Mi Chica Melifluo romance Capítulo 90

Dulce giró la cabeza, con el oído en la puerta por un momento para escuchar. La lluvia había cesado en este momento y estaba tan silencioso como si hubiera entrado en un lugar donde había nadie.

Se sintió nervioso y, un rato después, pensó que ¿era posible que se hubiera ido en coche? ¿Pero por qué no se oyó el sonido de arrancar el coche?

Quería abrir la puerta para ver, pero temía que, como en las películas de terror, Alberto se convirtiera de repente en una llama demoníaca y irrumpiera desde fuera, haciéndola en una nube de polvo.

Con el paso del tiempo, regresó lentamente al sofá y se tumbó en él, acobardada como un cachorro.

Tenía que ir a trabajar mañana. Si no le bajaba la fiebre, tendría que pedir baja y esa gente volvería a reírse de sus ajetreadas noches, así que se obligó a dormir. «Duerme, Dulce, ¡no te dolerá cuando estás dormida!»

Llegaron unos sonidos desde la puerta de la cocina y ella giró la cabeza a mirar.

Alberto se estaba acercando desde allá. Ella se había olvidado que se podía entrar por la puerta trasera a través de la piscina.

—Ve al hospital.

Se paró delante del sofá y se agachó para abrazarla.

—No.

Dulce lo miró, la nariz le volvió a picar y los mocos volvieron a salir. Sin siquiera pensarlo, levantó la mano y se los limpió, manchándoselos en la cara.

Cinco dedos delgados se deslizaron desde su frente hasta sus labios...

El ambiente era tranquilo y a la vez un poco extraño.

Alberto exhaló, levantó su manga con la que se limpió la cara. Ese rostro de lividez hizo a Dulce volver en sí. ¡Lo había irritado por completo!

Se movió atrás en el sofá y lo miró con miedo.

—Dulce.

Se inclinó hacia adelante con dedos acercándose lentamente, que, a ojos de Dulce, parecía casi a la garra de un demonio.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Chica Melifluo