Édgar no estaba en casa cuando Doria volvió.
Sacó su teléfono y vio que Édgar le había enviado un mensaje hace una hora, diciendo que había surgido algo en la empresa y que probablemente no volvería esa noche.
Doria respondió con unas pocas palabras, diciendo que había llegado a casa, para luego dejar sus cosas y caer en el sofá.
No mucho después, llegó la llamada de Édgar, susurrando:
—¿Ya has cenado?.
—Comí en casa de Claudia.
Édgar añadió:
—Acuéstate pronto, no hace falta que me esperes.
Doria hizo una pausa:
—¿Pasó... algo malo?
—Hay un pequeño problema con el proyecto en Londres, pero no es gran cosa.
Doria dijo:
—Entonces, ponte a trabajar. —Después de colgar el teléfono, Doria se tumbó un rato en el sofá antes de levantarse e ir al baño.
Doria salió del baño una hora más tarde. Se tumbó en la cama, dando vueltas sin poder dormir, ya que en cuanto cerraba los ojos, era como si pudiera oír gritos de los bebés.
Tal vez el motivo era que Dios consideró que, al haberle dado dos hijos, no fue capaz de protegerlos y simplemente estaba reclamando su derecho a ser madre.
De hecho, antes del primer embarazo de Doria, a ella no le gustaban mucho los bebés. Sólo cuando una nueva vida comenzaba a gestarse en su vientre, adquiriendo poco a poco su propia conciencia y pensamientos, e incluso podía sentir cómo se movía en su vientre, esa maravillosa sensación de parentesco amplificó inconscientemente sus sentidos, haciendo que deseara con ansias la llegada del pequeño.
Doria estuvo se quedó a la deriva hasta el final de la noche, cuando consiguió dormir un poco.
Poco después de quedarse dormida, oyó un sutil movimiento en el dormitorio.
Doria abrió los ojos con sueño y vio a Édgar caminando hacia el guardarropa.
En trance, pensó que estaba soñando.
Édgar acababa de sacar su maleta cuando una voz femenina y cansada le llegó por detrás:
—¿Adónde vas?
Se dio la vuelta y vio que Doria llevaba un camisón y su rostro estaba adormecido por el sueño.
Édgar se acercó y la tomó en sus brazos, diciendo lentamente:
—La situación allí es un poco complicada y necesito ir para allá.
—¿A Londres?
—Sí.
Doria añadió:
—Entonces, ¿cuántos días vas a estar allí?
—No estoy seguro. Una semana si es rápido.
Doria se zafó de sus brazos:
—Entonces, haré tus maletas.
Édgar le sujetó la muñeca mientras ella se disponía a hacer las maletas:
—Yo lo haré, te ves cansada, anda a descansar.
Doria bostezó y se adelantó:
—Una vez me llamaste en mitad de la noche para pedirme que te hiciera las maletas, y ahora te pones educado.
Édgar curvó los labios mientras que por detrás, rodeaba su cintura con los brazos y apoyaba la barbilla en su hombro.
—En aquel entonces todo era diferente.
—¿Qué era diferente?
—Era sólo una excusa para querer verte en ese momento.
Doria no pudo evitar hacer rechinar sus dientes, rebuscando en el armario en busca de ropa:
—No parecía ser una excusa, sino parecía ser la opresión y explotación despiadada de un capitalista.
Édgar enarcó las cejas:
—¿Volverías siquiera si no hubiese sido despiadado?
Él seguía abrazándola, y Doria no podía recoger sus cosas, así que levantó sus hombros:
—Suéltame.
—No.
Doria estaba desconcertada
Édgar le mordisqueó la oreja de lado:
—Estaré allí al menos una semana. ¿No sientes que te haré...umm... falta?
Doria dijo:
—¿Qué hora es ahora?
—Las tres.
Doria dijo:
—¿Qué tal si te echas una siesta de media hora que luego te despierto?
Édgar se aflojó la corbata:
—No hace falta. Vicente me está esperando abajo.
—Entonces haré las maletas enseguida.
Diez minutos después, Doria cerró la maleta y envió a Édgar a la salida, haciéndole un gesto con la mano:
—Cuídate. Llámame cuando llegues.
Édgar tarareó, rodeó su cintura con los brazos y bajó la cabeza para besarla en los labios. Sólo cuando Doria estaba a punto de perder el aliento, la soltó:
—Me voy. Vuelve a la cama.
Doria asintió:
—Adiós.
Después de que Édgar entrara en el ascensor, Doria cerró la puerta, volvió a su habitación y se desplomó en la cama, sin poder dormir en absoluto. Pero, todavía le esperaba una gran carga de trabajo, así que Doria se forzó a cerrar los ojos y dormir aturdida.
Cuando sonó el despertador, se estiró y levantó las sábanas para levantarse.
Todos los proyectos suspendidos del Grupo Collazo ya se habían puesto en marcha por completo, y el préstamo bancario también había sido aprobado. Después de haber conseguido el préstamo, Doria hizo que pagaran inmediatamente los salarios atrasados de los trabajadores.
Aunque esta medida disgustó a algunos directivos, no se atrevieron a decir nada. Sólo pudieron contener su descontento al ver que incluso la objeción de Jairo a la opinión de Doria fue refutada en la reunión.
Las personas que Doria había enviado para hacerse cargo de diferentes proyectos habían llegado ya a sus respectivos puestos y empezaban a ponerse al día gradualmente.
Ahora, tal y como estaban las cosas, si seguían así y no se presentaban problemas, el Grupo Collazo no tardaría mucho en superar esta crisis. Pero la imaginación y la realidad eran siempre algo diferentes.
En cuanto Doria llegó a la empresa, Gonzalo se dirigió a ella diciendo que, después de empezar las obras, se había descubierto que había un lote de materiales que tenía problemas importantes y no había forma de seguir utilizándolos, así que había que sustituirlos inmediatamente.
Lo más grave de esto era que se utilizaron los mismos materiales en casi todos los proyectos.
Esto significaba que todos los proyectos se detendrían de nuevo si no los sustituían de inmediato.
Sin embargo, no era fácil ir a comprar nuevos materiales, y requeriría una gran suma de dinero.
Gonzalo dijo:
—Sra. Doria, ¿qué debemos hacer ahora?
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...