita.
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