Alexandra ignoró a Sandra y dirigió la mirada a su hijo.
-Pequeño Juan, ven a mí. Rápido, déjame mirar tus manos.
-Ah, ¿todavía estás tratando de encontrar pruebas del niño? Déjame decirte que este niño suele ser muy travieso. Es normal que choque y golpee las cosas. Si estás pensando en usar eso para acusarme, estás perdiendo el tiempo -dijo Sandra con sarcasmo. Alexandra gritó enfadada:
—¡Cállate, Sandra! Sabes muy bien lo que hiciste. No dejaré que vuelvas a hacerle daño ahora que he vuelto. Así que es mejor que te tomes en serio mis palabras.
Había algo por completo aterrador y asesino en sus ojos que hizo que Sandra se estremeciera de miedo.
Sintiéndose intimidada y furiosa, esta ordenó a los guardaespaldas: —Sellen la cabina y la ventana; no dejen ni una sola rendija.
¡Manténganla dentro! Si desaparece, ¡habrá un infierno cuando el Señor Heredia se entere! -Sin tener en cuenta la conmoción, Alexandra trató de alcanzar a su hijo.
-Juan, ven rápido y déjame echar un vistazo. Pequeño Juan...
Se quedó en el sitio. En ese momento, Juan estaba bastante desconcertado y no estaba seguro de por qué Alexandra estaba tan agitada. «¿Le pasaba algo a la Señora Sandra? Ella siempre fue así. Entonces, ¿cuál es el problema?». Este chico que a menudo se aislaba en la casa porque no le gustaba hablar o socializar con los demás. En realidad pensaba que el comportamiento de Sandra era normal.
-Pequeño Juan, por favor, ven. Déjame ver... -Alexandra estaba de rodillas, suplicando entre lágrimas.
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