Mi pretendiente es mi EX-MARIDO romance Capítulo 241

Doria Aparicio dejó el bebé en su cuna y quería que se marchara Édgar Santángel, pues le dijo, —Señor Édgar, debes irte, ya es la hora de acostarme.

Édgar la miró y dijo con despacio, —Si una persona duerme sola, es descansar, si dos personas se van a la cama, esto es acostarse, ¿te refieres a que quieres acostarte conmigo?

Doria no sabía qué decirle.

“¿Qué mierda de tontería es ese?”.

Doria estaba a punto de decirle que se largara y sonó su teléfono en su bolso.

Temiendo despertar al pequeño, ella se apresuró a coger la llamada.

Al ver el ID de llamada, Doria miró al hombre sentado en el sofá y entró en el baño.

Antes de que se cerrara la puerta del baño, Édgar oyó que Doria dijo en voz baja “Stefano".

Édgar dejó el libro que tenía en la mano, con sus finos labios fruncidos.

En el baño.

Después de cerrar la puerta, Doria abrió también la ventana y preguntó, —¿Qué pasa?

Stefano Carvallo replicó, —Me enteré por Claudia de que habías ido a la Ciudad A, ¿qué tal por allí?

Doria se rio levemente, —Bueno, bien, el ritmo de vida en la Ciudad A es más lento que en la Ciudad Sur, es mucho más cómodo aquí.

—Escuchándote decir esto, también me gustaría ir allí —Stefano hizo una pausa y le reveló su intención diciendo—. Doria, ¿cuánto tiempo tardarás en volver?

—Creo que dos o tres días.

Stefano continuó, —El fin de semana hay una cena de compañeros de clase, ¿vas a ir?

Doria contestó, —La verdad no lo sé, es que… nos hemos reunido hace poco tiempo, ¿por qué de repente vuelven a organizar otra cena?

—La última vez sólo fuimos nosotros unas pocas personas, esta vez es toda la clase, yo tampoco voy si tú no vas.

Al escuchar esto, Doria sintió presión y pensó un momento antes de decir, —Preguntaré primero a Claudia a ver qué me dice.

A Doria no le gustaban mucho las fiestas, además ella no conocía el resto de los compañeros de clase y no había sabido nada de ellos desde que se graduaron.

Una gran fiesta como esta debería ser la primera en años.

Quería preguntarle a Claudia Freixa si había alguna razón por la que tenía que asistir, pero si era un simple reencuentro, probablemente no iría.

—Vale —Stefano añadió—. Doria, ¿cuándo vas a volver? Te recogeré en el aeropuerto.

—No hace falta, yo...

Doria iba a terminar la frase, pero en ese momento Édgar llamó a la puerta.

Antes de que le diera tiempo a reaccionar, la voz de Édgar llegó desde fuera, —¿Has terminado de ducharte? Ya llevo esperándote media hora.

Doria no sabía cómo reaccionar.

“¡Este gilipollas lo ha hecho a propósito!”.

Al otro lado del teléfono, Stefano guardó silencio por un segundo y dijo, —Doria, ya no te entretengo más y hablaremos cuando lo hayas pensado.

Después de colgar el teléfono, Doria abrió la puerta y miró al hombre que había empezado todo, quería regañarlo pero recordó que el bebé también estaba en la habitación.

Apretó los dientes y tuvo que tragarse la rabia.

Édgar se apoyó tranquilamente en el marco de la puerta, con los brazos cruzados ante el pecho, —Has estado mucho tiempo dentro, estaba esperando a usar el baño.

Doria dijo con los dientes apretados, —¿No tienes una habitación propia?

—El calentador de agua de mi habitación está roto —dijo Édgar, arrastrando a Doria fuera del baño—. Tráeme ropa de cambio, si no lo haces, no pasa nada, no me importa...

Sin esperar a que terminara la frase, Doria lo empujó al interior y cerró la puerta con fuerza.

Respiró profundamente varias veces antes de calmarse.

Todo comenzó cuando ella le agarró la manga en el Club Crepúsculo hacía más de tres años.

Al final, fue su propio pecado.

Ella tenía que asumir las consecuencias de sus propios actos.

Doria se dirigió a la habitación de Édgar. Buscó por toda la habitación, pero no vio ninguna maleta y finalmente abrió el armario.

Había mucha ropa de Édgar en el armario, y parecía que él vivía aquí de vez en cuando.

Doria frunció el ceño al pensar en ello.

“¿Este gilipollas había vuelto a vivir aquí?”.

Pero luego Doria se dio cuenta de que Roxana Mohammad era la madre de Édgar y era normal que Édgar volviera a visitarla de vez en cuando.

Doria cogió cualquier conjunto de ropa de casa y estaba a punto de salir. Pero regresó, se quedó mirando dentro del armario y se indignó.

Cuando volvió a su habitación, dejó la ropa en la silla que había fuera del baño y llamó a la puerta diciendo, —Señor Édgar, tu ropa está fuera.

Hubo un silencio en el baño antes de que Édgar preguntó, —¿Está todo?

Doria apretó los dientes y dijo palabra por palabra, —¡Todo!

Ella no quería traer la ropa a Édgar, pero temía que si no lo hiciera, el hombre empezaría a comportarse como un gamberro.

“¡Maldito gilipollas que no deja de molestarme!”.

Como no quería prestarle más atención, Doria se fue directamente a la cama, se quitó el plumífero y se envolvió bien en las mantas.

Poco después, la puerta del baño se abrió y pronto se volvió a cerrar.

Aunque estaba envuelta en las mantas, Doria podía oír los sonidos que producía.

Dos minutos después, la puerta del baño se abrió de nuevo.

Édgar salió secándose el pelo, y se sonrió al ver el bulto en la cama.

Doria le dijo desde debajo de las mantas, —Ya que has terminado de ducharte, por favor, vete a tu habitación, yo me voy a acostar… a descansar.

Édgar dijo, —¿No te duchas? Vete a duchar, yo vigilaré al bebé.

—¡No me ducho!

—Has estado fuera todo el día, ¿no te importa estar sucia?

—Estar sucia tampoco te quita tu interés en mí.

Édgar dijo, —Si no te duchas, puedo hacerte algo ahora.

Doria se levantó inmediatamente de la cama, muy indignada.

Édgar se sentó en el sofá y dijo con tranquilidad, —Me iré cuando salgas del baño.

—¿De verdad? No lo creo.

Édgar la miró y se rio suavemente, —Si realmente quisiera hacerte algo, no tendría que esperar hasta ahora.

—Señor Édgar, ¿no te avergüenza de decir estas palabras?

“¿Cómo puede decir eso? Como si él estuviera tan inocente”.

Édgar, con las piernas cruzadas, dijo, —Lo creas o no, me da igual.

El hombre se quedó sentado, sin ganas de marcharse.

Doria miró al bebé que dormía a su lado, pero finalmente decidió no ducharse ante la presencia de él, y se dejó caer de nuevo en la cama, apretando las mantas más hacia sí misma.

Édgar no esperaba esa reacción de ella.

Justo cuando iba a hablar, Doria dijo, —Señor Édgar, hagas lo que hagas, siempre hay un límite para lo que puedes hacer.

Doria había estado aguantándole todo el día, pero eso no significaba que el hombre pudiera hacer lo que quisiera.

Édgar se pellizcó el tabique de la nariz, —¿Soy tan poco confiable?

—¡No es una cuestión de confianza!

—¿Entonces qué es?

Doria volvió a ignorarle.

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