Mi Chica Melifluo romance Capítulo 17

El bikini, del color del arco iris, apenas podía envolver sus rollizas e importantes partes.

Los largos dedos de Alberto se deslizaron por la parte baja de su espalda hasta llegar a sus piernas, provocando en ella un suave estremecimiento a cada contacto. Cuando los labios de él se imprimieron en la parte baja de su espalda, Dulce no pudo evitar empujar su mano y tratar de alejarse.

—No te escondas —Inmediatamente, sus brazos se apretaron a su alrededor, sus dedos se engancharon alrededor de la fina banda de su bikini y, con un suave tirón, el sedoso trozo de tela se desprendió.

—Ah... —gritó suavemente, agachándose a toda prisa.

Pero al hacerlo, un par de blancos y grandes pechos cayeron sobre sus labios, y él abrió la boca y mordió a través de la tela.

—Ah...

Volvió a chillar en voz baja, luchando como un gato sujetado a la fuerza, pero no pudo soltar los dientes del lobo gris.

Se inclinó hacia atrás y ella se echó encima de él, con su cuerpo suave y joven apretado contra su pecho, mientras los dedos de él recorrían su espalda hasta llegar a sus caderas.

Con un suave grito, se abrió de piernas y se sentó en la parte baja de su hipogastrio. Sus ojos se abrieron de par en par y se cerraron rápidamente. La posición la hizo querer desmayarse de vergüenza.

—Ve, toma la iniciativa.

Con un movimiento de su mano, la tenía sobre su pecho, sosteniendo sus caderas hacia arriba y tragando lentamente hacia adentro.

Ese proceso seguía doliendo, poco a poco... desgarrando su trasero, haciéndole reprimir un gemido bajo.

—Me duele...

—Aguanta, Dulcita.

—Señora, el señor Moreno me pidió que la llevara al aeropuerto.

—¿El aeropuerto? —Dulce estaba un poco abrumada.

—Sí, el Señor Moreno se ha ido corriendo a Francia, así que vuelva usted primero, señora.

Iván abrió la puerta e hizo el gesto de invitación, con un rostro cortés y distante. Otro asistente entró, recogió sus cosas y cerró la cabina.

Dulce solo se subió al coche, el coche salió del pequeño lago, giró la cabeza para mirar la cabaña, el viento del lago movía las hojas, la maravillosa vista se alejaba cada vez más, todo era como un sueño... ¡incluso dudaba si existía una persona como Alberto!

Alguien la recogió en el aeropuerto, le dio las llaves de La Mansión Dulce, así como la llave del coche, y se fue inmediatamente. Dulce arrastró su maleta y tuvo sentimientos encontrados.

¿Era ella la que se casaba, o se había vendido? ¿Qué pretendía Alberto cuando apareció de golpe, le dio dos noches de placer y luego desapareció sin decir nada, sin que ella supiera siquiera cómo encontrarlo? Buscando la emoción del juego, o...no se le ocurrió ninguna explicación fiable...

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