Mi pretendiente es mi EX-MARIDO romance Capítulo 566

Justo cuando Saúl había terminado de hablar, Édgar apareció en la puerta.

Su voz era indifrente:

—Ahora que quieres morir, ¿por qué no vas a cavar un agujero en la tierra y te entierras tú misma? Parece que odias que te deje con vida.

Un rastro de desdén y sarcasmo se reflejó en el rostro de Agustina al ver a Édgar:

—Aunque tenga que morir, debería de dejar mi legado. Al menos no puedo dejar que te apoderes así de la familia Santángel.

—Ja, ja, ja ¿Legado? ¿Realmente esperas dejar algún legado después de morir?

Los ojos de Agustina se volvieron fríos al no poder mantener la compostura:

—Édgar, déjate de tonterías. ¡Mátame de una maldita vez si es lo que quieres hacer, no te tengo miedo!

Édgar lentamente sonrió, pero su mirada seguía siedo indolente..

Entonces, dijo palabra por palabra:

—Matarte solo ensuciará mis manos.

La expresión de Agustina cambió radicalmente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Agustina.

—Las cosas que hiciste te enviarán a la carcel durante décadas. No sé si podrás salir viva de la prisión. ¿Por qué tendría que matarte personalmente? —Édgar continuó con calma—. Has malcriado a Aitana desde la infancia, por lo que no pudo soportar la vida en prisión. Supongo que tú tampoco podrás.

Agustina pensó en el miserable aspecto de Aitana y contuvo la respiración. Varios segundos después, estalló de repente en carcajadas:

—Ja, ja, ja, Édgar. ¡Oh! Édgar, he estado pensando que eres una persona con la que no se puede jugar a lo largo de los años. Sin embargo, resulta que solo eres un cobarde que tiene miedo de muchas cosas, y ni siquiera te atreves a matarme, ¿eh?.

—Tienes que saber que una vez planeé matar a Doria y a ese hijo bastardo. Qué pena que tuvieran tanta suerte de no morir en ese accidente. Sin embargo, juro que si sigo viva, no importa dónde estén, no los dejaré en paz. Todo esto no tendrá un final a menos que yo muera, por lo que puedes esperar a ver sus cadáveres algún día.

La sonrisa en el rostro de Édgar desapareció poco a poco y en su mirada se veía sus claras intenciones de matar.

Saúl dijo a sus hombres:

—¡Hay algo malo en su cerebro. Llévenla arriba para que descanse!

Antes de que sus hombres pudieran acercarse a ella, Agustina se levantó y los apartó:

—Ja, ja, ja, ¿piensas que estoy loca? Pues sí, estoy loca. ¡Me volví loca cuando Israel tuvo ese accidente de coche y cuando te traíste a este hijo ilegítimo de vuelta a la familia! No le tengo miedo a la muerte.

Agustina miró entonces hacia Édgar y le dijo:

—Recuerdo que nunca eras un hombre piadoso. ¿Qué te ha ocurrido? ¿A qué le tienes miedo? ¡Mátame si tienes los huevos bien puestos! Intenté matar a tu mujer y a tu hijo, y sin embargo no tienes las agallas de buscar venganza por ellos. ¡Qué ridículo! Tal vez sólo tú eres el más importante en tu corazón.

Édgar permaneció en silencio y, sin expresión alguna, arrebató la pistola de Jerónimo y la cargó lentamente.

Saúl abrió los ojos:

—Édgar, ¿tú también te volviste loco?

Édgar dijo con calma:

—Ella tiene razón. Debería de haber muerto mucho antes.

Levantó la mano y apuntó el arma a Agustina.

Saúl dio dos pasos hacia atrás y apenas sostuvo su bastón. Ordenó con voz severa:

—Dense prisa en detenerlo.

Sin embargo, Édgar había disparado el arma antes de que aquellos hombres pudieran hacer algo. Al mismo tiempo, llegó una suave voz femenina desde atrás:

—¿Édgar?

¡Bang!

La porcelana de la pared se rompió en pedazos.

Al final no disparó a Agustina.

Agustina se quedó boquiabierta durante varios segundos. Luego se dio la vuelta y miró los trozos esparcidos por el suelo.

Édgar dijo:

—Acabas de hablar mucho, esperando que pueda matarte personalmente. Lo siento, te he decepcionado.

Dicho esto, lanzó el arma a Jerónimo, sin mirarlo.

Agustina había planeado esto durante mucho tiempo, pero no esperaba que Édgar decidiera no matarla.

Según su pensamiento, Édgar debería de odiarla mucho. Pero, al parecer, todavía no era lo suficiente para matarla.

Entonces, Agustina se rió. Quizá se reía de Édgar, o quizá se reía de sí misma.

—Édgar. —lo detuvo Israel.

Édgar empujó suavemente a Doria y le dijo a Jerónimo:

—Llévatela primero.

Al notar su mano derecha que estaba empapada de sangre, Jerónimo exclamó conmocionado: —¡Señor Édgar!

—Váyanse.

Doria se giró para mirarle, con los ojos rojos como el carmesí.

Édgar le sonrió ligeramente.

Cuando Jerónimo sacó a Doria de la casa, Édgar retiró su mirada.

***

En la casa...

Israel se había arrastrado hasta Agustina y su silla de ruedas había quedado atrás. Levantó la mano de Agustina y preguntó entre sollozos:

—¿Qué... qué te ha pasado? ¿Cómo es que... hemos llegado a esto?

La única respuesta que obtuvo fue el silencio de Agustina. Ella ya había muerto y no tenía un solo aliento de vida.

Israel se sentó a su lado, sujetando sus manos que poco a poco se iban enfriando.

Édgar se acercó. Era difícil leer su estado de ánimo por su tono de voz:

—Dijo que fui yo quien la obligó a morir y exigió que te vengaras de mí. No lo negaré, yo me he vengado de ella, así que, tú también puedes vengarte de mí.

Mirando el cadáver de Agustina, Israel murmuró:

—Estoy lisiado. ¿Qué podría hacer? Édgar, ella te debía y ahora están a mano.

—Ella no me debía nada, al igual que tú. Ella eligió morir, por lo tanto, no tienes que sentirte culpable ante mí. Del mismo modo, no me sentiré culpable ante ti por su muerte.

Israel sonrió consternado:

—Eso es bueno.

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