Lo miro fijamente con repelús.
¡Hijo de puta, cabrón…! ¡No se me ocurren insultos lo suficiente feo para describirle! ¡Él en sí es un jodido insulto en mayúscula!
Clyde me suelta sonriendo, me dice que me quede en el columpio y que va a ir a prepararme algo de comida.
—¿Te hago unos fideos? —Se arremanga—. Ya sabes, nunca he tenido que entrar en la cocina, unos fideos es lo único que te puedo hacer.
¡Bien! Unos fideos me vendrían genial. No espero que el señorito me pueda sorprender con algún manjar. ¡Me basta con que sea algo comestible!
De pronto, suena su móvil. Lo miro con nervios, él también se sorprende, y muestra una expresión de alerta.
Me hace un gesto de «¡Shh!» con el dedo índice, y luego lentamente saca el teléfono. Es un número desconocido, vacila un segundo antes de cogerlo.
—¿Hola?
—¡Hola! —Al otro lado de la línea está un tipo que habla en voz alta—. ¿Por qué hablas tan bajo? ¡No es propio de ti!
Clyde frunce el ceño.
—¿Eres…?
—¡Idiota! ¡No me digas que no reconoces mi voz!
—¡Joder! —Le maldice con una sonrisa—. ¿Eres tú? ¿Ian?
Luego los dos se rieron juntos.
Desde que estoy en la familia Santalla, rara vez he visto a Clyde sonreír así. La impresión que tengo de él desde pequeño es duro e indiferente. Sobretodo no se corta de duro conmigo. Pensé que había nacido con una personalidad así de oscura que no sabe ni reír. Para mi sorpresa… ¡sabe reír!
Clyde sostiene el teléfono y baja las escaleras para cocinar los fideos. Yo estoy acostada en el piso de arriba, escuchando cómo se parte de risas con el otro que está al teléfono.
Nunca había visto a tal Clyde.
Después de un rato, me trae un cuenco de fideos. ¡No tiene mala pinta! Encima de todo hay un huevo frito, rodeado de algunas salchichas. Huele súper bien, ¡le ha puesto aceite de sésamo! Mi estómago me está diciendo que tiene mucha hambre, por poco se me caen las babas.
—¿Está rico? —Me da de comer.
No puedo hablar con la boca llena, solo asiento con la cabeza.
—Comes como un cerdito. —Me critica.
Le pongo los ojos en blanco y sigo pidiéndole que me de fideos. Ahora lo principal es llenarme la tripa, ¡me importa un bledo a lo que parezco!
—Ian ha vuelto —dice a la ligera.
¿Ian? Ah, será el que le ha llamado antes, Ian Moloney.
—¿Eh? —respondo vagamente mientras le indico que me de el huevo frito—. ¿Quién es Ian?
Él se ríe entre dientes:
—¡Qué desagradecida eres! Es mi mejor amigo. De niños venía a jugar en nuestra casa, ¿te acuerdas?
Finalmente me acuerdo. En ese entonces Ian era un chico alto y fuerte, y Clyde a su lado parecía un debilucho.
En cuanto a rostro… Creo que es guapo.
Pero ha pasado muchos años y se me ha olvidado muchas cosas. Lo que más impresión tengo es cuando Clyde me tiró del columpio, Ian estaba a su lado. Había extendido su mano y casi me cogió. Sí, casi.
—No estoy nerviosa.
—Bueno, mejor que no lo estés —dice—. Ian vendrá en un rato. Como sale del trabajo, vendrá con uniforme de policía, ¡espero que no te pongas nerviosa al verlo!
Lo dice como una broma, pero a mi parecer está intentando decir algo entrelínea.
—¿Por qué viene? —pregunto.
—¡Tranquila, no es para arrestar a las infieles del matrimonio! —Se ríe, luego hace una pausa y dice—: Sabe la relación que tenemos. Puedes comportarte con total naturalidad delante de él.
¿¡Qué!? ¿Clyde le ha contado nuestra relación a otro?
—¡No abras tanto los ojos! —Me aprieta la cara—. Ian es de fiar, ¡no pasa nada que lo sepa! Además, viene para hablar del caso… El caso de mi hermana tiene algunos avances.
Mi respiración se agita. Mi brazo no siente fuerzas y todo mi cuerpo se desploma en el columpio.
¿Tiene algunos avances? ¿Eso quiere decir que la policía ha capturado a mi padre? ¿Qué le dirá a la policía? ¿Confesará que tiene una hija desaparecida?
«No, no, no debería…», me consuelo. Ya han pasado quince años desde entonces. La verdad es que no hay ninguna necesidad de hurgar en el pasado. Él solo es un recuerdo horrible que tuve antes de mis ocho años. De él, no he conseguido ni el más mínimo amor paternal. Todo lo que puedo recordar son sus humillaciones, regaños e incluso fuertes palizas.
Para ser honesta, ni siquiera tengo una imagen clara de su cara en mente. Ojalá tampoco se acuerde de mí. Después de todo, siempre le he disgustado. En ese entonces quería matarme, así no tendría que darme comida. Por eso, no es posible que le mencione mi existencia a la policía, ¿verdad? ¡Seguro que se ha olvidado de mí!
Poniéndome en el peor de los casos, aunque la policía averigua que tiene una hija, no tiene por qué llegar a mí. Como he dicho antes, ¡han pasado más de diez años! ¿Qué pistas pueden encontrar?
¡Mientras insista en la mentira de que también fui secuestrada, nadie descubrirá nada!
—¿Qué estás pensando? —De repente una mano grande acaricia mi cabeza. Me llevo un susto. Temblando, sin querer tiro el cuenco que tiene Clyde en la mano.
—¿Por qué pareces asustada? —Clyde me mira, luego a los restos del cuenco. Entonces rastros de duda aparecen en sus ojos profundos.
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