Dulce se lavó la cara y abrió la puerta.
—¿Qué te pasa? ¿Conoces a Pablo? ¿Te ha perseguido?
Alicia la miró de arriba abajo sospechosa.
—No.
Dulce sacudió la cabeza y volvió a la cocina para preparar la comida.
Hizo dos platos sencillos, gazpacho y tortilla de patatas. Alicia los hurgaba con los palillos con asco, mientras hacía comentarios sobre el sabor y el olor.
—Eres una cocinera terrible...
Finalmente cogió el cuenco y empezó a comer.
Tenía tanta hambre que se lo comió todo. Al final, Alicia bebió media botella de vino y se fue a dormir.
«¡Es una bendición ser tan caprichosa como Alicia!»
Después de limpiar la habitación y lavar la ropa, Dulce cerró la puerta y se fue.
No había pensado que algún día aprendería a cuidar de los demás. La vida la había cambiado.
Había tardado veintitrés años en crecer y sólo seis meses en madurar. En el futuro, tenía que ser fuerte.
Las calles estaban llenas de coches. Las luces de las estrellas y lámparas de neón iluminaban el bullicioso mundo. Dulce cruzó la calle y entró en la estación de metro para familiarizarse con todas las líneas de metro.
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