—¿La cadena de capital se rompió? —Noela le miró con incredulidad:
—¿Cómo es eso? ¡Hace sólo unos días que has vuelto! Sé que el mercado está en recesión estos días y que los Álvarez se vieron algo afectados. Pero esto es demasiado.
Los Álvarez eran poderosos y ricos, tanto como los Dominguez. Las dos familias ascendieron al mismo tiempo y ambas estaban en la cima.
Los Álvarez tenían sus propios socios comerciales. No habría sido un problema mantener la empresa en orden, a pesar de la disminución de los beneficios.
—No sé cómo ha acabado así —Pascual sacudió la cabeza y luego se quedó en silencio.
Noela sintió que le pasaba algo. Parecía que estaba bajo demasiada presión.
Noela no pudo evitar preguntar:
—¿Cuánto?
—Más de 800 millones —dijo Pascual.
—¿Tanto? —Noela se dio cuenta de que algo iba mal:
—Pascual, ¿me estás ocultando algo?
—Yo... —Pascual dudó, preguntándose qué decir.
—Entonces habla conmigo cuando lo hayas pensado bien —No habrían llegado a nada si Pascual siguiera así.
Ni siquiera sabía en qué andaba Pascual.
¿Cómo pudo hacer semejante lío con los Álvarez?
Noela se levantó con la hoja de papel que le había dado Pascual en la mano:
—Por cierto, no quiero que Apolo lo sepa de verdad, pero no puedes amenazarme con ello. Si realmente quieres decírselo, adelante.
Aceptó favores de sus amigos, pero definitivamente no aceptó amenazas.
Pascual parecía avergonzado. Miró a Noela y se quedó sin palabras.
Noela no se fue sin más. En vez de eso, fue al cuarto de la señora.
Se puso delante del inodoro y rompió la hoja de papel en pedazos. Apretó el botón de la cisterna y vio cómo los trozos se desprendían poco a poco. Luego se marchó.
Se lavó las manos y se miró cansada en el espejo.
Sintió un repentino agotamiento y echó mucho de menos a Apolo.
Noela los alcanzó.
Salió siguiéndolos hasta que la mujer se metió en un coche y se fue. Entonces el hombre sacó su teléfono.
El teléfono de Noela sonó en el siguiente segundo.
Se situó en las sombras, donde no pudiera ser detectada, y contestó al teléfono.
Dijo tranquilamente:
—Hola.
—¿Qué pasó, cariño? ¿Me has echado de menos? Todavía estoy trabajando en la empresa.
Noela miró al hombre que estaba allí y preguntó en tono suave:
—¿De verdad estás trabajando?
El hombre sonrió al teléfono:
—Por supuesto que sí.
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