Mi Chica Melifluo romance Capítulo 140

Todo el piso se calmó cuando Alberto tiró de Dulce hacia su habitación y la empujó hacia la cama, cogiéndole de los brazos y mirándola de arriba abajo, un momento después, una luz juguetona surgió en esas pupilas oscuras.

—¿Quieres lavar tu ropa? Vamos a limpiarte.

Señaló el baño con un dedo, varias veces en rápida sucesión.

—Vamos, entra y lava tu ropa.

Dulce se frotó la cara, se levantó y realmente entró.

Mientras no estuviera en la misma habitación que él, ¡incluso si se le dijera que recogiera los ladrillos e hiciera el trabajo duro que se sentía bien!

—¿Dónde está la ropa?

Entró, miró a su alrededor y le preguntó con un giro de cabeza.

—Mi ropa está en mi cuerpo y huele a perfume de otras personas, lo cual es incómodo. La ropa de tu cuerpo también debe lavarse. Tienes el olor de otros hombres y debes lavarse.

Entró con pasos lentos, desabrochando y tirando del cinturón, lento y opresivo.

—Lávate tú.

Dulce sabía que había sido engañada por él de nuevo.

—Dulce, ¿eres desobediente?

La detuvo con una mano y le pellizcó ligeramente la carita, haciendo que le mirara.

Dulce miró el charco de espuma blanca, frustrada y apenada por no poder hacer una cosa tan pequeña.

La muñeca de Alberto dio la vuelta, le pellizcó la cintura con una mano y con la otra le levantó levemente la barbilla, dejándola mirarse en el espejo. Su corpiño estaba empapado con un poco de agua y pronto se filtró a través del material, aferrándose a su pecho, envolviendo unos pechos regordetes y perfectos que se apuntalaron un poco, un poco, mientras respiraba...

—Dulce, dime, ¿qué vas a hacer?

Dulce le entendía muy bien, no sabía cocinar ni lavar la ropa, no podía adaptarse a trabajar ni ser una esposa...él le estaba diciendo que era una inútil, que le había dado el refugio que tenía hoy para que no tuviera que vivir en la calle.

En el espejo, sus pupilas se estrecharon ligeramente, sus labios se alzaron en unas sonrisas burlonas, sus dedos desabrocharon su camisa una a una, luego pellizcaron los dos cuellos y los despegaron.

Sus movimientos fueron un poco pesados, y Dulce se echó un poco hacia atrás, apoyándose en sus brazos, con las manos hacia atrás, haciendo que sus pechos resaltaran aún más. Y él levantó las cejas y le subió la ropa interior de seda lila, un par de pechos que se mostraban delicadamente en el espejo.

Tímida y enfadada, Dulce cerró los ojos, sin atreverse a mirar su reflejo en el espejo.

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