Capítulo303
-¡Señorito!
Desde el otro del pasillo, Alba se apresuró hacia él, llevando muchas bolsas consigo.
-Alba. -Alejandro se levantó rápidamente y se acercó para ayudarla con las bolsas. -¿Qué haces
aquí?
-Escuché de César que señor Hernández fue hospitalizado y que te quedarás aquí esta noche para
cuidarlo. Así que traje tus cosas de aseo, ropas y algunas comidas para picar. No es bueno pasar
con tu estómago vacío. Tú y César pueden comer algo juntos.
Mientras Alba hablaba, empujó suavemente a Alejandro de vuelta a su asiento y se ocupó de
organizar los recipientes de comida.
-Alba, no tengo hambre. Deja que César coma, -dijo Alejandro, su mirada fija en la comida
humeante en los recipientes, sintiendo un atisbo de calor en su corazón frío.
A pesar de ajustar su estado, no pudo ajustar su estado físico; simplemente no tenía apetito.
—¡Y–yo tampoco tengo hambre! ¡Gracias por el gesto amable, Alba! –César negó con la cabeza
apresuradamente. No se atrevería a comer si su jefe incluso no quería comer.
-¡Coman! ¡Cómanselo todo!
Alba miró la cara agotada de Alejandro y le metió a la fuerza un pedazo de pastel en la boca. —¡Te
ves tan desaliñado y todo era por culpa de esa zorra desalmada, Beatriz! ¿Ni siquiera ya puedes
tomar ningún bocado de comida? ¡Ten un poco de dignidad! ¡No permitas que te desprecie!
Alejandro no pudo evitar sonreír irónicamente mientras luchaba por masticar el gran trozo de
pastel que le había dado. -¿Quién te dijo que es por ella?
-Si no es por ella, ¿entonces por qué estás así? ¿Acaso es por la señorita? Los ojos sabios de Alba
brillaban
Alejandro no sabía si ya estaba atragantándose, pero de la vergüenza, y se sonrojo un poco. -Me..
me preocupo por mi abuelo.
-Bueno, deja ya de decir mentiras. Estoy segura de que te arrepientes ya.
Alba lo miró con tono burlón.
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César sentía una admiración hacia la valiente Alba, ¡había expresado lo que él sentía en su corazón!
-Señorito, reconocer un error, disculparse o arrepentirse, todo eso no es vergonzoso en absoluto. ¿
Qué importa más, la dignidad o la felicidad de toda una vida? Si puedes ser feliz, estoy dispuesta a
hacer todo y ayudarte a seguir a señora, Alba suspiró, lamentándose.
Alejandro frunció ligeramente el ceño. -Alba…
-Yo también lo haría!
César levantó la mano rápidamente. ¡Yo también haría cualquier cosa!
Alejandro sintió una molestia. Realmente quería asignar a este secretario a Africa a minar carbón.
-Oh, por cierto, ¡señorito!
Alba sacó apresuradamente una grabadora de su bolsillo y se la entregó. Hoy por la noche, un
Alejandro tomó la grabadora. -¿Quién te la dio?
-Ese muchacho dijo que su apellido es Soler.
Alejandro contuvo la respiración, intercambió una mirada con César y luego presionó el botón de
reproducción.
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