El parecido era extraño. Sus ojos, nariz, labios, cada parte de él era justo como las de a sus hijos, incluso compartían el mismo hábito de fruncir los labios.
—¡Tienes el descaro de golpearla! —Agarró a Ximena por el cuello, casi levantándola del suelo.
La expresión de Mario era oscura y aterradora. Al ver esto, Rubí sonrió, pues nada se comparaba con ver Ximena en aquella situación.
—¡Suéltame! —tosió.
Ximena levantó su cara desafiante. Ella no tenía una pizca de maquillaje, todavía parecía fresca y juvenil; sin importar cómo se viera, no parecía la madre de niños de cinco años.
—Mario, ella es mi hermana menor, Ximena. Es probable que supiera que ibas a venir y quería conocerte para así entrar en la industria del entretenimiento...
Su cabello estaba alborotado como un nido de pájaro, la comisura de su boca magullada. Rubí aprovechó la oportunidad para gritar
—No estaba de acuerdo con ella, así que ella...
—¡Qué basura! ¡Estás perdida por siquiera pensar en unirte a la industria del entretenimiento! —No podía esperar para estrangular a Ximena hasta la muerte, pues lo quiso usar por completo, una mujer tan manipuladora.
—¡Puedo ser basura, pero sigo siendo cien veces mejor que Rubí! —tosió. El pecho de un Ximena se sentía pesado, ella apretaba los dientes y trataba de luchar.
Él la estrangulaba y ella no podía respirar.
—¡Discúlpate! —La miró con ojos fríos, era como si su mirada despiadada la desnudara y la dejara fuera para que el público la humillara.
—No hice nada malo, ¿por qué debería disculparme? —Sin miedo a la muerte, como si fuera una broma, Ximena agregó—: ¡La golpeé porque ella lo estaba pidiendo!
—No golpeo mujeres. —Mario se acercó y la empujó con fuerza hacia los guardias de seguridad—. Échenla.
—¡Maldita sea! ¡No sabes nada y aun así la estás ayudando!
Ximena estaba furiosa mientras bajaba la cabeza. Sus blancos dientes eran como cuchillos, hundiéndose en la muñeca del hombre mientras que él siseó. ¿Cuándo había sido mordido un hombre de tan alto estatus? Miró hacia abajo las enrojecidas marcas de dientes en su muñeca. ¡Qué monstruosidad!
—¿Acaso eres un perro?
—¡Tú eres el perro! ¡Toda tu familia son perros!
La boca de un Ximena sabía a hierro, cuando se dio cuenta de que era su sangre lo que estaba probando, se sorprendió. Mierda, no podía creer que ella de verdad lo mordió. Este pervertido nunca la dejaría salirse con la suya.
—Yo, lo siento... Si hace una diferencia, ¡dejaré que me muerda también!
Preferiría ser mordida hasta la muerte que ser expulsada, ya que lo único que quería era llevarse las pertenencias de su madre. Su brazo parecía tan delgado para él, como si pudiera romperse si él solo lo estiraba y lo apretaba. Mario miró hacia otro lado con una mirada fría.
—Me estaría manchando si te mordiera.
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