Édgar acababa de dirigirse al jardín cuando una voz llegó por detrás de él:
—Édgar.
Se dio la vuelta y vio a Israel que estaba sentado en su silla de ruedas, a poca distancia, con un aspecto tranquilo.
Édgar se acercó a él y dijo con voz ligera:
—¿Has escuchado todo lo de hace un momento?
Israel asintió suavemente:
—Lo he escuchado todo. No hiciste nada malo, yo en tu lugar haría lo mismo.
Édgar dijo:
—No podías haberte mantenido al margen.
Israel sonrió con un poco de impotencia:
—Solo puedo decir que no tenía forma de evitarlo.
Era un miembro de la familia Santángel y su madre estaba dispuesta de lastimar a Doria, así que, ¿cómo podía mantenerse al margen?
Incluso si sabía sobre lo que iba a pasar, solo podía atrasarlo un poco, era inevitable que sucediera esto.
Sentado en un banco y mirando el sol que se elevaba en el cielo lejano, Édgar dijo lentamente:
—Si estás dispuesto, después de que esto termine, te puedo enviar a un lugar tranquilo para que hagas tu vida.
—¿Y qué hay de mi madre?
La voz de Édgar era indiferente:
—Si hace algo malo, tiene que asumir las consecuencias de sus actos.
Israel suspiró en silencio:
—Édgar, sé que lo que ha hecho mi madre es imperdonable, y lo siento mucho por ti y por Doria. Pero, ¿qué puedo hacer?, al fin y al cabo es mi madre y lo hizo todo por mi bienestar. En estos veinte años, a menudo he podido sentir su desesperación y su dolor, pero en este estado en el que estoy, ni siquiera puedo cumplir con el deber filial más básico.
Édgar apartó la vista y dijo:
—No le haré nada, siempre y cuando reciba el castigo que se merece.
—Si es posible, sea cual sea el castigo, quisiera ser quien lo reciba por ella.
Édgar no dijo nada.
La mirada de Israel se posó en el horizonte, sin saber en qué estaba pensando, empezó a hablar de manera prolongada:
—Édgar, sigue adelante y haz lo que quieras, no te preocupes por mí. Si ellos realmente son derrotados, también será un alivio para mí.
Cuando dijo esta última frase, su tono adquirió un tono más ligero. Parece que había pasado mucho tiempo esperando este momento.
Édgar solo se le quedo mirando con el ceño fruncido.
***
Hace veinte años, el día que fue llevado de vuelta a la familia Santángel, Saúl y Agustina tuvieron una gran discusión. Entonces, Agustina se había puesto como loca, lanzando palabras llenas de odio como «bastardo»,«sucio» y «basura de la sociedad». Ambos realmente tuvieron una gran pelea.
Las palabras de Saúl se vio obligado a usar palabras de impotencia.
Si este accidente no hubiera ocurrido..., el Grupo Santángel igual debía tener un heredero..., incluso si este hijo ilegítimo moría fuera, no le importaría.
Édgar se quedo en la puerta, observando cómo discutían sin poder comprender.
Fue Israel quien giró su silla de ruedas y le tomó de la mano, y con voz suave dijo:
—Tú eres Édgar, ¿verdad? Mi nombre es Israel y soy tu hermano.
Édgar giró la cabeza, su pequeño rostro contenía un poco de disgusto y odio.
En aquel momento, parecía que Israel acababa de salir del hospital y no era hábil en el manejo de su silla de ruedas, por lo que a menudo se caía y se hacía moretones en la cara.
Con la cara magullada, sonrió a Édgar:
—No te quedes aquí, te llevaré a tu habitación.
Más tarde, cada vez que Agustina iba a desquitarse con él, era Israel quien se interponía en su camino. También le llevaba bocadillos a su habitación en mitad de la noche cuando Agustina no dejaba que las criadas le dieran de comer, y le metía a escondidas una tarjeta bancaria en la mochila del colegio cuando salía a estudiar, temiendo que los pocos gastos de manutención que le daba Saúl no fueran suficientes.
Solo cuando Édgar comenzó a hacerse cargo de la familia Santángel y emergió gradualmente como una figura prominente, Agustina fue mucho más comedido.
En esa familia, solo Israel lo trataba como una persona, como un pariente, como un hermano. Sin embargo, resulta que su madre era Agustina.
***
Israel no encontraba la manera de equilibrar las dos partes de la situación y quería un alivio.
Después de un tiempo , Israel dijo:
—¿Está bien Doria? Debe de haber estado asustada esa noche.
—Está bien, no es alguien tan fácil de intimidar.
Israel sonrió:
—Esa vez que nos encontramos, creo que Doria se veía mucho mejor que antes, puedo ver que la tratas bastante bien.
Estiró la mano y la puso delante de sus ojos y habló tímidamente:
—Guapo, ¿Te perdiste?
Édgar se quedo sin palabras
Giró la cabeza y, tras verla, se quitó el cigarrillo de los labios y su voz adquirió un tono un poco mas ronco:
—¿Terminaste?
Doria suspiró:
—Hace mucho tiempo que terminé, y te llamé pero tú no contestabas.
Édgar cogió inconscientemente su teléfono que tenía al lado y susurró:
—Lo siento, estaba en modo silencio, no lo he escuchado sonar.
Doria se inclinó sobre la ventanilla del coche, con sus ojos oscuros y húmedos mirándole fijamente:
—¿Qué te pasa?, ¿estás... de mal humor?
Édgar sonrió y dijo:
—No, como crees.
—Está todo escrito en tu cara, y todavía dices que no, jum. —Los ojos de Doria se posaron en el cenicero del coche y no pudo evitar fruncir el ceño—. ¿Cuánto cigarrillos ya has fumado?
Édgar respondió:
—No mucho.
—Dime la verdad que no estoy ciega.
Diciendo eso, Doria fue a tirar de la puerta del conductor:
—Baja y utiliza mi coche, huele a humo por todas partes.
Édgar se resignó a salir del coche y, tras cerrar la puerta, alargó el brazo y la abrazó.
Antes de que Doria pudiera decir algo, Édgar dijo:
—No te muevas, déjame abrazarte un rato más.
Entonces, Doria abrazó suavemente su cintura y pudo adivinar algunas de las razones por las que él estaba así.
—¿Has visto a tu hermano mayor?
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...