Mi Chica Melifluo romance Capítulo 21

El olor de alcohol se extendía por toda la planta de hojas verdes y ella arrugó la nariz mientras se apoyaba en la pared...

De repente, un par de brazos la rodearon y antes de que pudiera gritar de sorpresa, sus labios fueron mordidos por el hombre... Tras el pánico, rápidamente olió el aroma del hombre.

Alberto.

—¿Te atreves a besar a otra persona y conocer las consecuencias? —Tardó en soltar sus labios y le susurró al oído.

—Tú... —Antes de que pudiera pronunciar una palabra, sólo sintió un ardor en el pecho cuando su mano entró.

—¿Qué, quieres que te vean así...?,— le rascaron los dedos, la cálida y suave sensación desbordó sus palmas.

—Ah... —Dulce gimió suavemente un par de veces y lo miró con rabia.

Estaba tan oscuro que sólo el sonido de su aliento le rociaba la cara.

—¿Me has echado de menos? —Le mordisqueó la oreja y le preguntó en voz baja.

—No —Ella respondió enfadada.

—Qué pena —Sus dedos usaron la fuerza, agarrándola un poco dolorosamente, pero con la otra mano le levantó la pierna, su larga y delgada pierna tanteando entre sus piernas y frotando suavemente su punto oculto.

—No hagas eso —Dulce se sonrojó, temiendo que cuando se encendieran las luces, todo el mundo viera su aspecto en ese momento.

—¿Cómo qué? ¿Así? —Pasó sus dedos, deslizándolos un par de veces sobre lo que poco a poco se estaba mojando, luego los levantó a su nariz, Dulcita, estás excitada y dices que no me quieres.

—Tú...,—dijo Dulce con una mezcla de vergüenza y molestia.

—¿Señora Dulce? —La voz de Sergio sonó.

Alberto dejó su copa de vino, se levantó y dijo con pereza, sin mirarles siquiera, se dio la vuelta y se fue.

La puerta se cerró, Rafael cogió la botella de vino que había en la mesa de café y la golpeó con fuerza, haciéndola pedazos contra la enorme pantalla LCD que tenía delante, y... los cristales rotos salpicaron en todas direcciones...

—¡Ah! —Las mujeres gritaron y huyeron hacia un lado.

Rafael señaló la puerta y gritó a Sergio.

—¿Qué clase de carácter tiene este hombre? Amablemente discutí con él, pero tan pronto como llegó, no estaba seguro y se atrevió a decir que quería este proyecto. Señor Fernández, no puedes verme siendo intimidado. Dile a tu padre que me dé el proyecto, no lo compartiré con él para nada.

Sergio no emitió ningún sonido, sus ojos se volvieron gradualmente más agudos. La mujer con el anillo de rubí, que estaba sentada en la esquina del sofá, se levantó lentamente y dijo despreocupadamente:

—Es Alberto Moreno, no discutas, es una pérdida de esfuerzo.

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