—¡Espera!
—¿A qué esperas? Si esperamos más, tendremos que quedarnos aquí.
Rosaría lanzó una mirada severa a Víctor y le dijo:
—¿No te dije que no hablaras sin mis órdenes?
—Si te digo que Mateo también está aquí, ¿tampoco vas a escucharlo? ¿Realmente me dices que me calle?
Víctor miró burlonamente a Rosaría.
En su corazón, realmente quería que Rosaría dejara atrás a Mateo, pero también sabía que, sin Mateo, Rosaría ya no sería Rosaría, sino sólo un cadáver andante o quizás ni siquiera eso.
Quería ver a Rosaría feliz en este mundo, verla feliz, aunque no fuera él quien la hiciera feliz.
La sensación era dolorosa y a la vez reconfortante. El dolor y el placer convivían y era imposible describir cómo se sentía.
Rosaría se paralizó ligeramente y se detuvo.
Había pensado en ello, en que Mateo estuviera aquí, pero ¿podría ir a verlo ahora? No se sabía cómo estaría.
Ya era difícil salir con la combinación que tenían ahora y si Mateo volvía a ser como Víctor, ¿qué iba a hacer ella?
Si hubiera entrado sola, no habría importado que muriera con Mateo, pero ahora no podía dejar que Víctor y Mario murieran con ella.
No tenían que sufrir todo esto.
El corazón de Rosaría se rompió de dolor, cerró los ojos con fuerza y susurró:
—Vete.
Creyendo haber oído mal, Víctor miró a Rosaría de refilón, viendo sólo entonces la expresión de dolor en su rostro, luego comprendió algo al instante.
—¿De verdad te preocupa tanto mi vida y la de Mario? ¿No tienes miedo de que, si sales esta vez, no tendrás la oportunidad de volver a ver a Mateo?
¿Rosaría no había pensado en la pregunta de Víctor?
Ella respiró profundamente y dijo:
—Vamos.
—¡Rosaría, no necesito que hagas esto!
Víctor intentó alejar a Rosaría, pero al final no pudo.
—Basta y date prisa, Eduardo no resistirá mucho.
El corazón de Rosaría dolía, pero tomó la decisión de todos modos.
—¡Rosaría! ¡Para!
Víctor sentía cada vez más que la pena de Rosaría hacía él y era insoportable.
—¿Crees que ahora soy un lisiado y que sólo puedo ser un trasto para ti, por lo que no puedes esperar a sacarme de aquí? Quieres tanto a Mateo y ahora no puedes ni mirarlo, porque tienes miedo de no poder llevarme contigo cuando lo hagas, ¿verdad? Te digo que yo, Víctor, ¡no necesito tu compasión! ¡Déjame atrás y llévatelo! Mientras seas feliz y estés contenta, estaré satisfecho.
Al final de su frase, un destello de afecto cruzó los ojos de Víctor.
¿Quién iba a pensar que un donjuán podía ser tan cariñoso?
Rosaría le miró y le dijo, palabra por palabra:
—Mi felicidad y la de Mateo deben ser una creación propia, no son basadas en el sacrificio de nadie. Si eso ocurre, preferimos no tener nada.
—Después de todo, no quieres estar en deuda conmigo, ¿verdad? Rosaría, ¿tienes que ser tan distante conmigo? ¿No puedes tratarme como uno de los tuyos? ¿Por qué no puedes dejarme y vas a salvar a Mateo?
—Para.
Rosaría aguantó un poco más.
¡Ella quería hacerlo!
Realmente, quería saber cómo estaba Mateo.
Él era su corazón, lo único de lo que siempre había dependido. Pero ahora no podía pensar en ello y mucho menos mirarlo.
Víctor tenía razón, temía que, si miraba o si pensaba, no podría salir de allí.
Pero Víctor ignoró el dolor de Rosaría y continuó:
—Tienes miedo. Rosaría, en tu corazón, Mateo es el único que puede vivir y morir contigo, ¿no es así? Aunque renunciara a mi vida, no sería lo suficientemente digno de morir contigo, ¿verdad?
—Víctor, ¿qué pretendes? Mi hijo está haciendo todo lo que puede para ayudarnos. Y ahora no quieres salir de aquí, ¿verdad? Bien, ¡cumplo tu deseo! —dijo Rosaría y echó a Víctor a un lado.
—¿Estás satisfecho ahora?
—Tú...
Rosaría hizo que Víctor se paralizara un poco con tal movimiento.
¿No había sido tan insistente?
¿Ahora iba a renunciar de verdad?
Víctor no podía decir si estaba decepcionado o molesto, pero el dolor seguía siendo demasiado para él.
Rosaría se dio la vuelta y se fue.
Víctor se rio amargamente y luego bajó la cabeza, protegiendo sus ojos de la amargura.
Fue lo mejor.
Si tan sólo Rosaría y Mateo pudieran salir, habría hecho una buena acción.
En el momento en que Víctor bajó la cabeza, no vio el destello de tristeza de Rosaría.
Dio dos pasos hacia delante antes de girarse de repente y lanzar un tajo con la mano sobre el cuello de Víctor.
—Tú...
Los ojos de Víctor estaban llenos de asombro, pero no tuvo tiempo de decir otra palabra antes de que sus ojos se volvieran negros y simplemente se desmayara.
Y antes de desmayarse, oyó a Rosaría decir:
—Pesado, que te tengo que callar así para que no resistas más.
Víctor se rio con un poco de amargura.
Sólo Rosaría podría haberle hablado así en su vida.
¿Un pesado?
Tal vez.
Para Rosaría, era un pesado.
Lanzarote vio las acciones de Rosaría y la miró, pero no dijo nada.
—¡Mateo! ¿Cómo estás?
A Mateo le dolía todo.
Apretó los dientes y miró a la encantadora mujer que tenía delante, pensando que estaba soñando, pero el intenso dolor le hizo darse cuenta de que todo era real.
¡Rosaría estaba aquí!
¡Había venido a la Ciudad Subterránea!
Este conocimiento hizo que Mateo estuviera indeciblemente ansioso.
Vio a Víctor junto a Rosaría.
Era consciente de que Víctor había venido aquí y de cómo Víctor se había vuelto así. Ahora su ceño se frunció ligeramente al ver a Rosaría y al hombre que estaba detrás de ella, el inhumanamente hermoso Lanzarote.
—¿Quién es él?
Rosaría siguió su mirada y dijo:
—Es el novio de una amiga mía que me ayudó a entrar para salvar a los demás. Mateo, ¿cómo estás? ¿Cómo puedo sacarte?
—No puedes salvarme.
Las palabras de Mateo paralizaron a Rosaría de inmediato.
—¿Qué has dicho?
—Escúchame, Rosaría, llévate a Víctor primero. No te molestes conmigo. Ya es bastante difícil para ti entrar aquí, no puedes abrir esto y no dejes que Eduardo lo haga. Lleva a Víctor de vuelta a la Ciudad H, luego llévate a mi madre y a los niños lejos de la Ciudad H, aléjate de Rolando. Y deja que Javier te proteja si no puedes. Asegúrate de que debes llevar a Adriano contigo, no puedes dejar que Adriano vuelva con la familia Nieto y mucho menos que vuelva al lado de Rolando. Recuerda.
Mateo habló rápidamente, como si supiera que no tenían mucho tiempo y luego agitó la mano con prisa.
—¡Deprisa! ¡Vete!
Rosaría no dijo nada más mientras las lágrimas seguían resbalando por las comisuras de sus ojos.
Sus manos se apretaron con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en su carne sin que se diera cuenta.
Lanzarote esperaba que hiciera lo que fuera necesario para salvar a Mateo, después de todo, para eso había venido, ¿no?
Pero para su sorpresa, Rosaría se puso lentamente en pie y recolocó a Víctor sobre su espalda.
Miró a Mateo y de repente sonrió, tan brillante y hermosa.
—Si mueres, tampoco viviré. Te acompaño, sea al infierno o al cielo. Sé cómo te sientes, no te preocupes, seré una buena madre y te ayudaré a cumplir con tu deber de hijo. Sólo recuerda esto, Mateo, si te atreves a morir antes que yo, no te perdonaré ni cuando vaya al infierno.
Mateo se sonrió.
¡Esta era su mujer!
Una mujer que sabía qué hacer sin tener que decir nada.
Era fuerte, autosuficiente, estoica, pero terca y paranoica. Sabía que los niños y su madre eran los que más le preocupaban ahora, así que prefería soportar el dolor de no poder salvar a su amado cuando estaban cerca y haría los arreglos para ellos primero. Además, él sabía que, si él muriese, Rosaría nunca viviría sola.
Por el bien de ella, por el bien de los niños, él sería fuerte y estaría vivo.
Los ojos de los dos se encontraron en el aire y un entendimiento tácito profundizó el vínculo entre ellos.
—Te esperaré.
Con esas palabras Mateo se giró decididamente para salir, aunque la lágrima que había caído sobre el cristal de la puerta seguía siendo inusualmente dura.
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