Cuando se sentaron, Patricia recién se dio cuenta de que este hombre y aquel lugar no pegaba mucho. Él seguía igual que cuando lo conoció, con un traje elegante y bien planchado. Su presencia emanaba una arrogancia noble desde lo más profundo de sus huesos. Sentado en ese banquito bajo, se veía muy incómodo. Patricia se arrepintió un poco de haberlo traído aquí. "Lo siento, en los alrededores solo hay estos puestitos de comida callejera".
Pascual sonrió. "No te preocupes, puedo comer aquí".
Patricia se sintió aliviada al ver que no le importaba. "Menos mal".
Después de esperar dos o tres minutos, los tacos ya estaban listos. La dueña le preguntó a Pascual: "¿Quieres unos tacos con tortillas de maíz?".
"Sí". Respondió Pascual sin dudar.
Patricia fue a buscar las tortillas mientras la dueña estaba ocupada. Cuando volvió a la mesa, vio a Pascual añadiendo limón a su taco con habilidad. Le preguntó: "¿Sabes cómo hacerlo?".
Pascual levantó la cabeza, con una expresión de desconcierto en su rostro. "¿No es más rico si está picante y ácido?".
Patricia sonrió. "Depende del gusto de cada quien. Hay personas a las que no les gusta ponerle limón".
Después de comer, se fueron juntos.
Patricia se dio cuenta de que Pascual era muy considerado, siempre caminaba despacio para mantener su paso con la de ella.
"Oye, ¿vas a venir a mi casa mañana?". Patricia se detuvo de repente y levantó la vista hacia Pascual.
Los ojos oscuros de Patricia brillaban bajo la luz fría de la luna. Pascual sintió una punzada en el corazón y, sin darse cuenta, la abrazó.
Patricia se sorprendió por el movimiento repentino. Se golpeó la nariz contra el pecho de Pascual y sintió un dolor agudo. Frotándose la nariz, se quejó en voz baja: "¿Qué te pasa? Pareces una roca".
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