En la habitación, Julieta apoyó la cabeza en el borde de la cama, con un aspecto muy demacrado y marcas de haber llorado.
En comparación con Julieta, Roxana parecía estar más tranquila. Se sentó en el sofá con una expresión calmada.
Llevaban detenidos en esa habitación desde la noche anterior, y sin embargo esa gente no les ofreció nada de comer y ni siquiera les dio un poco de agua.
Después de un periodo muy largo, la puerta de la habitación se abrió de un empujón.
Julieta se levantó de repente y preguntó con molestia:
—¿Qué piensan hacer de nuevo?
El hombre no dijo nada, sino que inmediatamente agarró el brazo de Julieta y tiró de ella hacia la puerta.
Julieta luchó desesperadamente:
—¡Suéltame! ¡Suéltame!
Roxana se levantó y dijo de manera indiferente:
—¿Son unos malnacidos? ¿Así es como Saúl hace las cosas últimamente?
Al oír el nombre de Saúl, el hombre pareció adivinar la identidad de Roxana. Hizo una pausa vacilante y luego soltó a Julieta.
Julieta se estremeció por completo a causa del miedo y se escondió apresuradamente detrás de Roxana, sujetándose de su ropa con fuerza.
Aquel hombre dijo:
—El pequeño está enfermo y no para de llorar, así que el señor Saúl nos pidió que lleváramos a la niñera hacia allí.
Julieta se quedó un poco sorprendida al escuchar sus palabras. Sin embargo, cuando se preparó para salir de su escondite y decirles que iría con ellos, Roxana la agarró de la mano.
Roxana dijo:
—Soy yo quien ha estado cuidando del bebé, así que es inútil que la lleves a ella.
El hombre dudó, sin saber cómo afrontar la situación.
Roxana continuó:
—Deja que se quede aquí y yo iré contigo.
—Pero el señor Saúl nos instruyó que...
—Si no está de acuerdo, dile que venga a hablar conmigo. Claro, si tiene el valor de hacerlo.
Al verse oprimido por el aura que emanaba, el hombre no se atrevió a faltarle el respeto:
—Iré a decírselo al señor Saúl.
—Detente. —Roxana dijo—. Primero traigan comida y agua aquí. Danos las tres comidas a tiempo todos los días, pues no somos sus prisioneros.
El hombre asintió con la cabeza y se fue rápidamente.
Tras su salida, Roxana cerró la puerta y le dijo a Julieta en voz baja:
—Tendrás que quedarte sola después de que él vuelva. Ten cuidado, yo y el bebé somos sus objetivos, por lo que no te harán nada.
Julieta se agarró a su mano y lloró debido a la extrema ansiedad que sentía:
—Señorita Roxana, no puedo dejar que vaya a ese lugar tan peligroso. Yo...
Roxana respondió:
—Quédate tranquila, sé lo que no debo hacer. El bebé sigue bajo su control y yo soy su abuela, de modo que tengo que ir por muy peligroso que sea.
—Es mi culpa. Si no fuera por mí, no te habrían traído a este lugar.
—No es el momento de culparse. Podemos hablar de esto después de salir de aquí.
Por otro lado, Saúl frunció el ceño con fuerza al escuchar el informe de su subordinado. Reflexionó por un rato y luego ordenó:
—Haz lo que te pidió.
Su subordinado recibió la orden y se fue.
Saúl echó una mirada al bebé, que se quedó dormido después de llorar durante mucho tiempo. Tras eso, salió del patio trasero con ayuda de su bastón.
Cuando el hombre volvió a aquel lugar, trajo algo de comida y agua.
Roxana se limitó a beber un poco de agua, ya que no tenía ganas de comer nada. Después de eso, le pidió al hombre que la llevara a cuidar al bebé.
Mirando a Roxana yéndose, Julieta apretó los dientes en secreto. «La Sra. Roxana tiene razón, no importa la situación, ella es la que debe salir de este lugar primero».
Ella tenía que contarle al señor Édgar que la Sra. Roxana y el bebé estaban en ese lugar.
Julieta se limpió las lágrimas de la cara y empezó a comer, puesto que debía reunir fuerzas para escapar de ese lugar.
***
Roxana, que había estado preocupada por el bebé desde que la llevaron allí, finalmente soltó un suspiro de alivio cuando lo vio. Se acercó a comprobar el estado del pequeño y luego hizo algunas preguntas a las niñeras. Al comprobar que solo tenía fiebre, se
intió completamente aliviada.
El pequeño se despertó al cabo de un rato y cuando abrió los ojos y descubrió que Roxana estaba a su lado, se limitó a hacer un gesto de queja, pero no lloró.
Roxana lo levantó y pidió a la niñera que le diera un biberón y Roxana puso la tetina en la boca del pequeño.
El crío estaba tan hambriento que agarró el biberón y chupó la leche con avidez. Pronto la mitad de la botella de leche se terminó.
Con el bebé en brazos, Roxana paseó por la habitación. El bebé volvió a quedarse profundamente dormido, agarrando su ropa con fuerza.
Una niñera se acercó, queriendo recuperar al bebé:—Por favor, démelo.
Roxana esquivó sus manos, frunció las cejas y dijo con voz fría:
—No lo toques.
Entonces, la niñera retrocedió con torpeza.
Cuando se aseguró de que el bebé dormía profundamente, Roxana lo puso en la cuna y se sentó junto a ella. No volvió a salir, ni permitió que ninguno de los miembros de la familia Santángel se acercara al bebé, excepto el médico.
—Entonces, ¿cuándo estarás de vuelta? Si tienes que volver tarde, puedo ir a tu empresa a verte.
Parecía que acababa de comer algo picante y jadeaba ligeramente al hablar.
Aunque Édgar no podía ver su rostro, podía imaginar la expresión de su cara en ese momento.
Curvó los labios en una sonrisa:
—No es necesario.
—¿Vas a salir del trabajo ahora?
—Sí, iré a buscarte ahora mismo. —Édgar miró por la ventana—. Yo también quiero comer comida china.
Doria respondió inmediatamente:
—De acuerdo. Te enviaré la dirección más tarde y podrás venir aquí directamente.
—Está bien.
Tras eso, terminaron la llamada. Luego, Édgar recibió un mensaje de Doria.
Édgar cerró los ojos. Su rostro no mostraba ninguna expresión.
***
Media hora más tarde, el Rolls-Royce negro se detuvo frente al restaurante de comida china.
El subordinado de Édgar dijo con reverencia:
—Sr. Édgar, hemos llegado.
Édgar hechó un vistazo por la ventana, y cuando se disponía a salir del coche, se dio cuenta de que Doria estaba sentada junto a la ventana del restaurante, parecía que estaba hablando con Claudia. Su cara estaba roja por la comida picante, pero su
sonrisa seguía siendo tan brillante y encantadora, rebosante de felicidad.
Parecía que no había visto una sonrisa así en su cara desde hacía mucho tiempo.
Édgar estaba ensimismado en sus pensamientos, parecía estar reflexionando sobre algo.
Varios minutos después, su subordinado le habló de nuevo:
—¿Sr. Édgar?
Édgar volvió a sentarse y dijo en tono llano:
—Volvamos.
—Volver... ¿Volver a dónde?
Édgar respondió tras un breve silencio:
—A la empresa.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...