Apolo pasó el rato con Noela. Cuando volvió, ya había pasado una hora.
Nada más entrar, vio a Delfino sentado en el vestíbulo. Delfino cruzó las piernas y se sentó despreocupadamente, ya que parecía bastante relajado.
Apolo no sabía que Delfino estaba tramando. Corrió a sentarse junto a Delfino y le preguntó:
—¿Dónde está Yadira?
Delfino levantó los ojos y dijo:
—Se quedó dormida.
—Bueno —Apolo acababa de llegar. Caminaba con prisa, por lo que aún sentía un poco de calor. Se tiró del cuello, se desabrochó la camisa y se dirigió al criado:
—Dame un vaso de agua.
El criado le llevó agua a Apolo.
—Gracias —Apolo tomó un sorbo y recordó lo que había hecho antes. Pidió a Delfino con alegría:
—Después de salir, ¿de qué hablaron tú y Yadira?
Apolo pensó que había hecho un buen trabajo, y Delfino debería agradecérselo.
Al oír esto, Delfino miró a Apolo con una leve sonrisa:
—¿Quieres saberlo?
A Apolo le pareció que la expresión de Delfino daba miedo. Sujetó el vaso con firmeza y se fue al otro lado. Tras retirarse a una zona segura, dijo con cautela:
—Yo... no quiero saberlo.
Delfino se levantó y dijo en tono serio:
—Vamos. Te lo diré.
Apolo miró a Delfino con desconfianza. Delfino parecía muy serio, y no podía saber qué estaba tramando. Tenía curiosidad por saber qué haría Delfino en realidad, pero temía que Delfino le diera una paliza. Era demasiado difícil decidirse.
Delfino dio unos pasos y se giró para ver que Apolo no le seguía. Dijo:
Tras unos cuantos asaltos de lucha, Apolo se tumbó en el suelo y se hizo el muerto:
—No puedo seguir. Estoy muerto.
—¡Vamos, tío Apolo! —La suave voz de Raquel llegó de repente desde la esquina.
Apolo y Delfino miraron y vieron a Raquel sentada en un banco con un caramelo en la boca. Sus cortas piernas se balanceaban de un lado a otro y su cara estaba llena de excitación.
Apolo movió la boca:
—¿Te alegra ver que tu padre me pegue?
—¡Papá es increíble! —Raquel miró a Apolo y le dio a Delfino un pulgar hacia arriba con una sonrisa.
Apolo seguía tumbado en el suelo, apoyando la cabeza en una mano. Dijo con seriedad:
—Raquel, todavía eres una niña. Cuando un niño ve que los adultos se pelean, normalmente se asusta y llora. ¿Sabes?
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