Mi esposa abogada: ¡Estás arrestado! romance Capítulo 90

Modesto no quería verla morir.

Tampoco quería que muriera.

Era incluso agradable pensar que Maira estaba discutiendo y peleando con él.

—¡Maira, no puedes morir! Si mueres, ¿qué pasará con Boris? Date prisa y despierta, ¡despierta!

La mente de Modesto se quedó en blanco mientras seguía presionando el pecho de Maira y le daba respiración artificial, sin atreverse a parar ni un momento.

En un instante, todo se congeló, como si todo a su alrededor desapareciera y sólo quedaran él y Maira en el mundo.

Modesto hizo todo lo posible, pero no sabía cuántas veces presionó, y no hubo respuesta.

—Señor, lo siento, no está respirando.

—Qué pena.

—¿Cómo puede pasar esto? Deberías usar un chaleco salvavidas cuando juegas en una atracción.

—La madre del niño está muerta. Qué niño más lamentable.

***

Los socorristas del yate se lamentaban constantemente.

Pasaron cinco minutos, Modesto no se atrevió a parar ni un momento, siguió haciendo compresiones en el pecho, y al final, la persona seguía sin responder.

—¡Maldita sea!

Modesto se desinfló y golpeó con fuerza su puño sobre el yate, que instantáneamente se abrió un hueco.

Sus puños estaban cerrados con fuerza, y su mirada furiosa era como la de un león desbocado. Su aspecto horripilante parecía querer devorar a todo el mundo.

—Papá, ¿la tía está muerta? No quiero que se muera, no quiero que se muera.

La repentina situación fue demasiado para que Boris pudiera asimilarla, y al instante saltó a los brazos de Modesto y lloró.

—Lo siento Boris, es mi culpa.

Modesto abrazó con fuerza a Boris y cerró los ojos, sintiendo que le dolía hasta la médula de los huesos.

Si no se hubieran conocido, no habría sabido quién era la madre de Boris, y no habría querido saberlo.

Pero ella había aparecido.

Apareció en su visión y en la de Boris, dando a Boris muchas expectativas.

Ahora, de repente, ante sus ojos, cayó como una estrella fugaz.

Fue tan repentino, tan inesperado.

Y él, después de todo, era el culpable.

—Lo siento.

Boris lloraba junto a sus oídos. Modesto abrazó fuertemente a Boris y no supo qué decir, salvo pedirle perdón.

Al cabo de un rato, Modesto recordó el teléfono móvil que Maira le había dado antes de morir, señalando que contenía algo muy importante.

Soltó a Boris y abrió el teléfono. Había un número de teléfono especial guardado en el escritorio de la página del teléfono, y en él había una imagen rosada de una linda niña.

Modesto la apretó...

La página del teléfono móvil mostraba claramente: Bebé Yani.

Pero Modesto no tuvo tiempo de mirar de cerca el nombre de la nota antes de que sus ojos se desviaran por el sonido de la tos de Maira.

Cuando volvió a mirar a la persona que estaba tumbada, el teléfono móvil se había apagado automáticamente porque había estado sumergido en el agua durante mucho tiempo y había quemado sus piezas.

—¡¿Maira?!

En el momento en que Modesto giró la cabeza, descubrió que Maira había escupido mucha agua. Se había despertado milagrosamente mientras tosía frenéticamente unas cuantas veces.

La levantó y la abrazó con fuerza.

—Idiota, ¿es más importante un teléfono que una persona? —le regañó con voz severa.

Pero Maira se inclinó hacia sus brazos y dejó escapar un fuerte grito, llorando desgarradoramente.

—Pensé que estaba muerta...

Maira se agarró a su camisa con ambas manos, sintiendo la ternura que le daba, sintiendo la belleza del renacimiento tras una catástrofe.

—Dios mío, un milagro.

—Sorprendentemente está viva.

—Afortunadamente, su esposo seguía haciendo respiración artificial, de lo contrario sería imposible salvarla.

—Así es.

***

Maira se acurrucó en los brazos de Modesto, olvidando por completo la identidad del otro.

—Ayuda... no quiero morir...

—Tengo miedo, tengo miedo...

—No, no, no puedo morir...

***

En su sueño, seguía teniendo pesadillas.

Modesto le cogió la mano y le dio unas palmaditas a la ropa de cama que la cubría, como un niño que lo engatusaba.

—Vale, no tengas miedo, todo ha terminado.

Pero en el momento en que tocó su mano, se dio cuenta de que su piel ardía de forma alarmante.

¡Era una fiebre alta!

Modesto llamó inmediatamente a Yoel.

—Date prisa, si no te veo en una hora, las consecuencias correrán de tu cuenta.

Después de colgar el teléfono, se levantó y buscó agua para refrescarla físicamente.

—Frío... Hace frío, tengo mucho frío... Frío...

Maira empezó a gritar frío una y otra vez, Modesto ya la había cubierto con dos capas de ropa de cama y había encendido el aire acondicionado, pero seguía gritando de frío.

Finalmente, no hubo más remedio. Se metió él mismo en la cama y la abrazó con fuerza.

Al principio, ambos eran incompatibles entre sí.

Pero después de lo ocurrido hoy, Modesto se sentía culpable por haber estado a punto de causar la muerte de Maira.

Maira agradeció a Modesto por no abandonar la respiración artificial y la RCP por salvarla.

El pasado se despejó.

La pequeña mujer yacía en sus brazos temblando constantemente, su boca murmuraba algo a veces, siempre porque estaba demasiado asustada y tenía pesadillas tras pesadillas.

Poco después, Yoel vino, comprobó el estado de Maira y le recetó medicamentos e inyecciones.

Antes de partir, se le indicó que recordara calentar físicamente a Maira.

—Señor Modesto, esta es una gran oportunidad, no la pierdas —Yoel no se olvidó de ser travieso—. No te preocupes, no se lo diré a mi futura cuñada.

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