Mi pretendiente es mi EX-MARIDO romance Capítulo 307

Al escuchar una voz inusual en el otro extremo del teléfono, Claudia dijo de inmediato,

—¡Me ha entrado un sueño repentino! ¡Adiós!

Dicho esto, colgó directamente el teléfono.

Al escuchar el sonido de ocupado del teléfono, Édgar la besó suavemente detrás de la oreja y la habló con su voz grave y atractiva,

—¿Ya habéis terminado de hablar?

«¿Qué dice este gilipollas? ¡Obviamente, lo acabas de interrumpir!».

Antes de que Doria pudiera hablar, el beso del hombre había pasado de su oreja a su cuello y la hacía un poco de cosquillas.

Doria no pudo evitar apretar los dedos para controlar su respiración y dijo,

—Ya... ya es tarde, ¿no deberías...?

Los dientes de Édgar mordieron levemente su piel blanca y dijo,

—¿Qué debería hacer?

Doria siseó del dolor y no pudo evitar decir,

—¿Eres un perro?

—Puedo ser lo que quieras.

Édgar le agarró los hombros con ambas manos, la giró y luego la empujó contra la barandilla del balcón, mordía sus labios y dijo persuasivamente,

—Tu amiga probablemente no volverá esta noche. ¿Puedo quedarme?

—No...

Tan pronto como Doria habló, sus labios fueron bloqueados con fuerza.

Aunque el gilipollas no dijo nada, parecía haber una voz en su mente:

«No estoy negociando contigo».

El viento frío soplaba, pero Doria no sentía nada de frío, sino que parecía estar rodeada por una gran estufa que ardía tanto que casi se ahogaba.

Édgar acarició su rostro con una gran palma y seguía profundizando este beso.

Después de un rato, las piernas de Doria perdieron fuerzas y no podía mantenerse de pie.

Ella puso su mano sobre el pecho de Édgar, se retiró un poco para respirar, estaba jadeando levemente y dijo con una mirada húmeda,

—Está… bien...

Los ojos de Édgar se posaron en sus delicados labios, se inclinó hacia delante y volvió a besarla diciendo,

—Lo has dicho tú.

Doria se quedó aturdida. «¿Qué he dicho?».

Édgar la soltó, se aflojó la corbata con una mano y preguntó,

—¿Hay alguna prenda que pueda ponerme?

Doria reaccionó, lo miró con recelo y contestó directamente,

—¡No!

—Bueno, no me importa.

Dicho esto, se quitó la corbata, la arrojó sobre el sofá y fue caminando hacia el baño.

Doria apretó los dientes y tuvo que ir a la habitación para buscarle prendas de Ismael Aparicio.

Ella cogió la ropa y caminó hacia la puerta del baño, extendió la mano y llamó,

—Te dejo la ropa en la puerta.

—Déjalo dentro.

Doria aguantó su deseo de matarlo y abrió la puerta, justo cuando quería poner la ropa sobre el lavabo, vio al hombre frente a ella, tenía desabrochados la mitad de los botones de su camisa y dejó al descubierto su pecho musculoso.

Si se miraba más abajo, se vislumbran sus músculos abdominales.

Por un momento, Doria sintió que su mirada parecía escaldada y rápidamente la retiró, dijo tartamudeando,

—La... ropa está aquí, yo...

Tan pronto como quiso salir, Édgar puso una mano en la pared junto a ella, ladeó la cabeza para mirarla y dijo en voz baja,

—¿Qué cosas son tuyas?

Doria casualmente extendió su mano y le señaló algunas, luego dijo,

—¡No uses mi toalla! Hay toallas faciales desechables allí, las usas para limpiar...

Édgar se inclinó frente a ella y preguntó,

—¿Dónde por limpiar?

—... ¡Dónde quieras!

Doria quería deshacerse del brazo de Édgar mientras hablaba, pero no esperaba que éste quitó la mano del costado repentinamente y ella cayó directamente en sus brazos.

Los delgados labios del hombre se crisparon, luego levantó la mano para sujetar su cintura y dijo,

—No hay prisa, esta noche tenemos suficiente tiempo.

Doria se sonrojó hasta los cuellos y pisoteó furiosamente su pie.

Édgar resopló y luego dijo,

—Debes corregir este problema.

—¡No!

Mientras hablaba, Doria salió corriendo del baño aprovechando que él no estaba prestando atención y sostuvo firmemente la puerta. Deseaba encerrarlo desde afuera, para que este gilipollas estuviera toda la noche encerrada aquí, ya que venía cada dos por tres.

Cuando Doria fue a lavar los platos, vio que Édgar había terminado el cuenco de fideos, parecía que realmente tuvo mucha hambre.

No sabía por qué fue a aquella cena, ¿fue para ver las cien maneras de avergonzarse?

Al salir de la cocina, Doria se sentó en el sofá y encendió la televisión para tapar el sonido del agua del baño.

Después de un rato, sonó su móvil y era Stefano.

Cuando Doria lo cogió, sonó la voz de Stefano,

—Doria, siento por no haberte saludado antes de irme, tenía algo pendiente.

—No pasa nada —Doria volvió a decir tras una pausa—. ¿Tienes algo que decirme?

Al otro lado del teléfono, Stefano se quedó en silencio, pero al final no dijo nada.

Él sonrió explicando,

—He estado un poco ocupado y solo quería verte aprovechando mi tiempo libre, pero no tengo otras intenciones.

Los labios de Doria se presionaron ligeramente, sabía que algo debía estar pasando al ver el rostro solemne de Stefano.

Pero como Stefano no quería decirlo, no podía insistir en preguntar.

—Doria.

—¿Sí?

Stefano respiró levemente y preguntó,

—El señor Édgar y tú, vosotros...

—Estamos juntos.

A pesar de que había adivinado la respuesta, Stefano preguntó sin darse por vencido.

Después de escuchar la respuesta de Doria, se sintió aliviado y sonrió levemente,

—Entonces, os deseo felicidades.

—Gracias.

Doria no sabía qué decir además de dar las gracias.

Antes de colgar, Stefano dijo,

—Doria, pase lo que pase, debes tener cuidado con Rivera y Briana.

Poco después de que terminara la llamada, la puerta del baño se abrió.

Édgar salió con su cabello medio mojado y preguntó,

—¿Dónde está el secador de pelo? No lo encuentro.

Doria apartó sus pensamientos, dejó su teléfono y fue al baño. Luego, sacó el secador de pelo del cajón inferior del lavabo, se lo entregó y preguntó con sospecha,

—¿De verdad lo buscaste?

—Claro.

Édgar cogió el secador y lo enchufó.

Las gotas de agua de la punta de su cabello se deslizaron hacia abajo por sus movimientos, pasaron a través de su barbilla, su garganta y finalmente cayeron por el cuello de la camiseta.

Al ver esto, Doria se lamió inconscientemente el labio inferior, sintió sequedad y picazón en la garganta.

Antes de que ella le dijera una excusa para irse, sonó el ruido del secador, Édgar frotó casualmente su pelo y algunas gotas cayeron sobre el rostro de Doria.

Ella levantó la mirada para decirle algo cuando se encontró una sonrisa profunda del hombre y éste dijo,

—¿Te has quedado atontada mirándome?

En ese momento, Édgar habló con una voz atractiva, parecía más joven al vestirse con la ropa de Ismael y sus ojos negros, que eran frío de costumbre, mostraba inocencia como un estudiante universitario, su rostro se veía mucho más suave.

Doria estaba acostumbrada a verlo con traje, por lo que el simple cambio de estilo era tan impactante que mostraba mucha atracción, sin necesidad de hacer nada.

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