— ¡No vuelvas a llamarme así! – espeto ella − ¡Vete, no quiero volver a verte! ¡No quiero ver tu rostro nunca más!
James clavo sus ojos, mirándola profundamente.
—Si no fuera por esta actitud, esta nueva apariencia. No sabría decirte si fueras la lamentable Astrid Anderson. ¿Qué estás haciendo aquí, Astrid?
— ¿No lo viste? Soy la invitada especial del evento.
Sus ojos se entrecerraron − ¿Desde cuándo eres cantante?
—Eso no es tu problema. — exclamo y se encogió de hombros. — Soy una estrella reconocida, ¿desde cuándo? No estoy obligada a responder.
Él no respondió. Él se quedó allí, mirándola. Conocía las tácticas.
Después de todo, él era un maestro en la manipulación. James estaba tratando de intimidarla con su silencio. No va a pasar. El impacto inicial de verlo la hizo perder la cabeza, pero ahora tenía el control y podía manejarlo.
—Por mucho que me gustaría participar en un concurso de miradas, tengo una cena a la que asistir esta noche – dijo alegremente.
—Y estás desperdiciando mi valioso tiempo, así que…
Dio un paso al lado y se congeló cuando él se movió con ella, ella lo miro fijamente por un momento antes de dar otro paso. De nuevo se movió para bloquearla.
—King – dijo en un tono de advertencia.
— ¿Qué pretendes con volver? – su tono canturreo barrios, sus tensos nervios como papel de lija.
Ella retrocedió – No voy a jugar este juego contigo.
Rebusco desesperadamente en su mente una estrategia de salida mientras él invadía su espacio.
— ¿Quién dijo que estoy jugando un juego?
—No haces nada que no tenga sentido. Siempre estás calculando. Eres un maestro de ajedrez, moviendo a las personas a donde quieras antes de eliminarlas.
—Algunas personas piensan que la vida es un juego. Siempre he sabido que es la guerra.
Su control se rompió cuando tropezó con la silla detrás de ella.
— ¡Vete a la m****a, King! ¡Lárgate de mi camerino!
— ¿Olvidaste lo que hiciste?
Se detuvo en seco, con las manos cerradas en puños a su lado. —No sé de lo que hablas.
Él, ladeo la cabeza a un lado, oliendo sangre como el depredador que era. — ¿Seguro? – pregunto suavemente.
— ¡No estoy obligada a responderte! ¿Por qué no te largas?
No estaba preparada para la mano que se envolvió alrededor de su garganta o la forma en que se levantó y la obligo a ponerse de puntillas. El corazón se le subió a la garganta cuando agarro su enorme muñeca con ambas manos.
— ¿Crees que olvide lo que me hiciste?
Su tono cínico hizo que se le erizaran los vellos del cuerpo. Su expresión impasible se transformó en una furia salvaje.
— Confiaba en ti.
Ella quería refutarlo – No, no es como…
Sus dedos se apretaron alrededor de su garganta, deteniendo su negación. Él se inclinó, tan cerca que sus labios estaban a escasos centímetros de distancia.
— ¿Me estás llamando mentiroso, princesa?
La energía poderosa que emanaba de él hizo que sus sienes latieran.
—Si no me sueltas, voy a gritar.
—Hazlo – invito con una fría sonrisa que no llego a sus ojos – Estoy seguro de que a todos les encantaría ver nuestros nombres vinculados en los medios – él se inclinó y presiono sus labios contra su oído – No estás en Estados Unidos con tus admiradores o tu séquito para esconderte detrás. Estás en Londres, en mi territorio. No me presiones.
La amenaza combinada con su aliento caliente soplando sobre la oreja de ella la hizo temblar. Su barba raspó contra su mejilla cuando él se echó hacia atrás. Su proximidad, el firme agarre en su garganta y la determinación en su expresión revolvieron sus pensamientos.
Ella no era rival para él, y el brillo de satisfacción en sus ojos le dijo que lo sabía. Mientras trataba de pensar en una forma de salir de esto, sus ojos se apartaron de los de él.
— ¿Quién te dio la idea?
Su mirada voló de nuevo a la del − ¿Qué?
La rabia y el resentimiento que sentía por él se desmoronaron bajo un maremoto de lujuria. Ella se estremeció contra él, queriendo alternativamente sacar sangre mientras también dolía por sentirlo dentro de ella. Él se lo daría aquí mismo, ahora mismo, áspero, sucio, crudo, justo como ella lo necesitaba.
El cabello de James le rozo la mandíbula. Llevaba perfume, un olor familiar que ella había reconocido por años. Desde que llego a la casa King después de la muerte de su madre, nunca vio a James usar trajes a la medida, era más probable que usara botas, jeans y una camisa abotonada. Pero una vez que se volvió la cabeza de la familia, toda esa irreverencia quedo atrás. Ella entró a la familia, cuando apenas tenía nueve años, en ese tiempo James era renuente a aceptarla, pero su abuela lo había persuadido y poco a poco forjaron una relación de amistad. Él la consideraba su hermana, y fue así durante toda su adolescencia. Todo eso, fue antes de esa terrible noche y luego se viera obligado a casarse con ella. Pensó que iba a ser feliz al estar con un hombre que no era igual a su padre, pero estaba equivocada. James fue igual de despiadado.
Cuando salió de sus pensamientos, su cuerpo y mente chocaron. Tenía que detener esto antes de cometer un error monumental del que se arrepentiría.
—Tienes que parar – susurro.
Él la ignoro y se pegó más a ella. Ella estaba perdiendo la pelea. En un último esfuerzo por aferrarse a una pizca de su autoestima, pronuncio lo único que sabía que provocaría una reacción en él.
—Jonathan, por favor.
Se puso rígido contra ella y levanto la boca de su piel. Pronunciar su segundo nombre evoco recuerdos que había enterrado hace mucho tiempo. A nadie le permitió llamarlo por su segundo nombre, solo ella podía hacerlo y no resultarle molesto. Jonathan es el nombre de su padre, el padre que odiaba. Eso parecía hace una vida.
Hubo silencio en la habitación, ninguna de las dos personas hablo.
‘TOC, TOC, TOC’
En ese momento alguien llamo a la puerta.
— ¿Selene? ¿Estás ahí?
El rostro de Astrid se volvió blanco, ajusto su voz y dijo suavemente.
—King, me pediste el divorcio en ese entonces, y lo firme. No tienes derecho a tocarme, ni siquiera un cabello. Espero que seas cauteloso con tus acciones en el futuro. Si estoy de vuelta en Londres, es porque esta es mi casa, quiero desarrollar mi carrera en este país. No nos causemos problemas innecesarios el uno al otro.
Después de terminar sus palabras se dio la vuelta y abrió la puerta para salir.
Cuando salió, se topó con Andrés, quien la miraba sorprendido de su vestimenta.
— ¿Selene? ¿Qué sucede? Traje las botas ¿Piensas ir así?
Astrid agarró los zapatos con una cara fría, se los puso rápidamente y dijo como si nada hubiera pasado.
—No, vámonos, me cambiaré en el hotel.
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