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Alejandro se quedó allí, paradote frente a Clara, dejando que sus palabras cortantes lo
bombardearan sin poder contraatacar en absoluto.
Porque tenía razón, todas esas cosas que la habían lastimado, cada una de ellas fue causada por él.
-Clara, no tengo nada con Jimena, ¡nunca he admitido que sea mi hermana! -Alejandro estaba
desesperado, con las orejas enrojecidas y la voz ronca.
Nunca fue alguien que le gustara justificarse, pero esta vez estaba realmente ansioso.
-¿Por qué me lo estás contando? ¿Qué tiene que ver conmigo? -Clara ya no tenía paciencia para
seguir discutiendo con él, mirándolo aún más disgustada:-Lo que tengan o no tengan, no me
importa en absoluto. No quiero escuchar tus explicaciones. ¡Suéltame, quiero ir a ver el
espectáculo!
-¿No te importa? Si no te importa, ¿por qué mencionas esto? ¡Lo mencionaste la última vez en la
comisaría y ahora también!
Alejandro odiaba este tipo de malentendidos. Se sentía tan incómodo que sus ojos enrojecieron y
sus anchos hombros temblaron ligeramente: -Si te importa con quién esté, ¡eso significa que aún
te importo! No eres tan liberada y desapegada como dices.
-No es que me importe, es que me da asco. ¡Me das asco, Alejandro Hernández!
Clara lo miró sin pestañear, y con firmeza deslizó sus dedos para liberar su agarre, retirando su
brazo de su mano: -Si hubiera sabido desde el principio que tenías tantas mujeres a tu alrededor,
nunca me habría enamorado de ti.
Ahora, me alegro de haberme retirado a tiempo. Pero aún siento aversión por la persona que una
vez amé, alguien que es tan indeciso y cobarde, que se atreve a hacer cosas, pero no a
reconocerlas, un hombre despreciable.
La respiración de Alejandro se volvió cada vez más pesada, una sensación abrumadora de asfixia
se abatía sobre él.
Él descubrió que ser malentendido era una sensación tan dolorosa. Sentía el amargor de la
injusticia en su corazón, como si sus entrañas estuvieran desgarradas.
Clara fue golpeada por la mirada rota y fragmentada del hombre.
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