Mi esposa abogada: ¡Estás arrestado! romance Capítulo 33

—Javier, gracias. Pero...

Maira quería negarse, pero de repente cambió de opinión.

—Yo... Gracias.

—De nada —Javier dijo con una sonrisa—. ¿Todavía no has comido?

—No... —Maira negó.

—Vamos a...

Javier tenía la intención de llevar a Maira a comer afuera, pero cuando miró el evidente chupón que tenía en su cuello, cambió de opinión enseguida.

—Compremos primero algo de comida en el supermercado, luego vamos a casa y te cocinaré personalmente.

—¿De verdad? Javier, eres muy amable.

Maira frunció los labios y se obligó a sonreír.

Compraron algunos ingredientes en el supermercado del barrio y se fueron directamente a casa.

Cuando llegaron a la casa de Maira, ella dijo:

—Javier, puedes subir primero. Quiero ir a casa y cambiarme de ropa.

Ella sabía que él había visto el chupón en su cuello. Por lo tanto, quería ir a casa y cambiarse de ropa.

—Bien, entonces prepararé los ingredientes primero. Puedes subir cuando termines.

Javier sonrió suavemente.

Maira salió del ascensor y abrió la puerta de su casa.

Mirando la casa, desconocida y familiar, Maira se apoyó en la puerta y se deslizó impotente hacia el suelo.

No entedía por qué la vida se había vuelto tan mala en unos pocos días.

«No he provocado a nadie, pero he ofendido a ese demonio de Modesto.»

«Wanda es mi mejor amiga. Esta vez, pase lo que pase, tengo que presentar una demanda contra Modesto Romero.»

«¡Quiero que Wanda sepa que es un demonio! ¡No puedo dejar que la engañe!»

Después de arreglarse en casa y ponerse un vestido largo informal, Maira se dirigió a la casa de Javier.

Llamó a la puerta y nos segundos después, Javier la abrió.

—Entra.

Él observó a Maira. Llevaba el pelo largo sobre los hombros y un vestido negro largo de encaje con mangas de burbuja. Había lazos negros en los puños, la parte atada de la cintura acentuaba su delicada figura, mientras que el ingenioso diseño de los puños le daba un aspecto aún más vivo y encantador.

Sus delicadas facciones, en particular, resultaban aún más atractivas gracias al vestido negro.

Era tan inocente y encantadora cuando llevaba ropa de casa, y tan sexy cuando llevaba ropa profesional.

—¿Qué has cocinado hoy? No sé cocinar, pero déjame echarte una mano.

Maira le sonrió con la cabeza torcida.

—De paso, aprendo a cocinar de ti.

Su mirada simpática hizo que Javier se sonrojara. Él giró la cabeza a toda prisa.

—Si quieres aprender a cocinar conmigo, llámame maestro y te enseñaré el arte de la cocina.

—¿En serio? Eso es genial —sonrió con alegría.

Maira se había acostumbrado a ocultar sus emociones desde hace mucho tiempo. Aunque tuviera problemas, no lo demostraría de forma demasiado evidente.

—Por supuesto. Tú...

Antes de que Javier pudiera terminar, el teléfono que estaba sobre la mesa sonó de repente.

Se encogió de hombros y dijo:

—Lo siento. Voy a tomar una llamada.

—Bien.

Maira asintió y se dirigió a la cocina para ver qué podía hacer para ayudar.

Javier cogió su teléfono y descubrió que era Modesto quien llamaba.

—Modesto, ¿qué pasa?

—Ven a beber conmigo.

—¿Ahora?

Sin embargo, Javier vivía como una persona ordinaria.

No tenía tantas reglas, ni era tan arrogante y frío, era sólo un hombre amigable. Maira se sentía cómoda cuando pasaba tiempo con él.

Maira no pudo evitar preguntar con curiosidad:

—¿Cómo aprendiste a cocinar?

—Antes, cuando estaba en el extranjero, estudiaba la cocina con las recetas, y así aprendía poco a poco.

Mientras manipulaba el pescado, Javier le contó a Maira lo que había sucedido cuando estaba en el extranjero. Maira, por su parte, le entregaba las cosas y limpiaba los ingredientes.

Media hora después, la comida estaba lista.

Maira trajo todos los platos a la mesa y Javier sacó una botella de vino tinto del armario.

—Toma asiento y prueba los platos que he preparado.

Javier sacó el asiento para Maira como un caballero. Su acogedora sonrisa hizo que Maira se sintiera cálida.

Ella asintió con la cabeza y dijo:

—Gracias.

Sin embargo, antes de que Maira pudiera sentarse, hubo un repentino golpe en la puerta.

—Javier, ¿quién viene?

Ella lo miró confundida.

Javier puso sus manos sobre sus hombros y la sujetó para que se sentara.

—Siéntate. Iré a comprobarlo.

Se dirigió al salón y abrió la puerta.

En la puerta, Modesto estaba de pie con un rostro sombrío.

—¿Por qué viniste?

Javier agarró con más fuerza el pomo de la puerta.

—¿No me vas a dejar entrar?

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