Mi dulce corazón romance Capítulo 11

Las frías palabras de Cordelia no derrotaron a Bosco.

En cambio, dijo con severidad:

—Justo que estás aquí, también tengo algo que preguntarte, ¿a dónde fuiste anoche? ¿Por qué no me cogías las llamadas?

Los ojos de Cordelia se movieron levemente.

Era cierto que Bosco volvió a llamarla anoche, pero ella estaba con Aurelio y no escuchó nada.

Lo vio esa mañana, pero no se molestó en prestarle atención.

Después de todo, las preocupaciones o los regaños ya no eran apropiados para la relación actual que tenían.

Pensando en eso, se tocó el cabello y respondió perezosamente:

—Bosco, ¿eres el presidente del país?

Bosco se sorprendió.

—¿Qué?

—No eres el presidente del país, ¿por qué tendría la obligación de contestar tus llamadas?

Bosco se quedó paralizado por un momento, finalmente entendió lo que quería decir y de repente se puso furioso.

—¡Cordelia! ¡No seas ingrata! ¡Solo me estoy preocupando por ti!

—¿Ah sí? ¿Sabe Briana que te preocupas tanto por mí?

Ella levantó los ojos y lo miró con una sonrisa.

El rostro de Bosco cambió levemente, estaba enojado y rabioso, pero no pudo decir una palabra.

En ese momento, una voz clara y dulce llegó desde la puerta de la villa.

—¡Bosco!

Tan pronto como giró la cabeza, vio a Briana salir corriendo con un vestido color lavanda de manga larga.

Al verla, el rostro de Bosco se relajó un poco y caminó hacia ella.

—¿Por qué saliste con tan poca ropa puesta? Afuera hace viento.

—Estoy bien, no hace frío.

Briana levantó la cabeza y le sonrió, luego posó sus ojos en Cordelia y se quedó pasmada por un momento.

Inmediatamente después sacó una dulce sonrisa y caminó hacia ella rápidamente.

—Cordelia, ¿no te has ido aún? ¿Es porque no has venido conduciendo? ¿Quieres que llame el conductor para que te lleve?

Cordelia miró la dulzura y amabilidad en su rostro y frunció los labios burlonamente.

—No hace falta, yo misma puedo tomar un taxi.

Briana hizo una pausa y sonrió.

—Cordelia, no te hagas la valiente. No es fácil tomar un taxi aquí, y no es seguro que regreses sola. ¡Déjame llamarte un conductor! —dijo llamando a un sirviente—. Ve a buscar un conductor para que lleve a mi hermana de regreso.

El sirviente asintió y se dio la vuelta para llamar a alguien.

Cordelia vio que se comportaba como si ya fuera la dueña de la familia Vega y de repente le dio mucho asco.

Y pensar que cinco años atrás no era más que una chica patana, y entonces aún no había lugar para ella y su madre en esa casa, pero en solo unos años, la situación había cambiado drásticamente.

Cordelia se burló en su corazón. Con una cara larga le dijo fríamente:

—Briana, ¿no entiendes a la gente? ¿Cuándo he aceptado a que un conductor me llevara?

Briana quedó desconcertada. Después de coincidir con su mirada gélida retrocedió un poco, parecía que se había asustado con sus duras palabras.

—Cordelia, no te enojes, solo me preocupaba por ti.

—¿Que te preocupas por mí?

Cordelia se mofó y dio un paso adelante juguetonamente.

—Hace un momento me estabas obligando a hacer algo que no quería junto con la abuela, ¿pero ahora dices que te preocupas por mí? Briana, has llevado demasiado tiempo la máscara hipócrita, ¿no tienes miedo de que no puedas quitártelo nunca?

El rostro de Briana se puso pálido y una humedad se formó en sus ojos débiles.

—Cordelia, solo estoy preocupada por ti, ¿cómo puedes decir eso…?

¿Por qué estaba llorando?

Ya había escuchado hasta las palabras más feas. Además, los idiotas solo sabían decir idioteces, ¿tenía que molestarse por un idiota?

Respiró hondo unas cuantas veces y calmó las emociones en su corazón.

En ese momento, sonaron dos pitidos de coche enfrente suya.

Cordelia levantó la cabeza para echar un vistazo en la oscura noche, luego vio que un Rolls-Royce negro venía en su dirección.

Las brillantes luces blancas del auto le deslumbraban los ojos, de modo que levantó la mano y entrecerró los ojos, pero el auto de pronto pasó por su lado y se detuvo frente a ella.

—¡Señorita Cordelia! ¡Nos vemos de nuevo!

Era Sergio el asistente de Aurelio quien se bajó del coche. Por supuesto que Cordelia lo conocía, al fin y al cabo, lo había visto por la mañana.

Ella sonrió a regañadientes y un poco avergonzada.

—¿Por qué estáis aquí?

—El señor Aurelio acaba de terminar una comida y de camino pasó por aquí, luego le pareció verte de pie en un lado de la carretera y me ordenó que me detuviera.

Mientras hablaba, sonrió para abrirle la puerta con una reverencia respetuosa.

—Señorita Cordelia, por favor.

Cordelia vaciló.

Levantó la cabeza para mirar al hombre que estaba sentado en el auto, estaba sentado allí en silencio, con un codo apoyado en la ventana del auto y mirando hacia el exterior de la ventana, no sabía lo que estaba mirando, pero todo su ser parecía un poco perezoso.

Su perfil hermoso no se veía claro en la oscuridad y su aura fría hacía que la gente sintiera que ese hombre seguía siendo ese distante e indiferente de siempre.

Ella hizo una pausa durante unos segundos y finalmente se subió al coche.

Tan pronto como entró al auto, olió un fuerte olor a alcohol.

Ella se sorprendió por un momento, inconscientemente soltó y preguntó:

—¿Bebiste?

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